Opinión
Ver día anteriorDomingo 31 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mar de Historias

Tres alegres viajeras

E

n el departamento de contabilidad sólo trabajamos Isaura, Lourdes y yo. Nos hemos hecho amigas y desde hace tiempo salimos juntas en las vacaciones de Semana Santa. Por lo general vamos a Veracruz y nos hospedamos en la Casa Peniche. Un sitio muy limpio, seguro, económico y con dos ventajas adicionales: no hay que subir escaleras y queda cerca del malecón.

Hacemos el viaje en la camioneta que nos presta Juan José, el ex marido de Isaura (se llevan mejor desde su divorcio.) Ella y Lourdes se encargan de manejar. Como no sé hacerlo, me limito a ayudarlas cuando necesitan algo y a tomarles fotos. Mientras posan las imagino, al regreso de las vacaciones, mostrándoselas a nuestros compañeros de trabajo y contando, algo exageradas, nuestras aventuras: insignificancias, pero que a nosotras nos divierten y nos dan tema de conversación por un buen tiempo.

¿Cuántas veces hemos repetido la historia del guitarrista que el año pasado, en un restorán, dedicó dos de sus interpretaciones a Lourdes? Ella se hacía la indiferente, pero Isaura y yo nos dimos cuenta de que estaba fascinada con el guitarrista. Cada vez que se lo recordamos Lourdes lo niega, pero se pone toda colorada y los ojos le brillan. Nos gusta verla así y no como está siempre, tristona, mustia. Tal vez se deba a que, cuando era niña, la relación con su padre fue muy difícil. No invento. Ella me lo contó sin entrar en detalles.

II

Desde nuestro primer viaje establecimos algunas reglas: dejar los problemas en la casa, olvidarnos de nuestras enfermedades y pagarlo todo (inclusive las propinas) entre las tres. Para llevar las cuentas Isaura se pinta sola y es muy rigurosa: en una libretita va anotando nuestros consumos y al final divide. Mientras realiza la operación su aspecto aniñado se acentúa y puedo imaginármela como una estudiante aplicada haciendo un ejercicio en el salón de clase.

El hecho de que nos hayamos fijado esas reglas no impide que a veces, sin darnos cuenta, caigamos en los temas prohibidos. Imposible, por ejemplo, no hablar de los problemas en el trabajo. Últimamente ha habido muchos despidos en la oficina, a veces muy injustos. El de Aurelio, por ejemplo.

Llegó a la empresa como auxiliar en 1988. Con grandes esfuerzos fue ascendiendo hasta convertirse en jefe de área. A principios de enero, para celebrarle sus treinta años de antigüedad, le dieron un diploma. Lo enmarcó y lo puso detrás de su sillón, a la vista de todos. Por hacerle la broma le decíamos: Si le entregaron este premio ahora, ¡imagínese el que le darán cuando llegue a los cuarenta!

Aurelio se reía y disfrutaba por adelantado del fututo reconocimiento sin imaginarse que a principios de marzo iban a despedirlo.

El departamento de contabilidad está junto al de recursos humanos de la empresa, así que todas escuchamos la forma en que Aurelio le suplicó al licenciado Arreola que le diera otra oportunidad, necesitaba el trabajo: su mujer padece de un mal crónico y las medicinas que toma son carísimas.

Arreola se limitó a decirle que lo sentía mucho, pero necesitaba que desocupara su oficina esa misma tarde.

Mientras Aurelio vaciaba el escritorio y metía sus cosas en una cajita de cartón, Patricio, el vigilante, estuvo todo el tiempo con él y después lo acompañó hasta la puerta: no creemos que por amabilidad, sino para comprobar que el ex jefe de área se llevara sólo su cafetera, el retrato de su mujer y el pequeño diploma ganado por 30 años de eficiencia, honradez y puntualidad en la compañía.

Aurelio llamó varias veces a la oficina. Quería saber si ya estaba ocupado su puesto o si veíamos posibilidades de que Arreola lo recontratara, aunque fuera en un cargo inferior al que había tenido.

Oír eso y no poder darle una respuesta positiva ni esperanzas significaba una presión muy fuerte, hasta que al fin Lourdes le dijo que no perdiera más tiempo y mejor buscara trabajo en otra empresa.

III

Todo eso sucedió mientras nosotras hacíamos planes para las vacaciones.

Era injusto, pero no estaba en nuestras manos cambiar nada; sin embargo, nos fuimos al viaje con una espinita clavada en la conciencia.

Más de una noche hicimos a un lado la prohibición de hablar de problemas y salió a relucir el caso de Aurelio, la situación desesperada por la que estaría atravesando y el temor de vernos alguna vez en una circunstancia semejante. Sólo de pensarlo Lourdes se puso a llorar.

Isaura la llamó al orden y de paso a mí: Acuérdense que estamos aquí para divertirnos. Les propongo que salgamos al malecón y luego decidimos dónde cenar.

Así llegamos a Mi cielo azul, el restaurante donde el guitarrista se mostró tan amable con Lourdes. Para las tres aquella noche será un muy grato recuerdo que podemos contar muchas veces al regreso.

IV

Falta todavía para las vacaciones de este año. Aún me queda tiempo para dejarlo todo en orden en la oficina y en mi departamento.

Hace cuatro meses mi hermano Gerardo me pidió que lo dejara vivir conmigo un tiempo, mientras se reponía de su separación de Alicia.

Lejos de verlo más sereno, cada día me parece más angustiado y deprimido.

Bebe. Temo dejarlo solo, pero no pienso renunciar al viaje.

Necesito un cambio de aire, salirme de la rutina, ver algo distinto a lo que miro todo el tiempo a través de mis ventanas: azoteas con tanques de gas, muebles inservibles, macetas rotas, tendederos, llantas, ropa tendida.

Estoy cansada de ese paisaje tan árido, pero sé que voy a extrañarlo cuando esté de vacaciones y espere el momento de volver a tenerlo enfrente.

A mis amigas les sucede lo mismo.

No lo dicen, pero con ciertas actitudes lo demuestran. Siempre, a punto de terminarse nuestro descanso, salimos de compras.

Entonces no falta quien diga, al entrar en un almacén: Me gusta aquel florero para mi casa. ¡Qué hamaca tan divina! Colgada del techo se verá linda.

Así, con esas expresiones domésticas comenzamos el viaje de regreso a la vida de todos los días y a nuestro paisaje inmediato.

Traemos con nosotras regalos, artesanías, fotos y el recuerdo de nuestras aventuras junto al mar.

Las contaremos una y otra vez hasta la próxima Semana Santa que nos vayamos las tres de viaje.