Opinión
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Mar de Historias

Un reflejo especial

V

íctor y Lilly se conocen desde 2011. Ese año él fue a instalar su despacho de avalúos en el edificio de Palma donde ella sigue trabajando con un técnico dental. Una tarde coincidieron en el elevador: Es muy antiguo. Le advierto que a veces se queda parado –dijo ella. Él agradeció el aviso y a partir de entonces, gracias a encuentros más frecuentes, nació una amistad que ha ido fortaleciéndose.

Desde el principio Lilly sintió atracción por él. En algún momento tuvo esperanzas de ser correspondida. No fue así, pero se conforma con ser su amiga. Le gusta verlo, compartir con él la mesa en algún café, oírlo hablar con sentido del humor y conocimientos. Le asombra la información que tiene y la manera con que lo analiza todo, excepto la política. No quiere que vuelva a suceder lo que ocurrió con su hermano Luis: dejó de hablarle por tener opiniones distintas a las suyas.

Fuera de eso, en sus conversaciones abordan asuntos muy variados: desde conflictos en el trabajo hasta problemas económicos o de salud. Cuando tocan este asunto, él es mucho más explícito y directo, siempre llama las cosas por su nombre, lo que le provoca a Lilly cierta incomodidad.

II

Una noche, mientras caminaban rumbo a la estación del Metro, Víctor le pidió excusas por acaparar siempre la conversación. Era injusto y además le gustaría que ella participara más. ¿Cómo? Pues hablándome de tus cosas. En serio, me interesan. La próxima vez que nos veamos quiero oírte.

Esa muestra de interés revivió las antiguas esperanzas de Lilly. Ilusionada, buscó enseguida alguna experiencia personal que pudiera impresionar a su amigo. No encontró ninguna. Su vida era plana, estaba surcada por caminos directos, sin recovecos, todos recorridos de prisa. De la casa a la escuela y después a la academia; de allí al trabajo en Mar Mediterráneo y desde hace años a su segundo empleo, en las calles de Palma. Los únicos estímulos: recibir su sueldo y, algún día, mejorarlo.

Ninguno de esos asuntos podía ser un buen tema de conversación. Así que a la siguiente vez que se reunió con Víctor se puso a hablar de la familia y sus secretos. Él, más que interesado, divertido, le preguntó si no tenía ninguno. Ella tardó en contestarle. Habló de un hurto que cometió de niña en una tienda departamental; de una historia inventada que puso en peligro la estabilidad familiar, del primo seminarista al que vio besándose con su prima Friné. A esas revelaciones siguieron otras que no pasaban de meras anécdotas. Aun así, Víctor las agradeció y a la fecha se enorgullece de conocer mejor que nadie a Lilly. Entre otras cosas, nada más él sabe que su verdadero nombre es Librada.

Se lo pusieron en memoria de la abuela materna, a quien sólo conoció por fotos. Cuando le dicen que es muy parecida a ella, Lilly se acaricia el mentón para asegurarse de que –al menos– no heredó el prognatismo de doña Librada Primera.

En esa forma de llamarla no hay ironía. Su abuela fue reina de los alfareros de Ciudad Medina. Documenta el hecho una fotografía en la que aparece, muy joven, tocada con una corona, vestida de blanco, envuelta en una capa de armiño –“debe haber sido vil conejo“– y con un cetro en las manos. En la cartulina al revés de la foto se lee: Su Majestad Librada Primera.

III

Por todas las revelaciones que le ha hecho, aunque nunca la haya tratado, Víctor cree conocer a la familia de Lilly. Hay días en que ella lamenta haber hablado con tanta sinceridad. Corre el peligro de que, si llegan a distanciarse, él se lo cuente todo ¿a quién? Sin respuesta posible, se arrepiente de su desconfianza y cuando vuelve a encontrarse con su amigo duplica sus amabilidades y, ¡claro!, le refiere algo que te juro que jamás le he dicho a nadie.

Hace dos semanas, durante su último encuentro, él la interrumpió a mitad de una revelación: Mujer: la aventura secreta de tu tía Nacha con el herrero me la has contado por lo menos tres veces. En la última, hubo un cambio: convertiste al sujeto en ebanista.

Avergonzada, Lilly se preguntó cuántas veces habría cometido el mismo error de repetir anécdotas. En adelante sería cuidadosa. Como ejercicio mental, durante horas buscó en su memoria hechos que pudieran interesar –¿cautivar?– a Víctor. Otra vez no encontró nada, pero la casualidad vino en su auxilio.

IV

Al fin hoy tiene la oportunidad de conquistar su meta. Esperó el momento oportuno para decirle a Víctor que el sábado había visto a Leopoldo (no dijo que de casualidad y por breves minutos). Como lo imaginaba, la noticia intrigó a Víctor: Nunca me lo habías mencionado. ¿Quién es? “Un novio al que quise mucho.

Todas mis compañeras de la academia estaban enamoradas de él. ¿Y cómo no? Era guapísimo y tenía mucho estilo. Sin que yo lo buscara, Leopoldo empezó a cortejarme. Fuimos novios tres años.

Pensábamos casarnos, pero su familia me levantó falsos y nos separamos. Fue algo muy doloroso. Tardé mucho en recuperarme y ahora que volvimos a encontrarnos...”

Víctor permanece inmutable. Lilly piensa que tal vez haya ido demasiado lejos en cuanto a los pormenores del encuentro y con eso nada más haya logrado que él vuelva a su papel de un buen amigo con quien puede hablarse de todo, menos de política.

Está en un dilema: no puede retroceder y tampoco desandar el poco espacio conquistado. Tiene que arriesgarse y disparar en dos direcciones: No sé qué pienses, pero creo que nunca deberíamos encontrarnos con personas a quienes dejamos de ver durante muchos años: corres el peligro de que te decepcionen, de que se rompa la imagen que tenías de ellas.

“¿Quieres decir que Leopoldo te decepcionó? –pregunta Víctor con precipitación. No, para nada. Sigue siendo un hombre muy interesante, atractivo, dinámico, pero hay algo que ha perdido. No sé que es. Puede que lo sepa cuando volvamos a vernos. Lilly calla en espera de algún comentario. Víctor no dice nada. Se concreta a mirarla y ella nota en sus ojos un cambio, un reflejo especial: el brillo de los celos.