Opinión
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Dinámica económica de hoy: la última
C

oncluyo una docena de notas orientadas a compartir algunas características de la dinámica económica contemporánea. Han tenido como referencia la evolución de la –todavía hoy, acaso por no mucho tiempo más– primera economía del mundo, la estadunidense. No omito decir que en su presentación, durante seis meses, he identificado coincidencias con reflexiones de estimados compañeros de La Jornada: León Bendesky (políticas públicas y desempeño de mercados), José Blanco (ruta para una vida digna), Julio Boltvinik (mirar y decidir el futuro), Gustavo Gordillo (inercias y transformaciones), Alejando Nadal (continuidad y transformación), Orlando Delgado (crecimiento y desigualdad) y John Saxe Fernández (horizontes y perspectivas), entre otros.

Asimismo, con compañeros que dan seguimiento a la información económica: Roberto González, Juan Carlos Miranda, Miriam Posada e Israel Rodríguez, también entre otros. No los omito. Tampoco olvido recordar autores con los que es necesario mantener una reflexión, como Michael Roberts, Cyrus Bina, Gérard Duménil, Dominique Levy, Michael Roberts, John Bellamy Foster, Guglielmo Carchedi, Ben Fine, Duncan Foley, Simon Mohun, Anwar Shaik, Fred Moseley, Deepankar Basu, Makoto Itoh y Costas Lapavitsas, entre otros y citados en desorden.

Me he permitido recomendar el estudio de autores de las escuelas de economía que intentan abrirse al pensamiento crítico. Muchos de ellos próximos a prestigiosas publicaciones, como Monthly Review, New Left Review, International Socialist Review, Review of Radical Political Economy, de la Union for Radical Political Economics (URPE, que celebró sus primeros 50 años en 2018).

Presentan una visión crítica del futuro. Y es que, como se pregunta Roberts al citar el reporte sobre la riqueza en el mundo preparado por la empresa financiera suiza Credit Suisse, ¿cómo es posible que sólo uno por ciento de la población mundial posea 48 por ciento de la riqueza? Además de dramático es escandaloso. O incluso –añade nuestro estimado autor británico avecindado en Nueva York– ¡resulta terrible que 10 por ciento de la población posea 85 por ciento de la riqueza! ¿Qué hacer? Se preguntan múltiples analistas críticos no sólo del mainstream, sino del keynesianismo en su vertiente más progresista.

Y en ese contexto analizan la terrible deuda contemporánea, la débil desregulación y la crisis financiera, que caracterizan un controvertido y decepcionante mundo actual. Sí, un planeta con la deuda más grande de su historia, no sólo en términos absolutos, sino en relación con los volúmenes de producto y de inversión.

Enorme en relación con volumen y estructura de un empleo, caracterizados por un porcentaje creciente de precariedad y de salario relativo menor. Sí. Frente a esa enorme deuda hay empleos insuficientes respecto de quienes los buscan. Pero también de menor calidad y menor ingreso relativo respecto de las características de la situación previa a la crisis de mediados de 2006 en adelante. ¡Y qué decir del equipamiento excesivo, de la capacidad utilizada menor! ¡De la depresión de la rentabilidad general de la economía! ¡Y del agudo ataque a las condiciones laborales, que ha conducido a mayor control y disminución de salarios y prestaciones! ¡Terribles fenómenos!

No obstante todos los esfuerzos emprendidos, el producto mundial crece lentamente. Y el comercio mundial también lentamente. Por eso, entre otras cosas, la disputa económica entre Estados Unidos y China se agudiza. Y las corporaciones financieras aguzan su ingenio para no perder el dominio relativo derivado de la larga fase depresiva vivida a partir de la crisis. Y se profundiza el debate sobre las formas de fortalecer la demanda efectiva y recuperar la rentabilidad, según diría recientemente Anwar Shaik. Y no se ven salidas. Así de simple. De veras.