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Carlos Payán y la nueva palabra
E

n esa especie de tarjeta de presentación identitaria que es la obra gráfica colgada en las paredes de una oficina, Carlos Payán mostraba a sus visitantes dos de sus grandes referencias creativas e intelectuales. De los muros en su despacho de La Jornada en la calle de Balderas de Ciudad de México pendían una gran foto enmarcada de Enrico Berlinguer, el dirigente comunista italiano creador del eurocomunismo, y un cartel del poeta y periodista portugués Fernando Pessoa.

La referencia a Berlinguer no es gratuita. Carlos Payán, fundador de dos grandes diarios (unomásuno y La Jornada), no proviene del periodismo sino de las filas del comunismo. Ese partido, al que ingresó en 1958 con 29 años de edad, en pleno movimiento ferrocarrilero, le dio una ética y un compromiso. Arnoldo Martínez Verdugo, su dirigente durante 18 años, es el político que más ha respetado.

Tampoco la de Pessoa. Payán fue, durante años, bardo clandestino. En su juventud, asistía, por invitación de Juan José Arreola, a los recitales de Poesía en Voz Alta en la Casa del Lago. En los 70, publicó en el periódico comunista La voz de México, con el seudónimo de Juan Rodríguez, un poema dedicado a un campesino defensor de la tierra. Sus libros, Lejanías y Memorial del viento fueron publicados hasta hace muy poco tiempo.

El director fundador de La Jornada vivió los primeros años de su vida en condiciones muy precarias en la calle de Academia 6, en el Centro de Ciudad de México. En ese barrio, con apenas ocho años de edad, un malandro le robó los zapatos nuevos que los Reyes Magos le habían traído en lugar de juguetes. La afrenta lo marcó para siempre. Allí le nació el repudio a todo acto de injusticia.

Antes de ser periodista, Payán fue abogado. Estudió en la facultad de Juriprudencia de la UNAM, y fue becado en Israel para conocer los kibutzin y los mosavin. Trabajó en la Secretaría de Economía, donde fue subdirector de Fomento Cooperativo. Se zambulló de lleno en las aguas de la prensa cuando asistió a la asam-blea del naciente unomásuno para asesorar a sus promotores en la formación de una cooperativa.

Aunque nunca antes había sido reportero ni columnista ni trabajado en la mesa de redacción, Payán fue nombrado secreta-rio general de la cooperativa y subdirector general de la nueva publicación. Manuel Becerra Acosta, su amigo y maestro, le enseñó la profesión. Poco a poco comenzó a hacerse cargo de la conducción del periódico.

El nuevo diario, como lo ha hecho después La Jornada, se dedicó a contar lo que pasaba en el país (y en el mundo), y a dar voz a quienes los demás medios consideraban silentes.

Muy pronto, aprendió a no usar la profesión para mentir y calumniar. A no ocultar lo que pasa con fines aviesos. A estar del lado de las víctimas, de los ofendidos, de los pobres de la tierra. A que el periodista debe estar donde hay violencia, despojos, atropellos, a sabiendas de que su acción puede hacer ceder la represión y la violencia. A no cejar en todo aquello que sea luchar por la libertad de expresión y por la democracia. A no prevaricar con la profesión.

Carlos Payán tiene, según decía Rodolfo F. Peña, bigote zapatista y barriga villista. Viste con frecuencia trajes de pana color caqui o verde olivo, con suéteres de cuello de tortuga, o pantalones y camisola de mezclilla, con paliacate rojo al cuello. Es un apasionado de los tacos en todas sus variedades (desde los de carnitas y chicharrón hasta los de canasta). Durante años, fueron célebres las comidas y cenas que su cocinera Pinita preparaba en casa del periodista para sus múltiples comensales.

Payán siempre ha tenido un agudo colmillo político y una sofisticada capacidad de persuasión. Sencillo en el trato, es un hombre seductor. Su inteligencia camina de la mano de su generosidad. En la lista de sus amigos se encuentran figuras como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Alicia Martínez Medrano, Carlos Slim, Juan José Gurrola, Carmen Parra, Rufino Tamayo, Carlos Monsiváis y José Luis Cuevas.

Usualmente reacciona con ingenio y buen humor. Un día en el que Supebarrio se presentó a La Jornada, Payán lo recibió con un paliacate en el rostro. Y cuando los trabajadores lo buscaban en bola para hacerle alguna demanda, les decía: No sean montoneros, vénganse de ocho en ocho.

Convencido de que un periódico es producto de un quehacer colectivo, Payán trabajó siempre cerca de sus colaboradores, especialmente de Carmen Lira. La directora de La Jornada –ha dicho él en varias ocasiones– es la mujer con la que más tiempo he vivido en mi vida, porque desde el unomásuno pasábamos 16 horas diarias trabajando, después con el sindicato, salíamos a las cuatro o cinco de la madrugada para estar otra vez a las 12, a veces a las 10, en el periódico. Con ella, comenzamos a contar historias de los que no eran noticia: la izquierda, los obreros, los indígenas y los estudiantes.

En un acto de justicia, el Senado le otorgó a Carlos Payán, que le abrió la puerta a la nueva palabra, la medalla Belisario Domínguez. ¡Salud don Carlos!

Twitter: @lhan55