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Penultimátum

Obras maestras para lavar la imagen

U

na de las formas que utilizan los nuevos magnates para invertir sus fortunas es adquiriendo obras de arte. Como Román Abramóvich, el hombre más rico de Rusia gracias al petróleo y al acero y a su amistad con el presidente Vladimir Putin.

Ha invertido 300 millones de euros en la construcción de su museo en una isla artificial de ocho hectáreas en San Petersburgo. Albergará su colección de pintura en la que destacan obras de Pollock, Rothko, Hopper, Lucien Freud y Bacon, así como de los principales artistas rusos. Quien lo asesora en las adquisiciones es su novia, Daría Zhukova.

Abramovich no sólo llama la atención por su colección de arte, sino por los métodos que utilizó para enriquecerse: amenazas a sus competidores, sobornos, apropiación indebida de empresas, fraude en préstamos. Ha salido ileso, aunque existen pruebas de los delitos que ha cometido. Ayudar a Putin a ganar la presidencia, garantiza impunidad.

Otro magnate ruso con oscuros antecedentes que adquiere obra de grandes pintores es Dmitry Rybolóvlev. Compró en 21 millones de dólares Au Lit: Le Baiser, de Toulouse-Lautrec.

Quien es señalado como autor intelectual del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul, también es gran colecconista: el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salmán. En 2017 adquirió en 450 millones de dólares un oleo de Leonardo da Vinci: Salvator Mundi, que perteneció a Rybolóvlev. Su presunto destino: la nueva sede del Louvre en Abu Dabi. Pero se desconoce el paradero de la pintura.

Para el escultor Ricardo Regazzoni, las adquisiciones que efectúan multimillonarios sin conocimientos del arte expresan el deseo de lavado de imagen ante el público y una especie de compra de indulgencias de salvación moral.

El arte, agrega, pierde así su valor espiritual para convertirse en un objeto de valor profano, oculto al ciudadano común y corriente. Por eso los precios desorbitados en las subastas.