Opinión
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La política de las decisiones es de todos
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ientras el presidente López Obrador prueba sus destrezas para la ubicuidad, lo que todavía podemos llamar sistema político pone en tensión sus capacidades de resistencia institucional y retórica. Este desencuentro no ha llegado a mayores sólo porque los mecanismos elementales de todo orden republicano siguen intactos, aunque muchos pongan en duda su eficacia para sostener o impulsar la construcción de un orden democrático propiamente dicho.

Hay en el discurso presidencial un eje que supuestamente ordenaría el resto de las acciones, verbos y palabras que nutren la tarea de gobernar. En su conjunción, estos componentes tendrían que dar lugar a una gobernanza en condiciones de ofrecer seguridad pública, personal y comunitaria y certezas mínimas pero creíbles sobre las decisiones del alto mando. Pero no es de eso de lo que nos hablan los acontecimientos y los propios comunicados mañaneros del Presidente.

Una y otra vez, se nos insiste en la necesidad de pensar la política de otra manera, porque lo que está en curso es un nuevo régimen y no un mero cambio de gobierno. Sin embargo, esta oferta por sí sola, no aporta contenidos suficientes para en efecto entender la conducta de los mandos estatales y las reacciones del resto de la comunidad como parte activa de ese nuevo régimen.

De esta disonancia que se repite y reproduce en los medios formales y comerciales de comunicación y en las redes sociales que todos interpretan, sin caer en la cuenta del caos del que son vehículo solícito, proviene buena parte de la incertidumbre que alimenta el desasosiego en varios círculos influyentes de la opinión pública. Desde luego en diversos circuitos del mundo empresarial, a pesar de lo que sus dirigentes digan en los banquetes de avenimiento, pero también en los espacios que a lo largo de los años erigieron las organizaciones sociales y de la sociedad civil, vilipendiadas de modo insensato por la coalición triunfadora y su líder.

Como lo mostró la marcha del domingo pasado, esta situación no desemboca en una corriente crítica en condiciones de devenir oposición organizada y capaz de articular un reclamo y una alternativa. De aquí que los gritos y pancartas pidiendo la renuncia del Presidente haya sido, a lo más, manifestaciones patéticas de impaciencia política o desesperación personal. Pero de que ese talante transita por el ánimo público no debería caber duda y, más bien, ser visto por el poder como un reto para desplegar nuevas formas de buena política, alimentadas por la gana explícita de persuadir y configurar una perspectiva coherente con la aspiración de un buen gobierno que todavía articula el consenso un tanto pasivo que cruza interpelaciones, partidarismos y descontentos.

Las decisiones anunciadas casi de bote pronto sobre la industria petrolera, Pemex y el proyecto de nueva refinería en Dos Bocas, sin tiempo ni forma, no reflejan la existencia, así sea incipiente, de ese nuevo régimen. Pero podrían servir como punto de partida para discutir sobre su perfil y términos de operación; sobre su lugar en un orden democrático propiamente dicho, todavía balbuceante. No se hará nada de esto si nos empeñamos en un reduccionismo político que puede llevarnos al desvanecimiento de las perspectivas mayores que, como la de la falta de desarrollo, la pobreza de masas y la desigualdad, sirvieron de gran telón de fondo para la disputa electoral del año pasado y la decisión mayoritaria a favor de Morena.

Ampliar y elevar la visión de la política y de la deliberación que la alimenta se hace urgente con los días, porque las coyunturas del mundo no perdonan ni dan tregua. La posibilidad de un brote desestabilizador en América del Sur con epicentro en Venezuela crece con los días y las horas, alimentada sin duda por los despropósitos de Maduro, pero también de buena parte de su oposición. Los desarreglos cupulares en la Unión Europea no anuncian nada bueno para la UE y el planeta y Trump parece decidido a hacer de su lado pendenciero el resorte principal para la defensa de la hegemonía americana que él ve acosada por los cambios globales y la emergencia de nuevos polos de poder, finanza y producción.

Lo dicho arriba sobre la comunicación de las decisiones sobre la energía y el petróleo vale para la política económica en su conjunto. Ante una sociedad que ha vivido una penuria impuesta de manera inconsulta por décadas, no puede proponerse la austeridad como virtud teologal para la eternidad. Definir los términos y propósitos de las políticas de gasto, impuestos y deuda es, de entrada, una decisión eminentemente política y democrática. No puede seguirse presentando como el fruto de las inercias o las durezas financieras del presente; tiene que verse y entenderse como un componente obligado de la estrategia del desarrollo y de los planes que le dan sentido. Negar la urgencia de una reforma hacendaria no puede sino llevar a una cadena de negaciones que no pueden sino desembocar en más estrechos círculos viciosos.

No hay recetas, sólo caminos a descubrir. Hacerlo y arriesgarse a recorrerlos, requiere de una cooperación política y social basada en el entendimiento común de unas finalidades y propósitos compartidos y decididos políticamente. Luego vendrá la deliberación técnica indispensable sobre los medios y los fines que tampoco puede resolverse en una sentada, aunque sea al alba.