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Doble vida
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▲ Juliette Binoche aparece en un fotograma de Doble vida, la más reciente película del realizador francés Olivier Assayas, producida en 2018
L

a transparencia sentimental. Doble vida (Doubles vies, 2018), la cinta más reciente del francés Olivier Assayas (Irma Vep, 1996; Finales de agosto, principios de septiembre, 1998), sugiere una suma de las preocupaciones morales y las apuestas estilísticas de un realizador multifacético que ha sido crítico de cine para la revista Cahiers du Cinéma, admirador de la obra de Robert Bresson y del cine de kung fu, escritor y guionista de Téchiné (Alice y Martín, 1998) y de Polanski (Basada en hechos reales, 2017), entre otras vertientes creativas. Lo que acomete ahora en su nueva obra es una interesante exploración de las profundas mutaciones que las nuevas tecnologías han provocado en el campo de las relaciones humanas, en la cultura occidental, y de modo muy preciso en un microcosmos editorial crecientemente orillado a abandonar la página impresa en beneficio de las ofertas digitales.

Para ilustrar lo anterior, el director elige una comedia de enredos sentimentales en un medio editorial parisino donde Léonard (Vincent Macaigne), un exitoso escritor de novelas un tanto autobiográficas, se ve rechazar su nueva propuesta literaria por Alain (Guillaume Cantet), su editor y amigo, al advertir este último en Punto final, el libro más reciente de aquél, la huella apenas disimulada de una traición personal y de una infidelidad amorosa que involucraría a Selene (Juliette Binoche), su propia esposa. Como todo ello sucede en el ambiente muy civilizado y liberal de una elite cultural parisina, no hay reclamos altisonantes ni confrontaciones ríspidas entre los personajes. Los desencuentros sentimentales de los protagonistas parecieran ser, incluso, simples pretextos para largas disquisiciones filosóficas entre ellos sobre la solidez y viabilidad de una transparencia amorosa en un entorno social cada vez más marcado por la simulación moral, las manipulaciones mediáticas y el imperio de las posverdades.

El planteamiento de Assayas es fascinante, mucho más por lo que sugiere que por lo que efectivamente es posible desprender de los diálogos extenuantes en la película. En el cine de Ingmar Bergman, por ejemplo, el drama de la incomunicación en las parejas aludía continuamente al veneno de lo que el director sueco denominaba un tejido de mentiras que acechaba y desgastaba a toda relación amorosa; en muchas cintas de Woody Allen, la simulación sentimental y el engaño podían derivar en dramas irremediables o servir de resortes para un reacomodo afectivo teñido de comicidad e ironía. En Doble vida, el director francés procura, en cambio, establecer un paralelismo arriesgado y ambicioso entre la noción de infidelidad entre los amantes y el desasosiego de vivir en un mundo en el que ya no es posible confiar en ningún tipo de verdad, política o social, y donde el medio cultural semeja el epicentro de un cálculo mercantil y de una hipocresía moral. Al tiempo que pareciera denunciar esa realidad, Assayas opone otra posibilidad aún más perturbadora. Ese mundo editorial, con todos sus vicios y sus viejas certidumbres, podría tener los días contados con un avance tecnológico que en definitiva transforme a los libros tradicionales en libros digitales (kindles y compañía), y donde desaparezcan para siempre las versiones impresas de los diarios, y proliferen a tal punto los blogs y las redes sociales que acaben por transformar radicalmente las formas de comunicación humana. Esa premonición social tendría como reflejo inevitable una crisis de la credibilidad y la transparencia afectiva.

Olivier Assayas, un romántico irredento del cine francés actual, tiene la lucidez suficiente para advertir la gravedad de ese fenómeno y la sensibilidad necesaria para proponer en su cinta el antídoto ideal que sería la recuperación de las mejores verdades sentimentales. Una resistencia, en suma, ante la creciente tiranía de los rumores, las noticias falsas y tantas otras posverdades. Doble vida, una comedia muy fina de corte rohmeriano, describe ese combate ideológico y apunta a un optimismo moral del modo en que el cine francés sabe y aficiona hacerlo desde los tiempos de la Nueva Ola, mediante la abundancia verbal y un delicado escrutinio de las emociones. Para muchos espectadores eso les parecerá hoy un tanto oscuro; para algunos otros, bien podría ser una revelación poética bastante aleccionadora.

Se exhibe en Cinépolis y en la Cineteca Nacional (sala 2, a las 13:30 y 15:45 horas).

Twitter: @CarlosBonfil1