Opinión
Ver día anteriorDomingo 16 de diciembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De caminatas
E

sté en donde esté, al aire libre o si llueve bajo techo; por ejemplo, en los pasillos amplios de las plazas comerciales antes de que abran los locales, diariamente camino en las primeras horas de la mañana. Es una práctica que llevo a cabo tanto por gusto como por necesidad, y que casi siempre hago sola, aunque en ocasiones afortunadas comparto con alguien más, que puede ser mi esposo o alguno de mis hermanos, y que en estos días ha sido Adelina, que me acompaña cuando estamos acá, en Cuernavaca.

Me gusta mucho caminar con ella. Es una persona alegre y bien dispuesta con quien platico de cualquier asunto con soltura y familiaridad, como si fuéramos amigas, o porque lo somos, como puede serlo un ama de casa con su empleada solamente cuando la trabajadora es como Adelina, a quien parecería que conozco desde siempre, por más que entráramos en contacto apenas hace algunos unos años, poco más de una docena. Me es imposible imaginar un futuro sin su presencia, sin su asistencia, sin su compañerismo.

Desde hace unas tres décadas está casada con Pascual, quien es jardinero, y han formado una linda familia de dos hijos y una hija. David, el mayor, arquitecto, casado con Jazmín, vendedora de cosméticos, y con quien tiene dos hijos, los adorables Santiago y Andrea. Sigue Luis, el hijo de enmedio, casado con Ana, que tiene una abarrotería. Él administra un fraccionamiento y además se dedica a la compra y venta de coches usados, que adquiere siempre y cuando estén en perfecto estado y que mantiene limpios y cuidados mientras los goza como suyos, aunque lo sean sólo de manera temporal. La hija menor, Lilia, es contadora y tiene un novio de igual profesión, Rubén, con quien hace una bella pareja. Es una familia generosa, natural y educada, sana en cuerpo y alma.

Pierdo la cuenta de los hermanos y hermanas de Adelina, pero entre ellos hay un plomero, dos albañiles, un cocinero, un proveedor, una secretaria, una diseñadora de imagen. Todos tienen hijos y varios de ellos ya tienen nietos. La mayoría vive en Cuernavaca, pero algunos en Guadalajara, Tijuana y hasta en Houston, y hay alguno que por temporadas trabaja en Guerrero. Lo cierto es que los que están en Cuernavaca procuran reunirse con la mamá al menos una vez al mes. Hijos, nietos y bisnietos se dirigen de usted a la mamá/abuela/bisabuela, que no está de acuerdo en que en cambio sus nietos y bisnietos tuteen a sus papás.

Durante una hora más o menos, mientras caminamos, Adelina me platica de su familia o me pregunta por las nuestras, pero hablamos de otros temas. Conoce bien el barrio y se saluda con quienes encontramos en el camino; sabe de árboles, flores y plantas, sus nombres, su fruto. Hoy me dijo que para nuestra siguiente caminata llevará consigo semillas de ceiba para lanzarlas a la barranca arbolada al borde de la ciclopista, y juega con la idea de llevarse un melón de aquí, zapotes blancos de allá, o una rama de esta flor amarilla. Entretanto, me comenta pasajes de las Escrituras, siempre adecuados a lo que estemos viviendo nosotras o a lo que esté sucediendo en nuestro entorno. Ayer, por ejemplo, me citó un versículo que señala cómo el hombre está hecho para emigrar, y antier, cuando le confié que había amanecido cansada, me señaló un pasaje de la Biblia en el que se advierte que uno cuenta con toda su energía hasta los 70 años, pero que a partir de esta edad es natural que nuestra energía decaiga…

No sabe cómo se llama un río por el que pasamos cuando tomamos determinada ruta, pero bromeo con ella en el sentido de que, en su calidad de ciudadana morelense, tiene el deber de llamar la atención de las autoridades hasta lograr que lo nombren y, sobre todo, que lo cuiden y lo mantengan en buen estado, pues así nuestro paseo sería aún más soñador.

Gozo ver jugar a Adelina con nuestros perros. Gira en círculo con la escoba de dientes de lámina anaranjados, dispuestos como abanico, y ellos co-rren a su alrededor. Mientras ella ríe, ellos ladran.