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Héroe de verdad
L

as historias de todos los pueblos están plagadas de héroes y heroínas de mentiritas, como decía mi tía Cuca. Hay muchas razones para crearlos, la realidad es que pocos se pueden considerar verdaderos héroes, entendido de manera simple como una persona que se distingue por haber realizado una hazaña extraordinaria, que requiere valor y beneficia a los demás.

Felipe Ángeles, quien nació hace 150 años, un 13 de junio, en Zacualtipán, Hidalgo, a lo largo de su vida llevó a cabo muchas acciones que corresponden a esa definición.

Ingresó al Colegio Militar cuando tenía 14 años. Se graduó en 1892 como teniente de ingenieros y fue profesor ahí mismo, así como de la Escuela Nacional Preparatoria.

De brillante inteligencia, culto, reservado y de carácter noble, se ganaba la confianza de sus superiores, quienes lo enviaron a Estados Unidos a realizar estudios de artillería y también a Francia a revisar las compras de armamento del gobierno mexicano. Aquí se encontraba cuando se dio el alzamiento maderista. Enterado de sus cualidades, Francisco I. Madero lo mandó llamar, lo nombró director del Colegio Militar en 1912 y le dio el grado de general poco antes de la Decena Trágica.

Cuando se dieron esos infaustos acontecimientos, Felipe Ángeles se encontraba en una misión en el estado de Morelos. Hasta allá fue Madero a buscarlo en un coche sin escoltas cuando inició la traición huertista para que participara en la defensa de su gobierno.

Finalmente fue apresado en Palacio Nacional junto con Madero y Pino Suárez. Como se sabe estos dos últimos fueron trasladados a Lecumberri, a cuyas puertas fueron cobardemente asesinados. Al general Ángeles lo salvó el que Victoriano Huerta no quiso enfrentar el enojo de los militares que le tenían gran respeto y admiración.

En un destierro político, Felipe fue enviado a Francia; poco permaneció en ese país; en octubre de 1913 regresó para sumarse a las fuerzas constitucionalistas de Carranza. En 1914 se incorporó a la División del Norte bajo el mando de Francisco Villa, quien lo envió como su hombre de confianza a la Convención de Aguascalientes.

Tras el fracaso de la convención, Ángeles encabezó las tropas villistas que entraron a la Ciudad de México el 2 de diciembre de 1914. De ahí se trasladó al noroeste a pelear con las fuerzas convencionalistas y llegó a ocupar la gubernatura de Coahuila. Al poco tiempo lo derrotaron, junto a Villa, en las batallas de Celaya y León.

Al triunfo del carrancismo se refugió en Estados Unidos, donde se volvió activista político y creó la Alianza Liberal Mexicana. Regresó al país en 1918 con un plan para atacar a Carranza, pero no logró concertar un ejército con Villa. Lo apresaron en Chihuahua, fue acusado del delito de rebelión y tras un juicio sumario fue fusilado el 26 de noviembre de 1919.

Múltiples testimonios destacan su carácter noble y generoso: era generalizado su rechazo a fusilar a los prisioneros de guerra. También participó en muchas batallas y siempre mantuvo una actitud magnánima.

En 1918 Zapata le escribió al general Ángeles: He tenido ocasión de ser informado de la correcta actitud que usted ha sabido conservar, sin manchar en lo más mínimo sus antecedentes de hombre honrado y militar pundonoroso, que hace honor a su carrera. De hombres así necesita la Revolución.

Por su parte Rosa King, dueña del hotel Bella Vista en Cuernavaca, en donde vivió Ángeles un tiempo cuando combatía al zapatismo, lo recuerda así: El general Ángeles era delgado y de buena estatura... de rasgos delicados y con los ojos más nobles que haya visto en un hombre... Desde que me lo presentaron percibí en él un par de cualidades, las de la compasión y la voluntad de entender. Me agradó que no toleraba crueldad ni injusticia alguna de sus soldados.

Hay mucho más que decir de este héroe verdadero, pero lo haremos en el bar La Ópera, en 5 de mayo 10, la hermosa cantina donde seguro estuvo Ángeles con Villa, cuando se dice que tiró el balazo que dejó el orificio que aún está en el techo.