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Mar de Historias

Cabaña entre pinos

D

esde hace muchos años, todos los meses de diciembre el aparador de la papelería Las Dos Ciudades atrae a la clientela con hermosos telones que simulan un paisaje invernal bajo un cielo estrellado. Al fondo, por entre ondulantes cumbres blanqueadas, desciende un trineo conducido por Santa Claus y jalado por seis renos.

Provoca el mayor asombro de los curiosos una cabañita colocada en el centro de la vitrina. Hecha de madera y cartón, parece real. Su techo de dos aguas y las ventanas iluminadas le dan un aspecto amigable, hospitalario. Por la chimenea sale una espiral de humo, entre blanco y azul, lograda a base de tirabuzones de algodón.

Mayra recuerda las muchas veces que ella y su hermana Raquel, siendo aún niñas, se quedaban a ver el aparador y hacerse las ilusiones de que vivían en la cabaña que imaginaban olorosa a fruta, canela y pan. Para enriquecer su sueño imaginaban que de un momento a otro iba a llegar Santa Claus con los regalos que le habían pedido en sus cartas: Raquel, la mayor, un estuche de belleza que incluía una peluca de plástico, rígida como un casco; Mayra, una muñeca esbelta dotada con un guardarropa para toda ocasión y accesorios vistosos.

Detenida frente al aparador, Mayra se pregunta cómo era ­posible que ella y su hermana creyeran que sus sueños iban a realizarse; que pasarían el resto de su vida en la cabaña rodeada de pinos nevados y no en la casa de paredes crispadas de salitre y maloliente que compartían con sus padres y el huésped atufado que les rentaba un cuarto.

II

Como si nunca lo hubiera visto, Mayra se concentra en cada elemento del decorado, en especial la cabaña. Le trae infinidad de recuerdos pero ya no le provoca sueños. Daría cualquier cosa porque no fuera así y porque su hermana estuviera a su lado en estos momentos.

También era diciembre la última vez que entró en Las Dos Ciudades acompañada por Raquel. Compraron –co-mo siempre– moños, cajas y los faroles de papel con que iban a adornar la fachada de su vivienda y algunas calles del barrio, célebres por los altares dedicados la Virgen de Guadalupe y a los santos patronos de quienes esperaban protección contra asaltos, riñas y ­malquerencias.

Desde que su hermana se casó con Narciso y se fueron a vivir a No­gales, Mayra sólo ha visto a Ra­quel en fotos. Por las imágenes adivina que su vida no ha sido tan fácil ni tan dichosa como pensaba cuando emprendió el viaje. La despedida en el aeropuerto fue difícil. Por más que lo intentó, Mayra no pudo ocultar la tristeza de que se fuera tan lejos su hermana mayor, su defensora ante la violencia pa­terna, la única persona con quien podía construir sueños, in­ventarse una vida nueva sin violencia, sin privaciones y sin temores.

Para consolarla, aquel domingo en el aeropuerto, Raquel le prometió a Mayra que vendría a visitarla en la siguiente Navidad. No lo hizo. Después le aseguró que en el próximo diciembre iba a cumplir su promesa. Por una u otra razón nunca ha podido hacerlo, pero eso no significa desamor; por el contrario –le dice Raquel cada vez que se comunican–, ansía ver a sus padres y sobre todo a ella. Quiere abrazarla, oírla contándole lo que ha sido su vida en los últimos cinco años, volver a los lugares adonde iban juntas.

III

En septiembre, cuando Mayra le habló de la crisis nerviosa que estaba padeciendo su madre, Raquel le juró que volvería en Navidad y ya faltaba poco. Estando aquí iba a ser más fácil reanimar a su mamá y convencer a su padre de que renunciara al alcohol. Después, cuando todo se normalizara, iba a ayudarla a decorar la fachada de su vivienda con los faroles que irían comprar a Las Dos Ciudades. Santa Claus, el trineo, los renos, la cabaña envuelta en el silencio y la pureza de la nieve…

Mayra la está mirando, pero no puede olvidar la llamada que su hermana le hizo a principio de semana para decirle que, aunque le duela en lo más profundo, no podrá venir. Su patrona la necesita para que cuide a sus hijos mientras ella esté de viaje. Después le dará permiso de venir a México. ¿Cuándo?, le preguntó Mayra temerosa. La respuesta fue muy vaga –pronto– y eso aumentó su decepción.

No desea agravar la de sus padres y por eso la oculta. Ante ellos finge entusiasmo e indiferencia hacia Raquel: Si no quiere o no puede venir, ¡allá ella! No todo el tiempo es Navidad, así que tenemos que pasarla bien. Mi consejo es que se olviden un rato de mi hermana. Que venga cuando le pegue la gana y sí ¡me da lo mismo! Para convencerse de que es cierto hace con entusiasmo todos los preparativos para las fiestas. Hoy vino a comprar moños, cajas y faroles en Las Dos Ciudades.

Lleva un buen rato frente al aparador. Daría cualquier cosa por recobrar su ingenuidad infantil, imaginarse que está viviendo dentro de la cabaña olorosa a canela, a frutas, a pan y que no ha recibido ningún telefonema de su hermana diciéndole, otra vez, que, aunque lo sienta mucho, este año no vendrá.

Mayra encuentra absurdos sus pensamientos. Será mejor que se ocupe de las compras y dejarse de tonteras. Al girar hacia la papelería tropieza con una mujer que lleva a un niño tomado de la mano. Sonríe al ver que se detienen ante el aparador. Angelito, como lo llama su madre, señala hacia la cabaña y le pregunta que hay dentro. Personas, gente, responde ella. Sueños, dice Mayra para sí antes de entrar en Las Dos Ciudades.