Opinión
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Honra y deshonra
D

esde los extremos del arco ideológico se cicatea el mérito de Andrés Manuel López Obrador de haber construido una victoria electoral de grandes alcances políticos. Empero, la holgura de las victorias morenistas, coronadas por la votación presidencial, fue sorpresiva para propios y extraños, y ya es objeto de reconocimiento por quienes pudieron ser o parecer sus adversarios.

Creo que haber remontado un revés urdido con trampas a lo largo de 12 años no fue una hazaña menor. Timbre de honra habría sido para cualquiera realizarla, con lo que el vocablo significa de honestidad y honor, valores pisoteados a lo largo de décadas en la vida pública y privada del país.

El nuevo gobierno de López Obrador y su partido han empezado a cambiar la atmósfera ideológica y política de México. En una reunión con directivos de la universidad pública de Nuevo León, su actual rector dijo algo inesperado: hay que quitarse las telarañas de los ojos, luego de hacer una evaluación positiva y viendo al horizonte de tal gobierno.

¿Cómo eso en la institución que le impidió a la gran luchadora Rosario Ibarra de Piedra acceder a Ciudad Universitaria cuando fue candidata a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario de los Trabajadores, en un gesto intolerante, faccioso y grosero del que fuera su rector (1979-1985), un médico de penosa memoria? Detrás de ese gesto y otras acciones autoritarias e inciviles estaban el gobernador Alfonso Martínez Domínguez y la cúpula empresarial de Monterrey. La deshonra en su más desnuda expresión.

Ahora, doña Rosario, en varias ocasiones candidata al Premio Nobel de la Paz, por su inagotable lucha en pos de la presentación de las víctimas de desaparición forzada y en contra de las medidas criminales del Estado, fue reconocida por la Cámara de Diputados haciéndola recipiendaria de la medalla al Mérito Cívico Eduardo Neri.

En el caso de doña Rosario, y en el del enhiesto y lúcido periodista Carlos Payán Velver, fundador de La Jornada y del periodismo de causas que ha sostenido nuestro diario desde 1984, de nuevo es revalorada la honra. El Senado de la República otorgó a Payán la medalla Belisario Domínguez.

En su discurso de recepción de la presea, Payán señaló, con la metáfora de los jinetes apocalípticos, tres de las amenazas que se ciernen sobre nosotros: el trato agresivo a la naturaleza y su saqueo por parte de una cultura avara y consumista que a todo mundo arroja al ecocidio; el genocidio paralelo causado a la mayoría de la población mundial por la voracidad de los más ricos vía el neoliberalismo, y el fascismo creciente del que en América tenemos a Donald Trump y Jair Bolsonaro, representantes de la misma derecha que condujo al horror en Alemania y a la Segunda Guerra Mundial.

A la ceremonia del otorgamiento de la medalla Belisario Domínguez a Carlos Payán asistió, en calidad de testigo de honor –honra al calce–, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.

Los nombres de las figuras inscritas en las medallas discernidas, elevados a ejemplos humanos de valentía y sentido del deber –honra y honor–, no hay que olvidarlo, pertenecen a dos parlamentarios paradigmáticos de aquello que significa la autonomía legislativa y la lucha contra la injusticia: el senador Belisario Domínguez y el diputado Eduardo Neri, ambos enfrentados al asesinato alevoso de la dictadura huertista. Y no hay que olvidarlo, pues han sido parlamentarios los responsables del trasiego vil de sus nombres, impuestos a una presea, con fines de trepadurismo político y beneficios personales otorgándola, sobre todo la Belisario Domínguez, a personajes ajenos a lo que fue su trayectoria y su actitud.

Son conductas parlamentarias deshonrosas que se contagian en un clima cualquierista: se han reproducido, incluso en 2018, a partir del mismo manoseo y los mismos fines en el Congreso de Nuevo León con la creación y el otorgamiento de la medalla Fray Servando Teresa de Mier.

Se dirá que las medallas, monumentos o cualquier otro objeto conmemorativo de individuos o circunstancias carecen de importancia. Pero ahí está la historia empedernida para mostrar lo contrario. En los grandes cambios sociales los pueblos erigen o derriban símbolos. ¿Cuándo un grupo nutrido de empresarios regiomontanos se había identificado con el lema de un gobierno juzgado de izquierda como lo ha hecho el que encabeza un miembro heterodoxo de la dinastía Garza Sada, como lo es Javier Garza Calderón (reportaje de Sanjuana Martínez en La Jornada, 30/12/18) haciéndose llamar Asociación de Empresarios por la Cuarta Transformación?

Lamentable es que, como en otras ocasiones, no sean los trabajadores quienes tomen la iniciativa política ni para defender sus derechos. ¿Ya han revisado el espíritu y la letra gatopardistas de la iniciativa de nueva ley laboral? ¿No requerirán llamar la atención al respecto a diputados y senadores de Morena? Por ejemplo.