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Mejor en las aulas
L

as opiniones de los expertos en temas educativos suelen disentir cuando se debate en torno a si debe priorizarse la impartición de una educación superior de calidad sobre la cobertura o viceversa.

Lo ideal, claro está, es brindar una instrucción de calidad al mayor número de jóvenes. Pero el problema es que esto no siempre –o casi nunca– es viable en una nación como México, donde la marginación y la desigualdad social han limitado históricamente el crecimiento adecuado, necesario y justo de la cobertura en la enseñanza superior y, por tanto, de la matrícula.

Al menos seis de cada 10 jóvenes mexicanos no tienen oportunidad de ingresar a alguna institución de enseñanza superior. Las políticas implementadas por los gobiernos han sido insuficientes para lograr crecimientos sostenidos en la matrícula, que ubiquen a México en niveles óptimos para un país que aspira al desarrollo.

Es cierto que la impartición de una educación sin calidad puede llegar a considerarse un fraude educativo, pero también es cierto que urge ampliar la cobertura. En el caso de la enseñanza superior existe una premisa que, en lo personal, siempre me ha convencido: es mejor mantener a los jóvenes en las aulas que en las calles.

En este sentido, la entrevista de la reportera Laura Poy a Raquel Sosa, publicada la semana pasada en La Jornada, arroja luces importantes sobre lo que serán las llamadas 100 universidades para el bienestar, uno de los pilares de la Cuarta Transformación lopezobradorista.

De acuerdo con lo señalado por Raquel Sosa, se prevé que ese programa educativo del gobierno federal pueda iniciar en marzo con una inversión aproximada de mil millones de pesos y una convocatoria para 90 mil estudiantes.

Los planteles serán ubicados en 100 de los municipios más pobres de la República, de no más de 45 mil habitantes y población mayoritariamente indígena, cuyos alumnos recibirán becas mensuales de 2 mil 400 pesos.

Se trata entonces, para ser precisos, no de universidades, sino como la propia coordinadora del programa reconoce en la entrevista, de escuelas pequeñas, con un máximo de mil 600 alumnos cada una, que tendrán una característica que, a mi juicio, resulta de la mayor importancia: mantendrán un estrecho vínculo con sus comunidades. Para esto se contempla, además de las horas en los salones de clase, tiempo adicional de trabajo de campo y el estudio de una o más lenguas indígenas.

En estos centros escolares se abordarán principalmente seis áreas de conocimiento, que van de la salud, a las ingenierías agroalimentarias, desarrollo sustentable, energía, patrimonio histórico, social y cultural, pero también se impulsará, en aquellos sitios con elevados índices de violencia, estudios sociales que combinarán la sociología, antropología, sicología y trabajo social, entre otras disciplinas.

La iniciativa del gobierno federal es tan ambiciosa como controvertida. No han sido pocas las voces que alertan sobre la posibilidad de un fraude educativo, aunque el programa, según su coordinadora, está respaldado por expertos de las instituciones de enseñanza superior más prestigiadas de la nación.

Fraudes educativos ya existen en el país desde hace décadas. Se trata de negocios privados –conocidos por algunos como universidades de garaje o universidades patito– que aprovechan la insuficiente cobertura de las instituciones públicas para impartir cursos, disfrazados de carreras técnicas o de licenciaturas, que carecen del mínimo rigor académico y a cambio de los cuales emiten diplomas o certificados que no responden a una formación académica sólida de sus egresados.

En este contexto, el Programa Universidades para el Bienestar hace sentido, aunque no deja de representar un reto mayúsculo para el actual gobierno.

Sería bueno que, por lo pronto, se deje de llamar universidades a esos centros escolares para ubicarlos en su exacta dimensión, dentro de sus ámbitos reales de competencia, así como de sus fines y atribuciones.

El proyecto requiere del apoyo de todos los actores involucrados. Es de justicia abrir espacios a la juventud marginada de siempre, a la que siempre será mejor, sin duda, tener en las aulas.