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Los 10 días del Presidente
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n Sonora se especula si acaso Germán Feliciano Larrea, presidente del consorcio Grupo México, se sentará a negociar con Napoleón Gómez Urrutia, secretario general del Sindicato Nacional Minero, la serie de demandas acumuladas por los obreros de Sombrerete, Zacatecas, los de Taxco, Guerrero y los de Cananea, Sonora, a 12 años de huelga. Por lo pronto, el plazo de 10 días fijado por el presidente Andrés Manuel López Obrador para iniciar las mesas de negociaciones quedó rebasado desde que a pregunta expresa de un reportero, Obrador pidió a los mineros detener la acción de tomar la mina de Cananea y le dieran tiempo de armar las mesas de acuerdos, pero ante la tardanza, la incertidumbre crece no solamente allí sino en los restantes dos fundos mineros en donde Germán tiene deudas históricas.

En buena parte del siglo XX, Jorge Larrea, padre de Germán, y Napoleón Gómez Sada padre del actual secretario del sindicato, uno como capitalista y el otro como líder obrero, lideraron sus respectivos campos y como tales entablaron relaciones obrero-patronales que los llevaron a un sinfín de enfrentamientos; a pesar de eso, Jorge Larrea, el viejo, no dejó de mostrar respeto por el líder y la mayor parte del tiempo llegaban a soluciones dentro del régimen corporativista de entonces. No era un respeto gratuito. El viejo Gómez Sada, como secretario general, tenía control de unos 300 contratos colectivos referidos a la industria minera, metalúrgica y similares, lo cual le otorgaba gran poder dentro del corporativismo característico del sistema mexicano. Casi para finalizar el siglo, Germán Feliciano Larrea y Napoleón Gómez Urrutia remplazaron a sus respectivos padres en el campo de las relaciones patrón-sindicato.

A Germán Larrea, heredero del consorcio, le tocaron los años de auge de los regímenes neoliberales y eso lo volvió soberbio al grado de la insania. Fue consciente que para aumentar ganancias y tener vía libre en sus proyectos depredadores del medio ambiente, habría que destruir a las estorbosas secciones del sindicato minero con quienes administraba el contrato colectivo de trabajo. Su ligazón con los gobiernos de Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto le permitieron utilizar en su favor la Secretaría del Trabajo para torcer la ley laboral burlando a los trabajadores y perseguir con furor de muerte a sus representantes. Especialmente se ensañó contra los trabajadores de la sección 65, emblemática por asentarse en Cananea, cuna obrera de la Revolución Mexicana, pero no logró destruir su organización sindical.

Al contrario, Gómez Urrutia pese a haber dado sus primeros pasos como sindicalista dentro del sistema corporativista, desde la iniciativa de reforma a la Ley Federal del Trabajo planteada por el gobierno de Zedillo, aprestó sus huestes para impedirla, pues se trataba de una reforma a todas luces regresiva para los trabajadores, que solamente pudo entrar en el paquete de las reformas estructurales de Peña Nieto cuando el PRD perdió toda vergüenza apoyándolas. Napoleón debió autoexiliarse ante la acometida de los despiadados dueños de los minerales y con el respaldo de los sindicatos del acero en Estados Unidos y Canadá pudo resistir la persecución de los distintos gobiernos mexicanos, dedicándose a fortalecer las organizaciones internacionales y administrar los contratos de trabajo en México con las empresas mineras con quienes mantuvo relaciones contractuales, y ha rendido cuentas favorables, pues en 11 años de exilio ha negociado desde lejos y a veces con empresarios que acudieron a Canadá, así consiguió mejores condiciones laborales y aumentos para sus trabajadores por encima de los topes salariales impuestos por los gobiernos neoliberales contra la clase trabajadora.

Hoy vuelven a enfrentarse Napoleón y Jorge Larrea, uno como representante de los obreros y otro como representante del capitalismo gansteril, pero en condiciones distintas. Eso hace dudar si acaso Larrea esté dispuesto a saldar cuentas que por más de una década el poder le permitió evadir. Aunque mañosamente se haya declarado la disolución de la relación laboral, las demandas de reinstalación de puestos de trabajo estarán allí en la mesa de las negociaciones, los cientos de demandas de despedidos injustificados antes de la huelga, y los daños a la salud por haber clausurado la clínica y el hospital que daban servicio a los mineros; en lógica jurídica supervive un contrato colectivo cuya titularidad corresponde al sindicato minero. Pero no sólo eso, las viudas y familias de la explosión de Pasta de Conchos en Coahuila de 2006, reclaman los restos de sus seres queridos y se agrega la tragedia del río Sonora en 2014 por el derrame de ácidos industriales que vino a arruinar la economía y vida de los pueblos ribereños.

Mediante seudo investigadores universitarios en estas semanas, Grupo México ha pagado una campaña en medios sonorenses afirmando que el río está limpio de contaminación de metales, a pesar de que investigadores comprometidos con la verdad como la doctora Reina Castro de la Universidad de Sonora y el químico Antonio Romo, han llevado un registro puntual de lo que ha ocurrido con la concentración de metales a lo largo de cinco años y han salido a desmentirlos. Simplemente los investigadores apoyadores de Larrea no han podido desmentir que de 33 pozos de donde deberían tomar agua los ribereños, en 32 existen metales pesados con altísimas concentraciones.

Con todo este cúmulo de problemas, la pregunta pertinente es si Jorge Larrea puede ser parte de la solución. La respuesta obvia es no. Además, el consorcio Grupo México ha expandido sus actividades a una rama de industrias y servicios que lo catalogan como monopolio, al que el Estado podría fraccionar para otorgar concesiones a nuevos inversionistas comprometidos con los derechos laborales y el medio ambiente, lo cual traería paz y progreso a las regiones.

Urgen soluciones y una perspectiva racional y esperanzadora que incluya la conciencia de los pueblos. Los mineros han batallado por la justicia durante 12 años.

Los 10 días del Presidente siguen corriendo mientras Cananea empieza a parecerse a la Cananea de 1906.