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Obscuro barroco
U

na de las propuestas fílmicas más interesantes en esta 14 edición de Ambulante, gira de documentales, es Obscuro barroco (2018), de la realizadora griega Evangelia Kranioti, cinta que al lado de Marica travesti (Bixa travesty, 2018), de los brasileños Claudia Priscilla y Kiko Goifman, ofrece un panorama contrastado y muy sugerente de los goces y penurias que a diario vive la comunidad travesti y transgénero en un caótico Brasil donde conviven, en asombrosa paradoja, un espíritu libertario y el embate muy agresivo de la ultraderecha bolsonarista. Ambos documentales se filman en 1918, año de campañas electorales muy agitadas en el país, cuando las declaraciones abiertamente homófobas y misóginas del candidato conservador, aunadas a su elogio de la dictadura militar de los años 60, permiten vislumbrar un nuevo clima de incertidumbre y temor, así como viejas prácticas de hostigamiento para todo tipo de disidencia política o sexual. En ese contexto, las dos películas representan claros ejemplos de resistencia civil en el terreno artístico.

Un trance hipnótico carioca. A la manera de prólogo poético, una panorámica crepuscular presenta la ciudad de Río de Janeiro envuelta entre las nubes, revelando lentamente algunos de sus barrios emblemáticos e incursionando luego en parques y rincones que son como florestas tropicales propicias para un encuentro erótico casual o para un sórdido crimen de odio. La apuesta formal de la cineasta Evangelia Kranioti es elaborar, a través del retrato de la recién fallecida activista política travesti Luana Muniz, una sugerente cartografía de las marginalidades sexuales en la ciudad carioca. La narrativa del filme, deliberadamente subjetiva, toma como punto de partida la novela corta Agua viva, relato en forma de monólogo de la brasileña Clarice Lispector. En la película, como en su inspiración literaria, Río de Janeiro es un personaje vivo, un espacio urbano que cobra pulsiones grandiosas en las noches de carnaval que el documental refiere profusamente; también en esas playas que de noche semejan bahías de combate durante los portentosos fuegos artificiales de fin de fiesta. El colorido proteico del desfile de las escuelas de samba bien pudiera parecer una tarjeta postal convencional, aunque en realidad es expresión elocuente de la enorme diversidad cultural y sexual que un régimen autoritario desearía suprimir mediante un decreto. Una figura fantasmagórica, un viejo Pierrot lunar, asiste silencioso y asombrado a los desbordamientos libidinosos de las masas. Semeja un sobreviviente de la vieja dictadura, temeroso del advenimiento de una nueva. La muchedumbre, en plena algarabía rebelde, entona el himno de protesta sambista de Chico Buarque “Apesar de vôce…”, mientras Luana Muniz, la travesti defensora de los derechos sexuales y de la gente seropositiva, languidece maquillada y excelsa, soñando con Grace Jones y la posibilidad, cada día más distante, de Una vida en rosa en un Río de Janeiro ahora autoritario.

Una utopía erótica en Sao Paulo. En Marica travesti, el discurso se articula en una desafiante primera persona. El protagonista, la joven cantante transgénero Linn Da Quebrada –cuerpo de hombre, exultante identidad femenina– reivindica en los escenarios, a lado de su robusta compañera trans Jup do Bairro, la libertad corporal de la gente no binaria (ni macho ni mujer, sino gozosa mescolanza de ambos sexos), y esa vida cotidiana suya que es prolongación del espacio escénico, la armonía con sus familiares en las barriadas pobres paulistas, también su trabajo como activista político y las experimentaciones a que somete a su cuerpo andrógino que incluyen tatuarse la palabra ella en el cuello para no ser ya confundida con ese él, vuelto ya menos identidad que estigma. El narcisimo desbordante de la joven marica mestiza, encarnación y baluarte de todas las diversidades, la orilla a un intenso exhibicionismo sexual, incluso en el cuarto de hospital donde recibe las quimioterapias por un cáncer de testículo, afrenta decisiva, pero momento también crucial para transformar su vida entera. Menos abiertamente político que Obscuro barroco, el documental de Priscilla y Goifman es doblemente perturbador por su rechazo tajante a esa hegemonía machista que un Jair Bolsonaro y sus émulos hemisféricos aún defienden con grandes dosis de terquedad e histeria.

Obscuro barroco se exhibe el 13, 15 y 16 de mayo; Marica travesti, el 15 y 16. Consultar sedes y horarios en www.ambulante.org