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Un escritor feliz
E

l novelista turco Orham Pamuk, en su condición de premio Nobel, fue quizá la figura máxima de la reciente pasarela literaria, académica, política y de entretenimiento que es la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, un acto siempre extraordinario, a más de otros adjetivos posibles. Uno de los encuentros de escritores más grandes del mundo, y ciertamente el mayor en castellano, con la juventud tapatía como fondo, y un creciente número de visitantes que acuden al festín de libros y presentaciones, estelares y de los cuates, y cargan sus maletas con esos vejestorios que nos fascinan todavía: los libros.

Ante centenares de escuchas, Pamuk habló de eso que encanta a los escritores: de sí mismo. No ironicemos, la experiencia enseña que justamente eso espera el público: los gustos y disgustos del autor de referencia, sus razones, sus filias y fobias, admiraciones y opiniones. Es un personaje incómodo en su país por decir lo que piensa bajo el autoritario régimen de Recep Tayyip Erdogan y el sempiterno ejército turco. Un país donde crece la intolerancia religiosa y las mujeres no la tienen nada fácil todavía. Y en Pamuk el sexo y el amor resultan centrales. Así, practica una disidencia íntima.

Es un tema triste, dijo Pamuk de la política en Turquía. No hay libertad de expresión. Amigos míos están presos por algo que han dicho. No añadió mucho más al tema, sólo cubrió el expediente. Casi toda la charla la dedicó a su amor y devoción por la literatura. No del todo original, declaró: La literatura es mi religión, y le creímos.

Soy un hombre feliz, advirtió a su interlocutor en el estrado, el también novelista Jorge Volpi, quien por lo menos conoce y ama Estambul, escenario recurrente de Pamuk en ficción y realidad. El autor encuentra cierta plenitud creando un nuevo mundo con palabras. Se refiere a la obstinación, o sea, el aguante. El corazón del escritor es la paciencia para entender la vida de otros. Cabe recordar que, según Flaubert, un atributo clave del novelista consiste en tener buenas nalgas.

Quiso ser pintor, pero aprendió que la pintura y el Islam no se llevan muy bien, así que optó por la escritura. ¿Que por qué escribe?: Para ir adonde no podría. Y para ser feliz, insiste. Reclama a la audiencia, molesto porque lo estamos sacando de su trabajo. Él se preparó para estar solo en un cuarto, escribiendo desde joven. Ya que la felicidad individual no es lo mismo que la colectiva o social, él ha luchado por la primera. Quise tener una vida que hiciera sentido. Reconoce su gratitud con la novela hispanoamericana (o boom), y cita su raigambre novelística: De Borges, Calvino y Nabokov aprendí acrobacias. De Tolstoi, Dostoievski, Proust y Thomas Mann aprendí a escribir.

Todo acto de memoria es también un ejercicio de imaginación, declara el autor de memorables frescos históricos (El libro negro), audacias narrativas (La nueva vida) y acertijos (El castillo blanco). En Mi nombre es Rojo se permite fabular sobre las imposibilidades de la figuración plástica en las latitudes del Islam, como un iluminador comentario oblicuo sobre el opresivo presente de Turquía. Cita como ejemplo, relevante para un contador de historias, que el amor en el Islam está determinado por la sociedad. Esto es, a diferencia de lo que ocurre en Occidente, difícilmente hay espacio para el enamoramiento y las decisiones soberanas, sobre todo de las mujeres, devoradas por una colectividad omnipresente y tiránica.

Sabe que la memoria es fundamental: De lo que podemos recordar, y lo que no, nacen las limpiezas étnicas y las guerras civiles. De su uso se construyen dictaduras y genocidios, y también resistencias liberadoras. Este cazador de detalles, según se describe, monta sus historias como en su Museo de la Inocencia, donde se siente a sus anchas y puede disfrutar su labor a escala de bestseller, espléndido nicho académico y reconocimientos.

Volpi apunta la opción de Tolstoi: ser feliz haciendo lo que uno quiere o ser feliz haciendo lo que se hace. Para Orham Pamuk, hombre con suerte, la disyuntiva no existe. Cuarenta años escribiendo novelas concentran un querer y un hacer que sólo interfieren el tirano turco, y esas tiranías blandas: el mercado y el público.