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Nosotros ya no somos los mismos

Porfirio, Ifigenia, Cuauhtémoc... honor merecido // Los despilfarrados fundadores de Monterrey

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El reconocimiento de su doctorado por la Universidad de Guadalajara tiene sustentos varios y suficientes. Ahora es cuando los necesitamos, tan grandes como han sido, tan grandes como son.Foto Arturo Campos Cedillo
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uedamos el lunes anterior que hoy nos referiríamos a doña Ifigenia, al señor Porfirio (decirle don, sería una impertinencia), y a don Cuauhtémoc, con motivo del reconocimiento y homenaje que la Universidad de Guadalajara (UdeG) decidió otorgarles. Hagámoslo por orden de antigüedad en la conocencia y lazos de amistad que guardo con ellos. Aún era yo un puberto, alumno del Ateneo Fuente de Saltillo, cuando vine por primera vez, en solitario, al maravilloso e inolvidable Distrito Federal. Llegaba con la ingenua encomienda de entrevistar a ex alumnos prominentes de nuestra preparatoria, a fin de solicitarles una colaboración económica para editar el anuario de la generación que estaba por egresar. Confieso que mi embajada rogatoria fue un rotundo fracaso; sin embargo, hay una explicación histórica, como se dice ahora, para calificar cuestiones verdaderamente intrascendentes, con la que me amparo.

Saltillo se fundó, dicen, en 1577. Monterrey, en 1596. En ese periodo, algunos migrantes de Durango que llegaron a lo que sería Saltillo, después de un tiempo decidieron seguir avanzando hasta otro hermoso lugar en el que decidieron asentarse definitivamente: así nació Monterrey, ciudad a la que el país entero califica de bastión de los agarrados, los avaros; es decir, los codos. Pero lo que no todo mundo sabe es que los fundadores de Monterrey fueron los despilfarrados y derrochadores de Saltillo, mi entrañable terruño. Ya imaginarán. A cambio de ese descalabro mi viaje me permitió conocer Ciudad Universitaria. Me deslumbré: era tan bella como mi Ateneo, pero a lo bestia. Allí formulé uno de mis juramentos cumplidos con creces: convertir esa ciudad en mi domicilio el mayor tiempo posible. También conocí, ¡qué privilegio! para un novato, a unos de los grupos de universitarios más excepcionales de esa y muchas más generaciones. Con evidente sarcasmo muchos les llamaban los científicos.

Más en serio, se les conocía como la generación Medio Siglo. Sus nombres lo dicen todo: Carlos Fuentes, Rafael Ruiz Harrell, Víctor Flores Olea, Porfirio Muñoz Ledo, Javier Wimmer Zambrano, Arturo González de Cosío, Genaro Vázquez Colmenares, Salavador Bermúdez Castro. Y, cosa inusitada: cuando por motivos naturales esta generación emigró, en automático surgió la segunda y, no menos lúcida ni ilustrada: Sergio García Ramírez, J.M. González Avelar, Fernando Zertuche, Ángel Bonifaz, Martín Reyes Bayssade, Lazlo Moussong. Ellos tomaron la estafeta. Tres nombres, algunos años de diferencia en edad, fueron clave en la integración de estas diferentes promociones, en una sola generación: Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol. Cuando escribo estos renglones y recuerdo todos estos nombres no puedo dejar de entonarle a la UNAM la cancioncita: ¡Cómo no te voy a querer…! Muñoz Ledo merece el reconocimiento de la UdeG y más. Es un universitario (se haya recibido, o no) ejemplar. Don Mario de la Cueva, rector insigne, alguna vez me dijo: es uno de los jóvenes más brillantes que he tenido en mi cátedra. Yo agregaría: funcionario público necesario en los parlamentos y gabinetes de las futuras 4 y 5T. También bailarín, actor, boxeador y, sobre todo, galán irredento, parlanchín e imprescindible. Muñoz Ledo es, será, protagonista, como lo ha sido en los 50 años anteriores, de lo que para bien o mal suceda en el país. El reconocimiento de su doctorado por la UdeG tiene sustentos varios y suficientes. Cuauhtémoc, con su solo apellido, cimbró al país. A pie de casilla lo comprobé en múltiples urnas: Cárdenas ganó la elección nacional. Su gallarda postura nacionalista, patriótica y su comportamiento personal y familiar, convocaron a la mayoría ciudadana. Cárdenas, no me cabe duda, ganó la Presidencia ¿Y luego?

Frente a la gran duda de si debió por cualquier medio haber defendido su triunfo, yo, que me formo en las filas más ultras, reconozco que actuó con una dolorosa racionalidad: no tenía elementos materiales de ningún tipo a su servicio. Entonces, lanzar a las masas para enfrentar a las fuerzas armadas, significaba un riesgo que resultaba muy difícil de aceptar. Hasta aquí, a mi pesar, refrendo la contención, seguramente desgarradora, dolorosa del ingeniero. Sin embargo, cuestiono radicalmente su actitud de ocultamiento y la sospechosa secrecía que ha guardado sobre las conversaciones privadísimas con Carlos Salinas después de la elección. Si Cárdenas no hubiera obtenido los votos que no le reconocieron ,¿Salinas hablaría con él? Sus votantes, ¿qué obtuvimos en nuestras demandas, durante esas privadísimas y hasta en principio negadas conversaciones? ¿Después de estas pláticas cambió algo para bien de los millones de mexicanos que, con la mente en el General, le dimos nuestro voto y confianza al ingeniero Cárdenas? Pero, algo es innegable, sin Cuauhtémoc: su incorruptibilidad, su vida personal y política libre de toda sospecha, su arrojo, resistencia y la vez su madurez y amor a México, no habríamos jamás llegado a donde estamos. Porfirio, Cuauhtémoc, ahora es cuando los necesitamos, tan grandes como han sido, tan grandes como son.

Twitter: @ortiztejeda