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Vox Libris
Cantar de los nibelungos
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Krimilda trastornada por sus pensamientos, ilustración de Johann Heinrich Füssli para Nibelungenlied, 1805, incluida en el libro
Periódico La Jornada
Domingo 21 de abril de 2019, p. a12

El Cantar de los nibelungos ocupa un sitio estelar en la literatura medieval europea y así fue reconocida por la Unesco en 2009, pues la incluyó en el patrimonio documental de la humanidad. El complejísimo entramado de argumentos, personajes, secuencias y diálogos propician un sinnúmero de interpretaciones. Con autorización de Ediciones Akal, La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento de esta obra con edición de Jesús García Rodríguez.

Una clase especial dentro de la sociedad medieval europea de la época del Cantar la constituían los caballeros (ritter en el alto alemán medio), miembros de la aristocracia guerrera. Como bien explica Bumke (1991, p. 46 ss.), la palabra latina utilizada durante la Edad Media fue miles, cuyo sentido primero más general de ‘‘militar” (ya identificado con la nobleza) se afinó hacia los siglos X y XI al oponer milites (guerreros a caballo y fuertemente armados) a pedites (soldados de infantería). El primer término fue el que empezó a aplicarse a sí misma una parte de la nobleza durante el siglo XII. Ese ennoblecimiento del término es el mismo que experimentó en otros países el término caballiarius, en castellano y a chevalier en francés. La palabra ritter (literalmente ‘‘jinete”) se documenta por primera vez en la segunda mitad del siglo XI, y el hecho de que no exista en antiguo alto alemán hace sospechar que se trata de un neologismo inspirado por los términos caballarius o chevalier, y se empleó en la lengua vernácula para sustituir al término latino miles. El sustantivo, por influencia seguramente del uso francés, empezó a desarrollar un sentido honorífico, meliorativo, que se hizo evidente en el significado del adjetivo derivado de él, ritterlich, como ‘‘magnífico, excelso, extraordinario”. En el Cantar, este sustantivo va acompañado usualmente de adjetivos que destacan cualidades moralmente positivas: guot (bueno), edele (noble), gemeint (excelente), etc., algo habitual en la literatura del momento; lo que revela que el caballero empezaba a dejar de ser un fenómeno social para convertirse en uno ideológico, al vincular la lucha y la guerra con la religión y crear el ideal del ‘‘guerrero cristiano” (miles Dei, miles Christi), seguramente por influencia de Cluny. Ello también explica la construcción de rituales religiosos o semirreligiosos en torno a ese estado de caballero, como el de la toma de armas (wafen nemen) o el de la recepción de la espada (swert nemen) en el que participa Sigfrido, descrita en el Cantar (estr. 26 ss.). Los caballeros, al principio una clase profesional, se fueron convirtiendo en una clase por nacimiento. La orden caballeresca (ordo militaris) recibió tal nombre, en un principio, como oposición al ordo ecclesiasticus, la orden clerical, pero a partir del siglo XII y tras las cruzadas tomó un nuevo significado y empezó a denominar las distintas órdenes caballerescas que comenzaron a proliferar en Europa y también dentro del Imperio Romano Germánico, y a un estamento entero caracterizado por su especialización militar y su formación cultural y religiosa superiores. En este sentido, el uso del término ritter en el Cantar es, una vez más, anacrónico, e incluye los significados y connotaciones de esa palabra en la época de composición del poema épico, y no los de las épocas a las que hace legendaria referencia (épocas en las que el término no existía como tal).

El estamento caballeresco (cuyos representantes femeninos eran las damas, diu vrouwen) estableció en torno a la corte su nuevo campo de batalla hacia el siglo XII, y construyó en torno a sus actividades toda una cultura, y también una serie de nuevos símbolos y valores. Sus actividades características, o aquellas en la que todos esos valores y símbolos se desplegaban, eran las justas y torneos, las fiestas y los rituales caballerescos, en todos los cuales hacían gala de sus escudos de armas y de sus vestimentas características. Así, el festival de la corte imperial de Mainz de 1184, documentado por varias fuentes, sirvió de ocasión para el despliegue de todo el esplendor imperial de los Staufen: a él acudieron de 20 mil a 60 mil personas, 2 mil de ellas caballeros, que participaron en las diferentes justas allí celebradas. En el Cantar cobran gran importancia esos torneos –fundamentalmente el tjost o justa y el buhurt o melée– y esas fiestas, por ejemplo en las tres bodas que se celebran en él: la doble boda Sigfrido-Krimilda y Gúnter-Brunilda en Worms (aventura X) y la boda entre Krimilda y Étzel en Viena (aventura XXII). En ellas, todo el dispendio, el boato, la generosidad y el esplendor, junto con los torneos de armas, se articulan como muestras y símbolos de poder de la monarquía y de la nobleza, y como espacio de maniobras políticas, sociales y culturales de los caballeros y sus damas.

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Esa cultura produjo una serie de ideales y de virtudes caballerescas, constituidos como fusión de elementos germánicos, cristianos, grecorromanos y andalusíes, como ya demostró Ernst Robert Curtius, y que se movían constantemente ente las dicotomías mundanidad-espiritualidad, existencia terrena-existencia tras la muerte y belleza-pecado. Los tres ideales caballerescos principales, de estirpe eminentemente feudal, eran el servicio y la lealtad al señor feudal, el servicio y la lealtad a Dios (el caballero cristiano) y el servicio y lealtad a la dama (Frauendienst, vrouwendienest). El ideal del servicio al señor feudal es central en el Cantar, y sin duda está representado de manera ejemplar en la figura de Hagen de Trónegue, pero aparece una y otra vez en el poema (lealtad de Sigfrido a Gúnter, de Rúdeguer y Díetrich a Étzel, de Hildebrando a Díetrich, etc.). De hecho, uno de los conflictos presentes en numerosos pasajes del Cantar lo constituye la oposición entre un vasallaje duro, más antiguo y de raíz militar, y otro tipo de relación de subordinación que se ha querido llamar ‘‘ministeridad” (Ministerialität), mucho menos estricto y militarizado, y más propio de una cultura en proceso de urbanización. El Cantar –en tanto se arroga una incardinación en una tradición antigua, ya desde su primera estrofa– se decanta por la primera forma de relación jerárquica, y por eso el panorama social e interpersonal que ofrece es arcaico y arcaizante; pero al tratarse de un valor caballeresco –tanto en esa época legendaria como en la contemporánea al Cantar, por mucho que la sociedad feudal hubiera cambiado–, el público de la nobleza era capaz de identificarlo y valorarlo como tal. El servicio y lealtad a Dios, propio del caballero cristiano, brilla más bien por su ausencia en el Cantar; se ha hablado mucho de esa especie de ‘‘ateísmo en la práctica”, de una ‘‘puesta entre paréntesis de Dios” del poema, y lo cierto es que no abunda en ejemplos, en especial en la primera parte. Quizá el obispo Pilgrim sea el único ejemplo reseñable, aunque su acción y posición en el Cantar es eminentemente mundana. Lo cierto es que en el Cantar hay únicamente un barniz cristino, absolutamente formal (misas, catedrales, obispos, fiestas del calendario) e insignificante para el núcleo de la acción, lo que le convierte en una obra singular dentro de la Edad Media europea fuera de Escandinavia.

El servicio a la dama, derivado de los anteriores e imprescindible y ubicuoen la lírica del Minnesang, aparece también aquí y allí en nuestra epopeya, aunque no de forma tan desarrollada como en la lírica. Aparece en el Fernliebe o Fernminne (amor a distancia) de Sigfrido por Krimilda en la aventura III, donde se nos dice que Sigfrido ‘‘pensó en el amor cortés” (do gedaht uf hobe minne, estr. 45) y en cortejar, por tanto, a la princesa burgunda. Sin duda, la visión de la mujer y del amor que ofrece la épica es más realista que la de la lírica, y no está sometida a la misma extrema idealización; Krimilda y Brunilda son damas con numerosos defectos morales y como tales son presentadas. Por ello mismo, ese ‘‘amor cortés” que quiere practicar Sigfrido se entremezcla en el Cantar con la que podemos llamar razón de Estado o en todo caso con intereses políticos de unir dos casas reales. Algo similar sucede con el cortejo de Étzel a Krimilda en la aventura XX. El caso de ‘‘amor a distancia” de Gúnter por Brunilda en la aventura VI es igualmente significativo, es un reflejo exacto del ‘‘amor de oídas” de Jaufré Rudel y los trovadores occitanos, y sí parece en este caso más cargado, en apariencia, de elementos poéticos: Gúnter afirma que quiere, por ganar el amor de Brunilda, ‘‘arriesgar mi propia vida” (wagen minen lip, estr. 327)...