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Inversión: asignatura pendiente // Pasar del discurso a los hechos

C

omo parte de su luna de miel con la cúpula del sector empresarial, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha subrayado que no podrá concretarse la meta de crecer 4 por ciento anual sin la inversión privada –nacional y foránea–, de tal suerte que ese sería el quid para reactivar una economía que permanece pasmada desde hace más de tres décadas.

Cierto es que sin inversión pública y privada no hay crecimiento y, también, que la declaración de López Obrador motivó aplausos y abrazos de las cabezas visibles de los organismos cúpula, pero urge pasar de los discursos a los hechos. Ello, porque, por ejemplo, año tras año los integrantes del Consejo Mexicano de Negocios (el club de ricos entre los ricos del país) se reúnen con el mandatario en turno y prometen inversiones de ensueño que a final de cuentas condicionan o incumplen, al igual que la anunciada por el sector público.

De ello da cuenta un análisis del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC), del que se toman los siguientes pasajes: la desaceleración de la inversión productiva es una de las herencias que recibió la administración de López Obrador. La baja inversión pública y privada no es algo coyuntural, es un problema sistémico que se generó desde hace casi cuatro décadas y que se ha exacerbado en años recientes.

La numeralia del IDIC es contundente: entre 1980 y 1989 la inversión pública disminuyó a la mitad en términos reales. De acuerdo con el Inegi, entre 1993 y 2015 la variación de la inversión pública creció a una tasa promedio de -0.1 por ciento. Hoy se invierte no sólo menos que en 1993, sino la mitad de lo que se realizaba en 1980 (y desde entonces, cuando menos, los ricos entre los ricos prometen multimillonarias inversiones).

Es claro, subraya el IDIC, que durante los pasados 36 años la parte pública dejó de cumplir su parte. Ello dejó la responsabilidad en la parte privada. El problema es que el entorno macroeconómico no ha sido propicio para fomentarla. Entre 1980 y 1989 la inversión privada no creció en términos reales, fruto de la década perdida. Si bien existió una recuperación durante la década de los 90 (aumento de 10 por ciento en promedio anual), la primera década del nuevo milenio mostró que ello no era sustentable, porque fueron flujos extraordinarios generados por la privatización, la apertura económica y la adopción de un modelo de exportaciones basado fuertemente en la maquila.

Entre 2000 y 2009 el crecimiento de la inversión privada fue solamente de 2.6 por ciento como promedio anual. La crisis de 2009, la competencia china y el agotamiento del modelo maquilador provocaron que la inversión perdiera fuerza. Si bien existió recuperación entre 2010 y 2012, cuando el promedio de incremento de la inversión privada se elevó a 7 por ciento, también ocurrió al mismo tiempo que la parte pública disminuía 5.7 por ciento.

La inversión en el país –pública y privada– registró un crecimiento anual promedio de 2 por ciento en los pasados cuatro sexenios (Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto), y el que recién concluyó fue el de peores resultados: desplome de 5.2 por ciento en inversión pública, y un incremento de uno por ciento si se considera la privada. La estadística del Inegi muestra un pronunciado descenso en el renglón citado, y en él la debilidad estructural es evidente: el crecimiento promedio en el gobierno de Peña Nieto fue de uno por ciento, apenas una tercera parte de la reportada en 1994, cuando nuestro país ingresó al TLCAN.

En México existen notorias carencias de infraestructura, pero la inversión se frenó, con todo y que el sector público contó (2003-2017) con ingresos excedentes cercanos a 4 billones de pesos.

Las rebanadas del pastel

El presidente López Obrador dijo no al tóxico proyecto minero a cielo abierto Los Cardones, en Baja California Sur, concesionado a Desarrollos Zapal. ¿De quién es la empresa? De la familia Salinas Pliego.