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En Japón, tatuarse aún es un estigma
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▲ Horitatsu, artista tatuador japonés.Foto Afp
 
Periódico La Jornada
Jueves 20 de diciembre de 2018, p. a10

Tokio. Cuando Mana Izumi se hizo su primer tatuaje, a los 18 años, no buscaba rebelarse ni romper ningún tabú, simplemente quería imitar a la artista pop Namie Amuro. Pero en Japón los tatuajes estuvieron asociados durante siglos a los criminales y a la mafia, una idea todavía muy arraigada.

Bronceada, con el cabello rubio platino y medio cuerpo tatuado, Mana Izumi, ex actriz porno de 29 años, no pasa inadvertida. No era realmente una seguidora de Amuro, pero me parecía bonito, explica. Cuando mi madre vio mi tatuaje por primera vez, rompió a llorar y creí que mi padre me mataría. Pero me gusta ser un poco diferente.

En Japón los tatuajes aún despiertan unas reticencias profundamente ancladas. Un pequeño dibujo sobre la piel todavía provoca la exclusión directa y sin discusión de los baños públicos de agua caliente (onsen), de las piscinas, las playas y hasta de los gimnasios.

Es lamentable ver cuántos prejuicios hay contra los tatuajes, denuncia Mana Izumi, mientras le tatúan una calavera azteca en la pierna por 400 euros: La gente puede pensar que parezco un poco loca, pero no lamento tatuarme.

Japón tiene una relación complicada con los tatuajes desde hace tiempo. En el siglo XVII se marcaba a los criminales como castigo. Y en la actualidad los yakuza expresan su fidelidad a sus organizaciones criminales con el tradicional irezumi, que cubre todo el cuerpo.

Cuando Japón se abrió al mundo en el siglo XIX, se prohibieron los tatuajes, la desnudez en público o los encantadores de serpientes, porque las autoridades temían que los extranjeros consideraran primitivos a los japoneses, según Brian Ashcraft, autor de Japanese tatoos: history, culure, design. Al mismo tiempo, miembros de familias reales europeas iban a Japón para tatuarse, por la buena reputación del país en ese arte.

La prohibición fue levantada en 1948 por las fuerzas estadunidenses de ocupación, pero el estigma no terminó de borrarse entre los japoneses. “Ven un tatuaje y piensan yakuza en lugar de admirar la belleza de esta forma de arte”, lamenta Ashcraft. Mientras eso no cambie, los tatuajes seguirán existiendo en una zona gris.

Las autoridades suelen mirar hacia otro lado, pero las redadas recientes y las multas sembraron confusión entre los tatuadores nipones, de los que habría unos 3 mil.

Una batalla judicial ha causado estragos. Un tatuador de Osaka, Taiki Masuda, fue detenido en 2015 por práctica ilegal de medicina y condenado a una multa de 300 mil yenes (2 mil 300 euros).

Una circular del ministerio de Salud que databa de 2001 calificaba el tatuaje de acto médico, porque conlleva el uso de agujas. Tras un largo y polémico proceso de apelación, la condena fue anulada. No hay ningún marco jurídico que reglamente esta actividad en Japón, explica Masuda. Sin embargo, es el sustento de muchas personas y por ello tuve que luchar, con la esperanza de contribuir a legalizarla.

Toque de ilegalidad

En el oficio, algunos viejos lobos no ven las cosas así. Los tatuajes deben tener un toque picante de ilegalidad, estima Horiyoshi III, que afirma que el combate judicial de Masuda fue una provocación.

Noriyuki Katsuta, miembro de la asociación Salvar el tatuaje en Japón, señala que entre 500 mil y un millón de japoneses estarían tatuados, de 126.4 millones en total.

Según Ashcraft, los prejuicios provienen en gran parte del confucianismo, según el cual, alterar el cuerpo que uno ha recibido de sus padres constituye una falta de respeto. “Para la generación de mi madre, cualquiera que, como yo, tuviera un tatuaje era considerado un yakuza”, dice Mana Izumi. Pero cuando la gente me quiere dar lecciones sobre la profanación del cuerpo que mis padres me dieron, me pongo de muy mal humor. No creo que tenga que rendirle cuentas a nadie.