Opinión
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Educación como un todo
E

n la Bienal Los Grandes Problemas Nacionales, que organiza el Centro de Estudios Parlamentarios (CEP) de la universidad pública de Nuevo León, Luciano Concheiro, designado próximo subsecretario de Educación Superior, habló sobre la reforma educativa en lo que Andrés Manuel López Obrador ha llamado la cuarta transformación. De los diversos aspectos que tocó el académico y editor de la Universidad Autónoma Metropolitana, aquí recupero su idea de abordar la educación como un todo donde los diferentes niveles escolares –hoy desvinculados– respondan a criterios de sintonía pedagógica y a un entramado de vasos comunicantes.

Si algún rasgo espontáneo caracteriza a los niños ese es el de preguntar, inquirir, señalar sin comedimientos. Pero al nivel superior llegan contados con esa virtud cuando, como dice Jean Piaget, no se les prohíbe practicarla.

Una cultura plagada de autoritarismo, evasivas e hipocresía se difunde del hogar y su periferia a la escuela. ¿No decía Groucho Marx que él creía que se llamaba Cállatelhocico hasta los siete años de edad? A los niños se los expulsa por el extraño imperativo de no escuchar los adefesios verbales de los adultos.

Conducta cómoda de los adultos (entre ellos los padres y la mayoría de los docentes). Tratan a los niños como tontos: ellos no tienen edad para opinar, ni siquiera sobre sus problemas, y carecen de criterio para ello. Los adultos son los únicos que pueden hacerlo. Por lo mismo no alientan a niños y jóvenes a probar sus capacidades.

¿Los padres, los maestros preguntan a los niños y jóvenes, o les piden que se informen sobre las cuestiones cruciales del país: pobreza, riqueza, desigualdad, gobierno, democracia, derechos humanos, participación ciudadana, trabajo, salarios, sexualidad, violencia, diversidad, discriminación, recursos naturales, costo de la vida, educación, acoso en la escuela y muchos otros? ¿Los convocan a participar en una asamblea dentro del aula a opinar y ser escuchados? ¿Los maestros normalistas se reúnen ellos mismos en un órgano semejante para discutir esos problemas y cómo poderlos hacer objeto de aprendizaje y discusión? ¿Lo hacen aquellos que se gradúan de la Universidad Pedagógica Nacional?, ¿los de otras universidades?

Memorizar, dar por sentado aquello que se da en la clase y otras supervivencias positivistas. Ortega y Gasset criticaba el que a los alumnos no se les enseñara a dudar para sacar sus propias conclusiones.

Se sorprenderían de lo que los niños y jóvenes saben y comprenden, así como les causa asombro el que una niña corrija al secretario de la SEP sobre su vocabulario, o que haya niños genios, como Carlos Santa María, que se incorpora a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para cursar la carrera de Física biomédica (“…le voy a dar clases para demostrarle que no puede”, dice éste o aquél maestro, y en cuanto puedo se enojan), o bien que la niña Xóchitl Guadalupe Cruz López (9 años y ganadora del premio del Instituto de Ciencias Nucleares de la misma UNAM) demande al presidente electo invertir en ciencia, hospitales, Internet, cuidado del medio ambiente.

Un maestro del CEP, Claudio Tapia, decía que no había dónde aprender democracia. ¿No dice el artículo 3º, apenas conocido y subasimilado, que la democracia no es sólo un régimen político sino un modo de vida? A los niños y jóvenes no se les enseña a participar en el debate y menos en la toma de decisiones. Su práctica no forma parte de la experiencia de los normalistas que serán los futuros responsables de la enseñanza básica (no puede enseñarse lo que no se ha experimentado), y sólo la han cursado unos pocos universitarios de contadas universidades. No es de extrañar, por ello, que ninguno de los partidos políticos observe una vida democrática. Un caso entre miles: Claudia Tapia, hija de nuestro maestro –ya fallecido– fue removida de la coordinación de la bancada de Morena en el Congreso de Nuevo León, así como antes fue nombrada para esa responsabilidad: por órdenes de arriba.

Ausentes en el magisterio son las academias donde pudiera discutirse el proceso de enseñanza-aprendizaje; claro, habrá excepciones. No hay, y debiera haber, capilaridad entre los diversos niveles educativos. Si sólo hubiera conversatorios entre investigadores, maestros y alumnos de carrera y de nivel medio superior, y también otros entre estos cuerpos y maestros y alumnos de ambos niveles y, en el mismo sentido, de secundaria y aun de primaria, se potenciaría la calidad de la educación en el país.

Está también la necesidad de integrar los distintos saberes: las humanidades y las ciencias sociales con las ciencias exactas y las naturales, la tecnología y la técnica. De cualquier espacio saldrían individuos con teorías, hallazgos, inventos. Prestos a resolver, ante todo, problemas comunes.

Sí, Luciano Concheiro tiene razón. Esperemos que esta convicción se pueda tornar en política pública y práctica cotidiana. Y que éstas no tropiecen con errorcitos antitransformadores y contrarios a su fomento como el de ese torpe 32.5 del presupuesto para las universidades.