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Cortar subvenciones a la cultura es un modo de silenciarnos, denuncia autora

Christiane Jatahy alerta sobre la ‘‘criminalización de artistas y gente de izquierda’’ de parte de Jair Bolsonaro, quien prometió purgar el ‘‘marxismo cultural’’ de Brasil

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▲ La dramaturga brasileña Christiane Jatahy en el Festival Internacional de Teatro de Aviñón. Ahí presenta su obra El ahora que demora.Foto Afp
 
Periódico La Jornada
Viernes 12 de julio de 2019, p. 2

Aviñón. La brasileña Christiane Jatahy se llevó una ovación en el Festival de Aviñón con una obra sobre el exilio exterior e interior, que le sirve para denunciar la situación que viven los artistas en el Brasil del ultraderechista Jair Bolsonaro.

En O Agora que demora (El ahora que demora), presentada esta semana en el tradicional festival en el sur de Francia, la artista y cineasta de 51 años se apropia del mito de Ulises para hablar del sentimiento de exilio de los refugiados, pero también de la ‘‘criminalización’’ de los artistas en su propio país.

‘‘Es un momento muy difícil para hacer teatro y cine. Cortaron la subvenciones. Es una manera de silenciarnos’’, afirma esta mujer de voz suave que, durante una de sus intervenciones en la obra, pareció al borde de las lágrimas.

‘‘Hay una campaña de criminalización de los artistas y de la gente de izquierda. Es un discurso tan viejo’’, añade.

Todavía conmocionados

Desde la elección de Jair Bolsonaro el pasado primero de enero, la cultura brasileña en su conjunto se encuentra en el ojo de la tormenta. Apenas llegado al poder, el presidente y militar retirado prometió purgar el ‘‘marxismo cultural’’ de Brasil y redujo el Ministerio de Cultura a una simple secretaría dentro del nuevo Ministerio de la Ciudadanía.

Según Jatahy, la respuesta del mundo del teatro oscila entre ‘‘la anestesia, porque aún estamos conmocionados, y la producción de numerosas obras que hablan de la situación. Es imposible no pensar en el teatro como político hoy día’’, sostiene esta mujer oriunda de Río de Janeiro.

O Agora... no es una obra en el sentido clásico del término, más bien es una mezcla de documental y ficción. Los protagonistas, filmados en Líbano, en los territorios palestinos, en Sudáfrica y en la Amazonia, son verdaderos refugiados pero también actores en la vida real, hallados en Beirut, en el campo de refugiados de Jenin o en el Teatro Hillbrow de Johannesburgo.

Durante la escenificación de esa obra, que en septiembre comenzará una gira por Europa, se los ve leer en su propia lengua extractos de La Odisea, de Homero, y luego su propia odisea de exilio, desde Yara la siria encarcelada en Damasco hasta dos integrantes de la tribu kayapos en la Amazonia, pasando por refugiados de Malaui y Zimbabue en Sudáfrica.

De pronto una parte de estos mismo personajes, como salidos de la pantalla, se encuentran en medio de los espectadores y le cuentan nuevamente su historia, invitándolos incluso a bailar con ellos.

‘‘Ulises es cada uno de nosotros, y el cíclope (a quien Ulises destroza el ojo) pueden ser los dictadores, los tanques de guerra’’, refiere Jatahy.

La artista comenzó la obra antes de la llegada de Bolsonaro al poder y quería inicialmente filmar a los refugiados venezolanos en Brasil.

Somos pares

‘‘Pero la realidad me atrapó. Brasil es mi Ítaca (la isla natal de Ulises). El exilio no es únicamente en el extranjero, sino en su propio país’’, dice Jatahy, citando: ‘‘Los indios en Amazonia, pulmón del mundo, amenazados de genocidio’’.

‘‘Muchos indios están murien-do de neumonía por la cercanía de las urbes. Les transmitimos nuestras enfermedades. No es pesimismo, es la realidad’’.

La última parte del documental teatral es la más estremecedora, pues muestra a Jatahy conversando con dos indígenas kapayos en el estado de Pará.

‘‘Antes no había hombre blanco. No podíamos ver un avión de tanta selva que había’’, testimonia uno de ellos. ‘‘Somos brasileños también, somos pares’’, añade.

En ese mismo estado brasileño, indios arara citados en un reportaje de la Afp en abril se quejan de que las tierras reservadas a ellos son expoliadas regularmente por los traficantes de madera y que desde la llegada al poder de Bolsonaro se han multiplicado esas incursiones.

‘‘Debemos intentar cambiar aunque sea ese uno por ciento. Pero es cierto que por el momento, siento mucho miedo del futuro’’, concluye Christiane Jatahy.