Opinión
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El león de la Metro
D

onald Trump, el león de la Metro Golden Mayer rugió y de la rabia casi pierde su melena anaranjada con ribetes dorados que sombreaban ojos lanza miradas torturadoras y feroces colmillos con vaho blanquecino ensalivado de odio satánico de ¡les voy a romper…, cochinos! y a temblar de pies a cabeza.

Lástima que a mayor temblorina más omnipotencia del cinematográfico león que día a día recupera su instinto destructivo alimentado del terror del resto de la selva mundial encabezado por el microbio vecino que le produce escozor (gesticulación traducida).

Enlace interno entre el descubrimiento de la relevancia de la escritura y los movimientos de la deconstrucción derridiana que no permitirán ya un equilibrio tranquilo de la gramatología y la lingüística. Los gestos, la gesticulación, otra escritura más de elementos de una nueva lingüística operadora de una dislocación de las relaciones.

Mientras, el ‘‘Mal de archivo” enunciado por Jacques Derrida, recuerda sin duda un síntoma, un sufrimiento, una pasión, pero también lo excluyente y que lleva hasta el principio del archivo, es decir, al mal radical, infinito, fuera de porción, espera sin horizonte, impaciencia absoluta, deseo de memoria. Y así, lleva en sí mismo, la propuesta de archivo, teniendo en cuenta una tópica y una pulsión de muerte, sin las que el archivo adolecería de deseo de posibilidad alguna. El concepto de archivo, no puede, por tanto, no guardar en él, un peso de impensado.

A modo de conclusión: los cambios de aproximación antes mencionada obedecerían tanto a una exigencia interna en la doctrina puesta hacia la apertura gramatológica y a la presión de lo que se reveló en la observación; con la pretensión de ‘‘leer” desde la ‘‘intertextualidad” derridiana, desde la ‘‘intertextualidad cultural”.

El doble exilio, el de la exclusión del grupo de quienes no comparten la simbología ni la textualidad; y el otro, que pesa y gravita sobre todos nosotros, El teatro de la crueldad de Artaud, el doble, de la repetición, al respecto del cual Derrida sentencia: ‘‘El teatro como repetición de que no se repite, el teatro como repetición originaria de la diferencia en el conflicto de las fuerzas, donde –el mal es la ley permanente y lo que está bien es un esfuerzo y una crueldad sobre añadida a la otra–, tal es el límite mortal de una crueldad que comienza por su propia representación. Puesto que siempre ha comenzado ya, la representación carece por tanto de fin. La clausura es el límite circular en cuyo interior la repetición de la diferencia se repite indefinidamente. Es decir, su terreno de juego. Este movimiento es el movimiento del mundo como juego. Este juego es la crueldad como unidad de la necesidad y del azar (el azar es lo infinito y no Dios)”.

Pensar la clausura de la representación es, por tanto, pensar la potencia cruel de muerte y de juego que permite a la presencia nacer en sí, gozar de sí, por medio de la representación en que ella oculta su diferencia. Pensar la clausura de la representación es pensar lo trágico: no como representación del destino sino como destino de la representación, su necesidad gratuita y sin fondo.

En la escritura
Interna
Abres espíritus
Paraíso y averno
Sin traducción