Opinión
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Aprender a morir

La vocación como un don

S

i bien hay quienes sostienen que la vocación, una vez descubierta, es pesada losa que se ha de cargar a lo largo de la existencia, otros, más agradecidos y resueltos, afirman que es un don inapreciable que convierte los afanes cotidianos en experiencias vivificadoras capaces de aligerar cansancios y esparcir beneficios.

María Guadalupe Garduño Gómez, con más de 60 años enseñando en las aulas y fuera de ellas, es un valioso testimonio de que la aptitud y el gusto por hacer algo con compromiso y entusiasmo es la mejor manera de darle sentido a los días y a la vida, propia y de otros, por encima de circunstancias y obstáculos.

“Mi carrera empezó luego de varios intentos por abordar al presidente Adolfo López Mateos, que diario salía de Palacio Nacional a las tres de la tarde. Un guardia me sugirió: ‘Mándale una carta a Los Pinos’, y a los 15 días me contestó doña Eva Sámano, con una indicación para el director de la Escuela Nacional de Maestros.”

“Al terminar le llevé a regalar a doña Eva el Himno Nacional hecho con sopa de letras, y a los 17 años empecé como maestra en la escuela primaria Margarita Chorné y Salazar, primera odontóloga que obtuvo ese título profesional en nuestro país, en 1886. En esa escuela permanecí los siguientes 54 años ininterrumpidos. Cada año salían 35 alumnos, varios de los cuales ganaron la Olimpiada del Conocimiento a nivel nacional. Las materias las hacíamos jugando. Un juego con disciplina y responsabilidad, interactuando y aprendiendo, estimulándolos a superarse a sí mismos más que a competir.

“Les insistía en llegar puntuales, pues la idea de que mejor ayudaran a sus mamás me parecía robar su tiempo de estudio. Procuraba ayudarlos con lo que podía, libros, zapatos, viajes e incluso a conseguirles actas de nacimiento a no pocos de ellos, ‘con dos testigos que los conocieran’; a veces ni las propias madres o abuelas tenían datos. Los domingos daba clases en un tiradero de basura a los hijos de pepenadores y luego hice la licenciatura en educación básica en la Universidad Pedagógica. Hoy la educación está empachada y es saboteada por las tecnologías, con pocas opciones para que piensen por sí mismos.

Al país le urgen personas más preparadas y menos engañadas, por eso me he pasado la vida enseñando, estudiando y aprendiendo de mis alumnos. Pero la corrupción y la burocracia han sustituido a la vocación de servicio, no sólo en la educación, concluye.