Editorial
Ver día anteriorSábado 17 de agosto de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Persecución global contra migrantes
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os primeros meses de 2019 han registrado un aumento alarmante en los peligros que corren los migrantes: en lo que va del año, al menos 514 personas han fallecido en las rutas migratorias del continente americano, un incremento de 30 por ciento respecto a los decesos registrados en el mismo periodo de 2018. El saldo mortal, que incluyó a hombres, mujeres y niños de Colombia, Cuba, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, India, México, Nicaragua, Venezuela y Ucrania, tuvo como principal escenario la frontera mexicano-estadunidense donde ocurrieron 247 de los fallecimientos.

Este deplorable repunte no puede desligar-se del recrudecimiento de las políticas antimi-gratorias que han tenido lugar en la región desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Como señaló Joel Millman, portavoz de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), las medidas para reforzar el control fronterizo dejan a los migrantes a merced de los grupos delictivos que han hecho del tráfico de personas un negocio multimillonario para el cual las vidas humanas no tienen importancia. Esta desprotección es un fenómeno bien conocido en México desde hace más de 20 años con los denominados polleros, pero ante el cierre de otras vías de llegada al territorio estadunidense hoy es padecido por personas procedentes de muy variadas latitudes.

El sufrimiento de los migrantes no termina cuando logran alcanzar su destino: como resultado de la tolerancia cero de Trump a la migración indocumentada, 3 mil menores fueron separados de sus padres al llegar a Estados Unidos, y un número indeterminado de ellos ha sido víctima de abuso sexual, físico o emocional, tanto a manos de los empleados federales encargados de su resguardo, como de otros niños o adolescentes que se encontraban en los campos de detención, orfanatos u hogares de acogida.

El drama que viven quienes intentan ingresar a Estados Unidos se replica, con sus propios matices, en el otro gran corredor migratorio: el Mediterráneo. Ahí, la OIM da cuenta de 844 personas muertas o desaparecidas en su intento de alcanzar las costas europeas desde el norte de África, y a este número debe sumarse el de quienes pasan semanas en embarcaciones de rescate humanitario, a la espera de que algún Estado les permita la entrada –como sucede en estos momentos con los refugiados a bordo de los navíos Open Arms y Ocean Viking.

El común denominador en el río Bravo y el mar Mediterráneo es la vergonzosa indiferencia de los gobernantes de las naciones más ricas del mundo ante el grito de auxilio de quienes huyen de la miseria, la violencia criminal y los conflictos bélicos, escenarios que en no pocos casos tienen su origen en las políticas de intervención militar y saqueo económico respaldadas por esos mismos líderes.

No queda sino hacer votos porque las sociedades de las naciones receptoras de migrantes demanden a sus gobernantes poner fin al uso político de la xenofobia y la persecución, y que les exijan cumplir en sus fronteras con los altos estándares en materia de derechos humanos que estos gobiernos pretenden cínicamente fiscalizar en otras naciones.