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Disquero
El nuevo, fascinante disco de Dominic Miller
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Periódico La Jornada
Sábado 3 de agosto de 2019, p. a12

Es conocido como ‘‘el guitarrista de Sting”, cuando en realidad se trata de uno de los músicos solistas más destacados en la actualidad por su capacidad poderosa de producir atmósferas con el fluir de su fuente sonora.

Es argentino de nacimiento, ciudadano del mundo.

Ha grabado ya 14 álbumes como solista, el más reciente de los cuales hoy nos ocupa.

Su nombre: Dominic Miller.

Su álbum 14: Absinthe.

La absenta, ajenjo, ‘‘la fée verte”, el hada verde. Todo un tema.

Todo un paisaje sonoro.

De entrada, la música de Dominic Miller es poderosamente sinestésica. Las imágenes que acarrea no son obvias: su peculiaridad consiste en el detalle, el rincón del óleo, el recoveco, la arruga de la plasta de pintura sobre la tela. Su latido.

Su disco 14 es su segunda incursión en el olimpo de la música contemporánea: la disquera alemana ECM cuyo editor, Manfred Eicher, lo reclutó hace dos años para que debutara en ese ámbito con Silent Light, un disco delicioso donde deambula diligente su guitarra acústica acompañada con elegancia, furor e intensidad por el arsenal de percusiones que activa Miles Bould.

En su nuevo disco ECM, titulado Absinthe, Dominic Miller despliega horizontes luminosos. Se pone al frente de un trabuco de músicos para conseguir una grabación de calidad enorme, cualidades hipnóticas, naturaleza ritual.

Dominic Miller en guitarra acústica, Santiago Arias en bandoneón, Mike Lindup en teclados, Nilas Fiszman en bajo y Manu Katché en batería.

Trabuco.

La originalidad de este disco radica en la combinación instrumental inusitada: un bandoneón, como referencia natal de Dominic Miller en un suburbio de Buenos Aires, y el mejor percusionista del planeta: Manu Katché, quien hace de ese dispositivo llamado batería una nave ateniense jalada por arcángeles.

La manera como Manu Katché (conocido por sus colaboraciones con Peter Gabriel) hace sonar tambores, tams, bombo, tarola, hit hat, baquetas, escobillas y el resto de la anatomía de ese instrumento, es todo un acontecimiento en sí mismo.

Podemos degustar el nuevo disco de Dominic Miller de distintas maneras, una de ellas la tradicional, otra la audaz manera de poner nuestro oído a seguir a uno solo de los instrumentos.

En una sesión de escucha, atendemos a la guitarra de Dominic Miller, pero a la siguiente nos concentramos en el bandoneón y cuando llegamos a la ocasión en que fijaremos nuestra atención en la batería, flotaremos en asombro.

Es una música ritual.

La mera elección del nombre ya lo es: Absinthe.

Miller vive en el sur de Francia, en la exacta geografía donde los pintores impresionistas impresionaron. Y también don Vincent van Gogh (se me ocurre un seudónimo para tocar danzón por las noches en el Salón Los Ángeles: Vincent Bongó). Y el buen Dominic se dispuso a pintar sonidos a partir del paisaje de luz intensa y vientos embrujados.

Nombró Absinthe a su nuevo disco porque está convencido de que Van Gogh pintó bajo los efectos del hada verde y logró así esos óleos alucinógenos.

No en balde Nicholas Culpener escribió en 1651 su libro The English Physitian para nombrar a la planta de donde extraen el ajenjo así: ‘‘la corriente de la conciencia”, lo cual nos lleva de inmediato al monólogo interior o flujo de conciencia, técnica inventada por Virginia Woolf y James Joyce, dos degustadores de esta bebida.

Dominic Miller sigue entonces la conseja popular que dice que la absenta, o ajenjo, es una bebida alucinógena y que puede, según afirman equivocadamente en el caso de Van Gogh, llevar a la locura. Hay quienes sostienen, aventuradamente, que La Nuit Etoilée debe sus alucinantes espirales, vorágines, remolinos ‘‘y algunos otros efectos extraños” a esa bebida verde con olor a menta.

Van más allá en el horizonte, gustan citar el siguiente pasaje bíblico, del mismísimo Apocalipsis:

‘‘Y tocó la trompeta el tercer ángel y se precipitó del cielo una grande estrella, ardiendo como una antorcha: cayó en la tercera parte de los ríos y en los manantiales. El nombre de la estrella es Ajenjo y convirtióse la tercera parte de las aguas en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas porque se habían vuelto amargas.”

El amargor, verdor, ardor del ajenjo ha creado escuela. Existe prácticamente un Club del Ajenjo convocado por nadie pero integrado a lo largo de la historia por artistas de vario linaje: Shakespeare, Joyce, Virgina Woolf, Baudelaire, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, escribieron bajo su efecto y lo pusieron entre los protagonistas de sus obras maestras.

Degas, Gauguin, Monet, Picasso, Toulouse-Lautrec…

La lista de los creadores bajo el beso del hada verde es un olimpo.

Dominic Miller levanta su copa verde y brinda.

Su disco es una delicia con olor menta.

El uso del bandoneón, por ejemplo, es una exquisita manera de paladear cada nota, cada frase, mientras Manu Katché suelta destellos de hada en cascabeles, tintinear de platillos cuyo sonido se esparce y desvanece en el viento como esos fuegos artificiales en forma de globo, que estallan en lo oscuro de la noche y se desgranan como esas florecitas redondas del campo conocidas como diente de león y cuando lo soplamos, se tiende en el aire el beso del hada. Así suena la granulación ganada generosamente en los platillos activados por Manu Katché.

Los cambios de atmósfera, aun dentro de cada pieza, llena de asombros la escucha, desde el mero inicio del disco con la pieza homónima: Absinthe, donde resuella el bandoneón, puntea la guitarra, ulula una manguerita de esas de plástico con las que danzan los mejores percusionistas del planeta, esos que producen prodigios desde aparatos tan en apariencia sencillos como la bataca.

Un ejemplo claro de eso es el inicio del corte cuatro del disco, La Petite Reine, donde las baquetas cuya punta redonda gruesa está forrada de algodón, suena como a timbales de orquesta sinfónica en una sinfonía de Mahler. Prodigioso. La guitarra tiende sobre ese tremor telúrico, arabescos brillantes para después trazar una melodía donde el escucha tiene la sensación de que en cualquier momento comenzará a cantar Sting.

Y es que si a alguien debe Sting mucho es a Dominic Miller, porque sus obras más exitosas están creadas al alimón (otra bebida verde, je), y estamos hablando de una combinación exitosa del tipo Lennon-McCartney, Jagger-Richards, Gilmour-Waters…

Por cierto, todos ellos han desplegado trayectorias solistas exitosas (no tanto el pobre del Keith Richards, que canta feo pero se las sabe completas) como es el caso de Dominic Miller, cuyo nuevo disco, Absinthe, recomendamos aunque no estemos bajo el efecto del hada verde.

Así que destapemos un pomo de vermouth (también contiene ajenjo) o mejor uno de buena absenta, pintemos de verde con su líquido una bonita copa y…

brindemos.

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