Opinión
Ver día anteriorDomingo 16 de diciembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sería una pena
S

i por Cuarta Transformación entendemos otra manera de hacer las cosas no hay duda: entramos ya, sin duda, en territorios ignotos de la vida política. Las cosas se hacen y dicen de otra forma.

Si por Cuarta Transformación entendemos otro régimen político, digamos que parlamentario o semipresidencialista, entonces estamos en las brumas o las tinieblas. De qué se trata el gran cambio sigue en la penumbra.

No es suficiente la comunicación del dirigente con la masa, aunque esta sea extraordinaria como lo es. Si se quiere cambiar el régimen, entonces la política se instala en primer término. ¿Cómo pretenden mandar los que mandan? ¿De qué manera quieren dar cauce a las discrepancias? ¿Cómo se van a relacionar con el poder económico del que buscan liberar al Estado?

No hay muchas referencias a la mano, pero las experiencias de Roosevelt y Cárdenas son indispensables. Ninguno de ellos quería confrontarlos, pero ninguno temió hacerlo. El primero lidió con los ministros de la Suprema y la oligarquía del Este, y el segundo con el llamado Grupo Monterrey, pero en ningún caso encontramos indicios de temor. Sabían de lo que se trataba y estaban dispuestos.

La acertada idea de Andrés Manuel, de poner orden en la relación entre el poder político y el económico, tiene que aterrizar en una forma, una manera, de relación entre los negocios y el Estado. De otra manera, pronto entraremos en un momento litigioso que muchos buscarán resolver votando con los pies. Sacando su dinero.

No es la Suprema la que se opone a una indispensable reforma tributaria que de lugar a una reforma hacendaria. Tampoco son los pocos diputados y senadores que en verdad lo siguieron. Sus asesores y seguidores, en el más alto nivel del poder constituido, tienen que asumir y decir la verdad: sin reforma fiscal la cosa no va.

Y sería una pena.