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De moches y consensos // ¡Tenga para que aprenda!

C

on eso de que entre la clase política la memoria es un artículo de lujo, a muchos de sus integrantes se les olvida cómo y por qué aprobaban el paquete económico que anualmente el Ejecutivo presenta a consideración del Legislativo. Y es digno de recordarlo, porque el aparente consenso en torno a dicha propuesta presidencial se basaba en un solo elemento: todas las manos de los involucrados en el proceso de palomeo y, desde luego, a quienes representaban (los grandes corporativos) eran untadas para que el consenso económico quedara de manifiesto.

Año tras año, presupuesto tras presupuesto, todos se llevaban su tajada presupuestal y el apoyo al paquete económico dependía del cañonazo: tirios y troyanos, partidos políticos, bancadas, organizaciones sociales, agrupaciones privadas, asociaciones filantrópicas, centros de estudios, gobernadores, ONG, ex presidentes, grandes corporativos y un larguísimo etcétera, especializados en estirar la mano. Y así, mágicamente, surgía el consenso y el inquilino de Los Pinos podía presumir que México va por el camino correcto.

Por ello, en la mañanera de ayer, el presidente López Obrador recordó el mecanismo: Había acuerdos políticos y se hacían las bolsas, las partidas de moches. Yo, repito y repito, porque es muy ilustrativo: (Agustín) Carstens resultó un maestro de la política, un genio de la política. Tres años que fue secretario de Hacienda sacó el presupuesto por unanimidad. ¡A ver, Arturo (Herrera), tenga para que aprenda!

Y el mandatario detalló: “¿Saben cómo le hacía? A todos les repartía, porque no les importaba tener un presupuesto como instrumento de desarrollo; les importaba salir adelante, porque la función del gobierno era facilitar la privatización, el traslado de bienes públicos, de bienes de la nación a particulares. Esa era la esencia del gobierno, a eso se dedicaban. Eran oficinas de contratación o para la entrega de convenios a particulares. Entonces, a todos les daban, pero el presupuesto no se utilizaba para el desarrollo y el bienestar de la gente, porque suponían–fíjense– que si el gobierno les daba facilidades a los inversionistas, entonces iba a haber crecimiento económico, y si llovía fuerte arriba goteaba abajo. Entonces, ¿para qué se utilizaba el presupuesto? ¿Para qué el Estado?”

El afamado doctor catarrito fue secretario de Hacienda de Felipe Calderón; de ahí brincó al Banco de México y actualmente es el gerente general del Banco de Pagos Internacionales, con sede en Basilea, Suiza.Por ejemplo, para sacar adelante el paquete económico 2010 –presentado por Calderón en septiembre de 2009, en medio de una crisis económico-financiera descomunal–, Carstens obtuvo una votación de cuento de hadas: de los 466 legisladores presentes en el pleno (de todos los partidos), 94 por ciento votó a favor de su propuesta, 5 por ciento en contra y uno por ciento se abstuvo.

Una maravilla: 94 por ciento por el sí. Y ¿qué proponían Carstens-Calderón? Entre otras atrocidades, aluvión de impuestos para tapar el hoyo financiero (el mayor en la historia del país, decía el Doctor catarrito); gravamen de 2 por ciento para ayudar a los pobres (ellos también lo pagarían); aumento de 28 a 30 por ciento a la tasa del impuesto sobre la renta (ISR); incremento de precios a gasolinas y gas; mayor tributo a cigarros, bebidas alcohólicas, telefonía celular e Internet. En resumen, un ajuste doloroso y difícil (masacre para los mexicanos de a pie), pero, untadas las manos en las proporciones correctas, lo palomearon.

Las rebanadas del pastel

Casualidades de la vida: la crónica periodística de septiembre de 2009 subrayaba las coincidencias partidistas: La Comisión de Presupuesto reasignó una bolsa total de 86 mil 626 millones de pesos de gasto, que se distribuyeron proporcionalmente a los proyectos y demandas de PRI, PAN y PRD. Al incluir las peticiones perredistas se desactivó la inconformidad manifiesta desde días atrás por la exclusión en las negociaciones. Y ¡listo! Paquete aprobado.

Twitter: @cafevega