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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CIX)

S

í, la desilusión…

“De aquel Santiago, al renombre…

“De aquel paraíso, a Biarritz, ¿dónde estaban aquellos cocoteros? Precioso San Sebastián, ¿dónde las aguas del Pacífico? Málaga las tenía ¿dónde la tranquilidad del bello Santiago que tanto recuerdo?

“Y de aquello, a poco, a la multa de ¡un millón de dólares! ¿o serían dos?

“Estábamos en Tijuana. Pues bien, para regresar al sur de México teníamos que marchar por territorio de Estados Unidos, ya que las carreteras de nuestro lado estaban intransitables. Dos caballos harían el viaje con nosotros, dentro de un remolque, pero el tercer animal tendría que seguir solo, por ferrocarril americano. Para esto, atravesé la frontera –era yo la única americana y por lo tanto iba y volvía fácilmente– montando mi caballo a pelo. Una vez en territorio de Estados Unidos me dirigí a la aduana, hablé con el jefe acerca del bello garañón Fado en los corrales de la frontera. Saldría por tren a las dos de la tarde in bond, o sea o sea al cuidado de la aduana. Era la única manera de que el animal viajara sin pagar derechos.

“Almorzábamos en Tijuana, cuando Ruy me hizo ver que no deberíamos haber entregado a Fado a manos extrañas, pues era un caballo extremadamente peligroso. Montado era un cordero, pero a la mano, una fiera. Tan así, que lo sacaba de la cuadra montando.

“Nada está perdido: recuerdo que de inmediato decidí llevarme a Yarabí, para cambiarlo por Fado.

“Montando nuevamente a pelo sobre Yarabí, galopé hasta la frontera y llegué a la aduana. No encontré ni un alma; todos, seguramente, estarían almorzando. ¿Qué importaba? Yo lo arreglaría todo. Abrí las puertas y dentro de los corrales cambié los caballos. Reparé en que Fado traía una cinta alrededor del cuello, sujeta con un sello. Intenté quitársela por las orejas, pero no lo conseguí. Corté, pues, la cinta y colocándosela al otro caballo, la amarré a la medida con un nudo. En seguida, completando mi trabajo, monté a Fado y pasé por la puerta de la aduana para ver si estaba el jefe. Allí estaba.

“–La única diferencia –terminé diciéndole– es que Fado es alazán y Yarabí pío, castaño y blanco.

“El jefe de la aduana me miró de una manera inolvidable.

“–Repítamelo –me dijo muy despacio– ¿Le quitó usted el sello al caballo alazán?

“–Exacto –confirmé– Y se la puse al pío.

“–¡Señorita, tengo que informarle –me dijo– que la multa por romper un sello de la aduana americana es de ¡un millón de dólares!

“Confieso que se me cayó el alma a los pies. ¿De dónde iba yo a sacar un millón de dólares? Empecé a multiplicar pesos mentalmente y me sentí terriblemente desamparada. Presentí la cárcel. ¡Allí no valía de nada ser torero; ¡que nostalgia sentí de México!

“Su suerte, –me dijo el señor, después de haberme dejado sufrir un rato, cuando sus arrugados ojos empezaron a sonreír– es haber tropezado conmigo y sin testigos. Vamos a olvidarnos del incidente, pero no vuelva a romper un sello de la aduana americana.

Regresé a Tijuana a todo galope, huyendo de la frontera con la impresión angustiosa que sentía de niña entre oscuridad y pesadillas.

***

“Encontrándonos tan cerca de la ciudad del cinema, decidimos conocerla. Caminábamos un día por pleno Hollywood Boulevard, hechos unos tantos y toda aquella diferencia la atribuyo, y con fundamento, a la proximidad de los estudios, paseando normalmente apaches, marineros, bailarinas y piratas y donde almorzaban juntos personajes tan distinguidos como Washington, San Pedro, Napoleón y la Dama de las Camelias. A dos pasos de esos ambientes, era natural que las señoras usaran lindos abrigos de pieles sobre shorts o pantalones o trajes indescriptibles. Valía la pena mirar los sombreros, turbantes, cabellos y hasta los increíbles perros que circulaban por el vestíbulo y las inmediaciones del hotel.

“Enterados de mi profesión, aparecieron periodistas para entrevistarme y hacerme las preguntas de siempre: “¿Cómo comenzó usted a torear? ¿Su papá tenía ganadería? ¿No le dan miedo los toros?

“Llenaban sus pequeños blocks con mis respuestas. Pero en Estados Unidos, después de esas interrogantes corrientes, prosiguen con otras, casi todas, a mi modo de ver, chocantes.”

(Continuará)

(AAB)