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La suerte ya está echada

Crispación e insultos en el último debate entre los 4 aspirantes a gobernar España

Llovieron los intercambios verbales: mal educado, corrupto, irresponsable, impertinente, mentiroso

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▲ Los cuatro aspirantes a la presidencia del gobierno español. De izquierda a derecha: Pablo Casado, del PP; Pablo Iglesias, de Podemos; Pedro Sánchez, del PSOE, y Albert Rivera, de Ciudadanos.Foto Afp
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 24 de abril de 2019, p. 23

Madrid. El segundo round del debate electoral previo a las elecciones generales del próximo domingo en España fue más bronco, con más interpelaciones directas, incluso insultos. Los cuatro aspirantes a gobernar el país (Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias) recurrieron menos al monólogo y más a interrumpir y confrontar, a veces a gritos, a los adversarios. En las más de dos horas y cuarto de debate –incluidos los prolongados cortes para publicidad– se escucharon adejetivos como mentiroso, mal educado, irresponsable, impertinente, corrupto y falso.

El líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente del gobierno, Pedro Sánchez, cambió la estrategia que utilizó en el debate del pasado lunes, cuando intentó evitar el cuerpo a cuerpo y promovió los supuestos logros de su gestión de 10 meses.

Ahora, en la primera ocasión que tuvo, advirtió de forma enérgica sobre la amenaza latente de un triunfo de la extrema derecha, interpeló sobre todo al candidato de Ciudadanos (C’s), Albert Rivera, a quien acusó de mentir de forma reiterada y de ser una decepción. La casi inmediata ofensiva de Sánchez, el favorito en las encuestas, provocó que el resto de candidatos también se emplearan a fondo en las acusaciones y las descalificaciones, sobre todo Rivera y el aspirante del Partido Popular (PP), Pablo Casado. El candidato de Unidos Podemos (UP), Iglesias, alternaba ataques al mandatario con la defensa de algunas de las medidas que han impulsado juntos.

El debate electoral organizado por la empresa privada Atresmedia tuvo un formato más ágil, menos encorsetado y basado no en bloques temáticos, sino en preguntas directas que fueron planteando los dos periodistas que dirigieron la contienda, Vicente Vallés y Ana Pastor.

Se abordaron numerosas cuestiones que en el anterior debate no se tocaron de manera explícita, como el futuro de la actual ley del aborto, los planes de cada uno para regular la vivienda de alquiler, la política migratoria, en concreto el futuro de la valla metalizada y blindada con alambre de púas que divide España de Marruecos, la cual el actual gobierno socialista se comprometió a eliminar y que aún no lo ha hecho. Así como las devoluciones en caliente de indocumentados, que el gobierno español ha realizado a pesar de haberse comprometido a acabar con esa práctica. Incluso se llegó a hablar de un rubro que había permanecido prácticamente ausente no sólo en el anterior debate, sino en toda la campaña: la cultura, tema en el que los cuatro candidatos hicieron propuestas generales, sin apenas contenido.

Pero ayer hubo más crispación, sobre todo entre Sánchez y Rivera, que intercambiarion libros: el líder de C’s le regaló a Sánchez su propia tesis para que la lea, ya que se le acusa de haberla plagiado; a lo que el presidente del gobierno respondió con otra publicación de la autoría de Santiago Abascal, el líder de Vox, partido ausente del debate, que defiende un programa de extrema derecha, xenófobo, machista y populista.

Si hubo dos temas que incendiaron aún más el escenario fueron el fenómeno de la violencia machista, en el que el candidato socialista acusó a los dos líderes de la derecha (Rivera y Casado) de que si triunfa su fórmula de gobierno suscribirán las propuestas regresivas de Vox, que incluso exige la derogación de la ley que lucha contra la violencia machista, lacra que sólo en lo que va de año ha costado la vida a 17 mujeres.

El segundo asunto espinoso fue de nuevo la crisis territorial en España. Al respecto, Sánchez insistió: No es no. Nunca es nunca. Y falso es falso, para insistir en que durante su gobierno no se llevará a cabo ningún referendo que abra la puerta a la independencia de ningún territorio, en referencia a Cataluña. En este rubro el único que tuvo una propuesta diferente fue Iglesias, quien defendió la celebración de una consulta de autodeterminación, mientras los candidatos de la derecha repitieron como un mantra su mensaje: Sánchez está en manos de los enemigos de España, de los independentistas, de los terroristas y de los comunistas.

Tras el segundo debate, ahora sí la moneda está en el aire.

Sánchez e Iglesias, en sincronía cual pareja de baile; Casado, de apocado y titubeante pasó a verse agresivo, pero relajado; Rivera lució descolocado, chillón y protestón

Josetxo Zaldua, enviado

Madrid. La suerte ya está echada pero nadie sabe a ciencia cierta quién será el más favorecido por ella. Después del segundo y último debate entre los cuatro candidatos a la jefatura del gobierno de España las encuestas de salida apuntaron a Albert Rivera como el claro perdedor y a sus tres contrincantes, Pedro Sánchez, Pablo Casado y Pablo Iglesias como los ganones tras los 120 minutos de ásperos intercambios y, a veces, insultos.

Rápidamente se establecieron dos bloques: Sánchez e Iglesias y Casado con Rivera. El detalle no fue que, como sucedió en el debate del lunes, el Partido Popular y Ciudadanos trataran de acorralar a un Sánchez mucho más seguro de sí mismo, sino que Casado se dedicara también a atacar sin miramientos a Rivera. Era la guerra por la supremacía en el flanco de la derecha española, supremacía que es discutida desde la extrema derecha por Santiago Abascal y su partido Vox, que estuvo más presente que ausente en el último debate.

Mientras Sánchez e Iglesias parecían una sincronizada pareja de baile, aunque a veces hacían el esfuerzo de lanzarse alguna que otra puya para que no se notara tanto, los dos gallos de la derecha peleaban sin cuartel para ganar el fragmentado voto de ese sector ideológico.

Del apocado y titubeante Casado del lunes pasamos a un Casado agresivo pero relajado, como si las últimas 24 horas se hubiera sometido a un exhaustivo entrenamiento. En la otra esquina el catalán Rivera se vio incómodo, descolocado, chillón y protestón. Durante los 120 minutos de combate se dedicó a interrumpir reiteradamente a los otros tres, en especial a Sánchez. La actitud del líder de Ciudadanos desesperó al líder de Podemos, que no se aguantó las ganas y le espetó: usted es un maleducado, un impertinente. Rivera se quedó mudo.

Fue un debate muy dinámico, sin camisas de fuerza. No cambiaron las propuestas que ya habían presentado el lunes pero sí cambió la intensidad con que las hicieron y defendieron. Los moderadores le preguntaron a Sánchez sobre con qué partido negociaría para formar gobierno y el líder socialista respondió: por supuesto que con Ciudadanos no. Rivera y Casado aprovecharon la rendija para remarcar que el actual presidente español se aliará con los independentistas catalanes y con los terroristas vascos de Bildu. Sánchez optó por sonreír como toda respuesta.

La crispación desplegada por Rivera ayer se tradujo en un clamoroso abandono del centro político que hasta ahora presumía como exclusivamente suyo. Ya entró en la disputa sin miramientos por el liderazgo de las derechas provocando internamente desacuerdos en cuadros y militancia por una deriva que podrían hacérsela pagar en la urnas.

Y a menos que en los cinco días que quedan para la cita electoral la mayoría de los indecisos voten por el PSOE, es obvio que Sánchez necesitará el apoyo de Podemos y de catalanes y vascos para sacar adelante la investidura. Pablo Iglesias lo sintetizó con claridad: se acabaron los gobiernos de partido único.

Las encuestas publicadas el lunes pasado –ya se estableció la veda– dibujaban también que el bloque trifacho –PP, Ciudadanos y Vox– no lograrán los votos necesarios para formar gobierno, a menos que brinque la liebre y los indecisos opten por la derecha-ultraderecha. De modo que si los pronósticos se cumplen habrá gobierno liderado por el PSOE pero ese apoyo de Podemos y de los nacionalismos catalán y vasco no garantiza en absoluto la gobernabilidad.

Hace años el ex presidente socialista Felipe González vaticinó que España se encaminaba a una ingobernabilidad a la italiana pero, aclaró, el problema es que no somos italianos.