21 de septiembre de 2019•Número 144•Suplemento Informativo de La Jornada•Directora General: Carmen Lira Saade•Director Fundador: Carlos Payán Velver

Mujeres de mar: pescadoras
yoeme organizadas

Blanca Alejandra Velasco Pegueros Doctorante en Desarrollo Rural, UAM-X


Mujeres mayo pescadoras, de la Bahía Tóbari. Jaime Cuevas

Según datos de la Conapesca y el Inegi (2014), en nuestro país existen  entre 14 mil y 22 mil mujeres que se emplean en el sector pesquero, ya sea como pescadoras o en tareas relacionadas a la postcaptura de esta actividad. En la Bahía del Tóbari, Sonora, territorio cada vez más contaminado por los drenes que desechan los agrotóxicos que se utilizan en los campos del Valle del Yaqui, cada vez más desolado por la drogadicción y el narcotráfico, y con un futuro incierto ante los problemas que acechan a quienes se dedican a la pesca no sólo como una actividad económica sino como un modo de vida que durante milenios ha sido el sustento de los pueblos mayo de la costa del Golfo de California, existen y resisten las pescadoras yoemes pertenecientes a la comunidad de Paredón Colorado, localidad en la que hace 80 años se fundó la primera cooperativa pesquera de la Bahía, la “Sociedad Cooperativa Paredón Colorado”.

Aunque no todas las mujeres mayo pescan, su trabajo dentro de la cadena productiva es sumamente importante, pues son ellas quienes se dedican a limpiar el pescado y descabezar los camarones, así como a empaquetarlos para que estén listos para llevarlos a vender a las plantas cercanas. Otras, como Anel, aprendieron el saber del mar desde muy pequeñas: “Yo aprendí cuando tenía 12 años, gracias a mi papá que me llevaba, me decía: “¿sabes qué? no tengo compañero, vámonos, tú vente” y eran las 4, 5 de la mañana cuando comenzaba la marea. Muchas veces cuando [había] el mal tiempo no había producto, de todo tenías que llevar: hielera, gasolina y cuando el tiempo no te da sí es un poquito difícil pescar.”

Con los cambios en las leyes marítimas esa dificultad se ha agudizado debido a algunos reglamentos y normativas, como las vedas, que han propiciado graves problemas económicos para las personas de la comunidad, llevando a los pescadores a migrar por ciertas temporadas, ya sea a los campos de la agroindustria en el Valle del Yaqui o a países como Canadá. Mientras transcurre el tiempo de espera y llega una mejor temporada de trabajo, algunas mujeres también emigran y otras se quedan a seguir cumpliendo con la responsabilidad de sus esposos, pues, en su ausencia, son ellas quienes se encargan de prestar en comodato las pangas y el equipo necesario para la pesca.


En San Carlos. Jaime Cuevas

De esta manera, el trabajo se multiplica pues como platica la señora María Moroyoqui: “Nos tenemos que partir en mil pedazos a veces porque aquí se trabaja por mareas, que si las mareas dan entonces uno se va por la mañana. Yo veo a mis vecinos que salen a las 7 y vuelven como a las 3 de la tarde, para entonces las mujeres llevan a los hijos a la escuela, hacen la comida y si tienen otra actividad pues ya la hacen y las que trabajamos por otro lado pues igual mandamos a los niños a la escuela por la mañana, nos vamos acomodando, nos tenemos que saber administrar tanto en lo económico como en el tiempo.”

Precisamente, debido a sus experiencias y problemáticas hace un poco más de dos años 196 mujeres de Paredón Colorado decidieron conformar la asociación “Hamuchi bahue” (mujeres de mar, en lengua mayo) con la finalidad de articular sus problemas, anhelos y, también, las formas de hacer frente a los conflictos que se viven en la mar y en su comunidad. A pesar de las trabas y los desengaños que han vivido en el proceso -por lo que no han podido oficializar su organización- continúan con la ilusión de concretar la fundación de la asociación civil y, a través de ella, impulsar proyectos comunitarios y de salud que redunden en la mejora de la calidad de vida de las personas de su comunidad, sobre todo de las y los jóvenes, pues una de sus mayores preocupaciones es el futuro que  depara a las nuevas generaciones. Ante lo incierto, “La esperanza es lo que nos mantiene juntas”, dice en medio de un suspiro Lola Nieblas. Sin duda, esa esperanza, íntimamente ligada a la búsqueda del bienestar de sus familias y del tejido comunitario, nos confirma que la organización de las mujeres indígenas siempre va en pos de su obstinado y amoroso sueño de luchar por una vida digna no sólo para ellas, sino, también, para sus pueblos y su gente.•

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