Cultura
Ver día anteriorSábado 5 de enero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Disquero
La música de 2019
Foto
 
Periódico La Jornada
Sábado 5 de enero de 2019, p. a12

El año musical 2019 se volcará hacia Hector Berlioz, de quien el 8 de marzo se cumplirá su sesquicentenario luctuoso.

La Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México, la OFUNAM, se lleva la primicia: presentará en vivo esa partitura colosal este 20 de enero en su sede, la sala Nezahualcóyotl.

Aunque no se trata de la efeméride redonda de 2019, ya resulta evidente que las orquestas y los estudios de grabación discográfica se volcarán hacia la obra de este compositor pantagruélico.

El Disquero optaría por conmemoraciones discográficas más sabrosas, por ejemplo, por el 425 aniversario luctuoso, el 2 de febrero, día de los tamales, digo del son jarocho en Tlacotalpan, digo de la Candelaria, de don Giovanni Pierluigi Palestrina, autor de música tan hermosa que resume la belleza de los tiempos concentrados en el Renacimiento.

Las efemérides de 2019 resultan crucigrama para los que deciden qué obras se graban y cuáles no, porque ocurren números redondos, como el bicentenario de Franz von Suppé, uno de esos autores conocidos por sus one hit wonders, en este caso su archirrecontracelebrada obertura Poeta y campesino.

Donde sí habrá olanes y telas de dónde brincar, será en el bicentenario de Jacques Offenbach, él tan cancán y nosotros tan Moulin Rouge.

En contraste, el bicentenario del compositor croata Vatroslav Lisinski pasará de noche.

Sería justo que quienes programan salas de concierto y de grabación, hagan justicia a Barbara Strozzi, de quien el 6 de agosto se cumplirán 400 años de su nacimiento y viven en el olvido las músicas tan bellas que escribió, muy en el estilo Monteverdi, lo cual ya es mucho decir.

El cincuentenario luctuoso de Theodor W. Adorno, que no es el gato de Julio Cortázar, que así se llama ese hermoso minino, sino el original: el filósofo, musicólogo, periodista musical alemán Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno, autor de una montaña mágica de libros donde todo aquel que anhele descifrar el misterio de la música se enterará de cuestiones harto interesantes, y nunca logrará descifrar el misterio de la música, pero aprenderá un buen.

El 9 de agosto se cumplirá el centenario luctuoso de Ruggero Leoncavallo, otro autor de un one hit wonder (la ópera Paggliacci).

El tricentenario de Leopold Mozart será otra oportunidad de romper ese estigma del “único hit en vida” y producir grabaciones que se añadan a las existentes con la música que escribió el papá de Volfi, más allá de la encantadora Sinfonía de los juguetes.

El corazón del Disquero se inclina, además de por Barbara Strozzi, por otras dos mujeres de su más profunda querencia: Hildegard von Bingen y Clara Schumann.

El 17 de septiembre se cumplirá el 840 aniversario luctuoso de la monja fosfena, como la bautizó el eminente Oliver Sacks, con dulce indulgencia e ironía respecto de las visiones que experimentaba Hildegard y que ponía en música.

El doctor Sacks se basa en su diagnóstico en un estudio del científico inglés Charles Singer, quien examina las ideas de la monja desde la perspectiva de la ciencia.

Observa Singer: lo que los visionarios dicen que son estrellas, u ojos llameantes, no son otra cosa que puntos o grupos de puntos de luz que chispean en su campo visual y se mueven en forma ondular. También suelen reportar los visionarios figuras circulares o concéntricas producidas por una luz mayor. Se forman colores y da la impresión de que algo hierve, o flamea.

Foto
Foto
Foto

Oliver Sacks tira por tierra la historia de los ángeles que caen al mar en las visiones de Hildegard: lo que sucedió en realidad fue un bombardeo de fosfenos que cruzaron su campo visual y produjo un escotoma negativo.

De ahí lo de monja fosfena.

Lo bonito es que en música no hay ciencia. Hay música de iglesia que resulta ser la más cachonda del mundo debido a su capacidad de éxtasis. Hay obras que hablan del dolor del alma, como el Stabat Mater de Pergolesi, pero que en la versión de Arvo Pärt todo es poesía, belleza abstracta.

Así que el Disquero asume con alegría el mote de monja fosfena para una de sus compositoras favoritas, de hecho la primera compositora como tal, pues fue la primera, o una de las primeras, en poner en papel pautado lo que componía, dado que en su época el oficio de compositor aún no existía, era un trabajo colectivo que en su caso compartió con su fiel cómplice, el monje Volmar, y la hermana Richardis von Stade.

Esperamos con alegría las nuevas grabaciones discográficas con las obras de Hildegard von Bingen que se sumen a las que el Disquero reseñó en su momento, cuando todavía no ocurría el boom venturoso que la hizo heroína de, válgase la aporía, pequeñas multitudes.

La otra querencia del Disquero cuya efeméride se cumple en 2019 es el bicentenario de Clara Schumann. De hecho, ese debería ser el acontecimiento musical de todo 2019, no Hector Berlioz.

Que el mundo musical se refiera a Clara Wieck como Clara Schumann es la primera evidencia de desprecio a una compositora notable, una pianista portentosa y una figura de la cultura occidental gracias a quien, por ejemplo, conocemos la obra de Robert Schumann y de Johannes Brahms, pues fue pareja de ambos.

Fue Clara Wieck quien encauzó a Robert Schumann por los caminos de la orquesta, cuando le aportó un método de composición orquestal, a pesar de que el mismísimo Gustav Mahler, quien vivió a su vez una historia de amor con Alma Schindler, dijera años después que la Segunda Sinfonía de Schumann estaba mal orquestada y la rescribió.

Clara Wieck y Robert Schumann acogieron al joven Johannes Brahms, le inculcaron el amor por los libros y la cultura, y lo convirtieron en lo que el mundo conoce dos siglos después como uno de los mayores exponentes de la música alemana.

Fuera del chismarajo del triángulo amoroso, lo cierto es que cuando Schumann murió, Clara Wieck cesó la pluma. Dejó de escribir música, al igual que lo hizo Brahms. Ambos preservaron, divulgaron e hicieron inmortales las partituras del marido y maestro.

Es el momento, ya por favor, de que el mundo rescate las obras de Clara Wieck, que dejen de llamarla Clara Schumann y que graben muchos discos con su música.

Porque ya comenzó 2019.

[email protected]