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Caminata migrante
No lo puedo creer; mis 18 años en la CDMX
 
Periódico La Jornada
Viernes 9 de noviembre de 2018, p. 13

Maynor Josué Castro cumplió ayer 18 años y vive el momento como si fuera un sueño. Nunca antes había salido de El Cedro, un caserío de no más de 30 familias campesinas en el departamento de Copán, en el occidente de Honduras. No lo puedo creer, mi cumpleaños en Ciudad de México.

Recostado en su colchoneta, el adolescente mira el techo de la carpa donde se aloja en el mega albergue de la Magdalena Mixhuca mientras repasa los sueños que tenía cuando salió de su casa el 16 de octubre, sin despedirse de su mamá, porque verla llorar le dolía demasiado. Me dije: si llego al norte, con el primer dinero que gane me voy a comprar un bajo. Él no toca ningún instrumento pero piensa mandárselo al conjunto musical de su iglesia. Es la única música que conoce y le encanta.

El otro sueño que acaricia es el mismo de los cientos de adolescentes que integran el éxodo centroamericano que en estos días cruza como avalancha incontenible el territorio mexicano: Ganar dinero para mi mamá y mis hermanos menores que se quedaron allá.

El veneno del oro

Aunque Copán, colindante con San Pedro Sula, empieza a aparecer entre las regiones donde la violencia escala aceleradamente y es la causa inequívoca del desplazamiento masivo, en El Cedro no se habla de asesinatos, ni pandilleros ni extorsión. La violencia es de otro tipo.

Lo que hay es una mina de oro que abre la tierra con explosiones. Está a 200 metros de distancia de nuestra casa. Todo tiembla. Y las casas se han dañado. Y eso, afirma, no es lo peor, sino el cianuro que dejan: Se llevan el oro y el pisto (dinero) y dejan el cianuro regado. Y la gente se envenena. Ya van cuatro muertos y muchos enfermos. No hay quién los cure.

Los dueños, dice, son estadunidenses y él está resentido con ellos porque desde que llegaron fue a pedirles trabajo y se lo negaron. Me dijeron que porque era menor de edad, pero mentira. No dan trabajo a la gente de ahí, los empleados los traen de fuera.

Maynor cursó solo hasta cuarto grado de primaria porque la pobreza en su familia lo lanzó al trabajo en la tierra desde los 13 años. No hay otro horizonte para muchachos como él que los pocos lempiras que se cobran en las temporadas de cosecha.

También llegó la hidroeléctrica. Eso tampoco llevó empleo para chicos como Maynor, quien asegura que eso sí, desde entonces los peces del río se murieron, la electricidad cuesta más, quien sabe por qué. Y además el agua sale hirviendo de la llave. Tampoco sé por qué.