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Nosotros ya no somos los mismos

En manos de quién dejar la educación de los hijos // El derecho a equivocarse es una osadía

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▲ En el clero se promueve el derecho a la equivocación en algunas cosas y no se declara a nadie culpable.Foto Pablo Ramos
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on esta entrega pienso dejar finiquitados los lamentables asuntos a los que me referí las pasadas semanas: más vale graciosa huida que una apasionada entrega. Así podríamos llamarle a la crónica que nos muestra, sin ambages, las grandes diferencias que existen entre confiar la formación ética de nuestros hijos, a unos pelafustanes, profesores de escuelas normales públicas, laicas, patrioteras (llámense la CNTE o el SNTE, todos son unos perdularios, ganapanes, malos ejemplos) o ponerlos en las manos, consagradas, de los discípulos impolutos del impolutísimo comandante Marcial Maciel.

¿Recuerdan ustedes que, presa de una mística alucinación, el reverendo P. (La P quiere decir padre. ¿Lo será de a devis?), Carlos Luján Valladolid, director general del Instituto Cumbres, estrelló su auto contra el de unos jóvenes que viajaban unos metros adelante? ¿Recuerdan que no sólo no se detuvo a comprobar que alguien requiriera de una de las funciones esenciales de su ministerio: ayudar a bien morir, sino que huyó, llevándose como trofeo de su hazaña a un joven botarga que, como tal, botaba de un lado al otro del cofre, agarrado no sé con qué, mientras fotografiaba con su celular al sicópata, quien con su prístino alzacuellos, le hacía señas procaces o, nunca sabe, se le daba su bendición.

Pues si regreso a este asunto tan de nota roja, (roja carmesí), es por dos razones. La primera es que releí la confesión que el padrecito L.L. (léase legionario Luján), hizo publicar en varios periódicos, más cómica que la ridícula película del mismo nombre, protagonizada por Cantinflas. En ese alegato exculpatorio del reverendo Luján me descubrió un principio de derecho que desconocía, pese a mis intensos estudios sobre Domicio Ulpiano, Paulo, Justiniano, Protágoras (y demás colonia Polanco). Se los transcribo al pie de la letra y hagan ustedes su juicio. Dice L.L.: Todos tenemos nuestras fallas y limitaciones, todos tenemos derecho a equivocarnos. ¡On the Mother! Imaginen el vuelco de la historia: Héroes y villanos todos de cabeza.

¿Quién, al ejercer su derecho a equivocarse hizo más daño, de ese daño que es irreparable a la humanidad? ¿Dwight Eisenhower que se opuso terminante e inútilmente a que el Enola Gay culminara el 6 de agosto de 1945 el Plan Manhattan y lanzara sus bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945), con costo de miles de vidas, o, Harry S. Truman, que consideró indispensable, para domeñar al Japón y a la vez impedir que la URSS siguiera siendo el ganón de la llamada Segunda Guerra Mundial, asumir el costo de miles y miles de vidas de la población civil japonesa. Conozco las más opuestas opiniones al respecto, pero me concreto a transcribir el fallo del ayuntamiento de Hiroshima emitido en 1958: Ninguna nación en el mundo debería permitirse la equivocación del uso de armas nucleares. ¿Harry S. Truman ejerció su derecho a la equivocación?

El 30 de noviembre de 1994 –¡Por fin! Terminaba la venta de garaje en que la mafia salinista había convertido a la administración pública nacional. El grito de batalla, la consigna, la divisa de familia que había permeado a todos los rincones del aparato gubernamental y que se resumía en la breve, pero contundente verdad: Para el 10% (por adela), nada es imposible. De forma contundente, sistemática desde los inicios del sexenio hasta el último día de noviembre de 1994, la misión se cumplía a cabalidad: desmantelar el Estado, privatizar o subastar al capital extranjero los bienes que la Constitución establece que, de manera inalienable, imprescriptible son propiedad de la nación. Salíamos de la peor etapa de perversión institucional, del sexenio de las corruptelas sublimadas, de la gran hipocresía que no se conformaba con exaccionar, expoliar a todos los mexicanos sus escasos o vastos bienes clasemedieros, sino que, además, reclamaba el reconocimiento y gratitud de la gleba ignara y sumisa a la que, estaba convencido con sus engañifas la mantenía cooptada. Salinas, además de la inmensa fortuna acumulada, necesitaba, enfermizamente el reconocimiento de lo que nunca fue: un líder, un patriota, un estadista, una persona grata, amable, aceptada. La prueba una vez más fue el ingenio popular: Robin Hood al revés. Robó a los pobres para favorecer a los ricos.

Pero, un minuto después, llegó Ernesto Zedillo…..

Una vez más me equivoco. No pude terminar con mi cometido. Quería poner otro ejemplo muy cercano y de graves consecuencias colectivas que puede provocar el derecho a equivocarse, sobre todo en los hombres de gobierno o de gran influencia económica o social. Después de unos próximos renglones sobre Ernesto Zedillo, el más desclasado de los presidentes priístas, podremos preguntarnos: ¿Tenían uno u otro –Salinas/ Zedillo–, derecho a equivocarse, de tal manera que hundieran a sus compatriotas en la miseria y la desesperanza? ¿Quién es el culpable de ejercer el derecho a la equivocación? Díganlo ustedes, pero sólo piensen: las dinastías Salinas y Zedillo serán cada vez más opulentas e irresponsables sobre una vieja querella que sus antepasados provocaron con su pueblo. Los millennials, de estos tiempos, ya obesos y artríticos entonces se lamentarán y se las mentarán pero …pero, so sorry Margarito.

PD. Tengo un recado del SEÑOR José Emilio Pacheco, para un tal Goyri. Por favor avisarle que de ser de su interés, puede leerlo (si puede) en este sitio.

Twitter: @ortiztejeda