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Para salir del pantano
L

a reforma educativa se empantana, entre otras razones, por la falta de atención acerca de lo esencial. La formación integral, intelectual y moral de los niños y jóvenes es un complejo proceso en el que intervienen acciones intencionales –por ejemplo, las de la escuela, las de los padres de familia, los programas educativos de la radio y la televisión, entre otras–, componentes de la educación formal. Pero en la educación intervienen también, múltiples influencias no intencionales de diverso origen: las experiencias de la vida laboral, las experiencias de la vida política, lo que vemos en la calle, la industria del entretenimiento (televisión, radio, Internet), múltiples aspectos de la llamada educación informal.

La reforma educativa, tan debatida, se ocupa exclusivamente de la educación formal, e ignora por completo la informal (incluso se ocupa sobre todo de cuestiones administrativas del aparato escolar). Se dirá que la educación informal no es responsabilidad del Estado, pero esto es incorrecto pues el descuido de los efectos de la educación informal se traduce en limitaciones o el total fracaso de los proyectos de educación formal y escolar; las posibilidades y resultados de la educación formal (como la lectoescritura) están fuertemente determinados por elementos específicos de la educación informal (por ejemplo, el abrumador predominio de la imagen).

Asuntos tan importantes como las motivaciones de los estudiantes, sus hábitos de pensamiento, su emocionalidad toda, su visión del mundo y de su entorno inmediato, están en gran medida determinados por las experiencias fuera de la escuela, sin responsabilidad de los maestros, y son factores de la personalidad y el carácter de los estudiantes, que condicionan sus posibilidades académicas.

Una de las grandes mentiras de la reforma educativa consiste en señalar a las deficiencias de la educación formal escolar como la causa de las desgracias nacionales (reproduciendo así la decimonónica ideología educacionista hace tiempo rebatida), y otra es cargar la responsabilidad central en los maestros, y afirmar que por eso ameritan un régimen laboral de excepción. Quienes sí ameritarían un régimen especial son quienes influyen, con grave perjuicio, en la educación de niños, jóvenes y adultos con la explotación mercantil irresponsable, sin exageración criminal, de los poderosísimos medios modernos de información, y con la publicidad comercial degradante.

Lo más absurdo de todo el lío de la reforma educativa es su irrelevancia en términos de la educación de los niños y jóvenes mexicanos. Las controversias no han logrado iniciar siquiera una verdadera discusión, pero han puesto en evidencia las meras opiniones y ocurrencias de varios actores (PAN, PRD, e incluso Morena) dominadas por prejuicios, mitos, falsas verdades, y una caricatura ridícula del complejo problema educativo: que los maestros den clases.

La reforma educativa no ha salido del pantano de lodos nada educativos en el cual está atorada desde hace tiempo. Esto ocurre porque la mayor parte de quienes debaten, pero no discuten (diputados, senadores y políticos de todo color), no han prestado la menor atención a los verdaderos problemas educativos, como son, cabe insistir, la motivación de los estudiantes, la definición de los fines de la educación, o el contexto cultural, crecientemente complejo, determinante de los posibles resultados de la labor de la escuela. También porque están interesados en otras cosas menos dignas que la educación y porque quienes sí saben de asuntos educativos –los educadores– le han fallado al país.

Sin duda, educadores relevantes en este asunto han sido los especialistas del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), organismo encargado de legitimar científicamente las absurdas reformas impuestas de manera despótica por el gobierno de Peña, tarea asumida por ellos con docilidad.

Los pedagogos del INEE fueron incapaces de siquiera iniciar una discusión seria acerca de la educación y su evaluación. Hay nociones clave en toda esta problemática: evaluación, fines de la educación, función del maestro. Pero el propio INEE fue incompetente para aportar siquiera un concepto claro de evaluación; llama evaluación a la aplicación de un examen, confunde evaluación con medición, ha sido incapaz de desarrollar los enfoques y métodos diversos de las imprescindibles evaluaciones educativas a partir del esclarecimiento de sus funciones alternativas: diagnósticas, formativas, administrativas (todas necesarias y válidas). El INEE también fue incapaz de criticar y superar la inane noción de calidad educativa. También fue incapaz de mostrar la complejidad de los procesos educativos y el carácter limitado de la responsabilidad de los maestros, y ha sido incapaz de evidenciar cómo los maestros son víctimas de fenómenos sociales, económicos y políticos no creados por ellos.

Pero para iniciar una fértil discusión (no debate, ni mucho menos controversia) sobre la educación es necesario primero resolver un problema político, auténticamente político, en el mejor sentido de la palabra, un problema de comunicación y concordia: el agravio que recibió el magisterio mexicano de parte del gobierno de Peña Nieto y sus cómplices: los partidos políticos, la dirigencia del SNTE, la OCDE, el INEE, los llamados organismos de la sociedad civil, empezando por Mexicanos Primero/Televisa (los mercaderes del entretenimiento enajenante y corruptor).

El desagravio tiene sólo un camino: la desaparición de la mal llamada reforma educativa de Peña y la desaparición total de sus consecuencias; ni un paso firme puede darse mientras un solo maestro esté sufriendo cárcel, despido, o limitación de derechos, resultado de esa reforma. Otras víctimas –como las de Nochixtlán– ya no tienen alivio.