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El Estante de lo Insólito

Sergio Aragonés: la inmensidad de un lápiz

Al copiar algo malo es un producto malo, en lugar de ir a la escuela y aprender anatomía y aprender a dibujar bien. Los cómics de aquí, que se vendían millones, es porque tenían que ver con México. Sergio Aragonés

T

enía publicaciones regulares en México, pero un día decidió buscar un sitio en la cumbre editorial del mercado estadunidense. Cruzó la frontera en 1962 con el empeño que sólo puede atribuirse a un obstinado indestructible. Rechazado severamente en un primer momento y después con la regularidad con que se rehúsa a un vendedor de todos los días, la revista MAD le dijo que hacía un material muy interesante pero, sencillamente, no cabía en la revista. Entonces el dibujante que ya apuntalaba su sleeping con los lápices de trabajo, tuvo la revelación de una idea absurda, por tanto perfectamente legítima para hacer de ariete y conseguir el empleo: usar el único espacio en donde podían caber sus caricaturas: los márgenes de las páginas. Sí. Entre una viñeta y otra, entre el lineado del final de un dibujo y la numeración; entre los títulos y el interior hacia el engrapado de las hojas; o entre el límite de un trazo y el final del corte de papel, ahí, donde las yemas de los dedos sostienen la edición para apreciarla, pues ahí es donde las caricaturas de Sergio Aragonés encontraron su vitrina. El director Bill Gaines aceptó contratarlo por su insistencia y tenacidad a la mexicana, como dice Sergio. Dibujos en ocasiones impresos en tamaño inferior a un pulgar, llamaron la atención de los numerosos lectores por su calidad e ingenio. Y se quedó para siempre.

Aprender de todos

Sergio Aragonés nació en San Mateo, España, en 1937. La Guerra Civil española empujó a la familia a moverse brevemente a Francia antes de viajar a México, cuando el pequeño Sergio contaba con seis años de edad. El niño se desarrolló viendo películas mudas en el cine Aladino mientras sus padres formaban parte de la reuniones de refugiados españoles en la capital mexicana. Los gags y prodigiosas historias que estelarizaban Charles Chaplin, Buster Keaton o Laurel y Hardy, así como las primeras entregas animadas de Disney y de Max Fleischer (creador de Betty Boop y animador base de personajes legendarios, como Popeye), fueron el primer enfoque de lo que se convertiría en una inclinación particular: el chiste sin palabras. Contribuyó también el gusto por la cinta Children of Paradise (Marcel Carné, 1944), donde el histrión Jean-Louis Barralt interpretaba a un mimo. Sus primeros esbozos los hizo para publicaciones escolares, imitando a Virgil Patch Vip, según ha contado, después de ver estilos de múltiples dibujantes de Europa y Estados Unidos, acudiendo a hojear las revistas internacionales que podían verse en un hotel de la ciudad de México. Sergio estudió arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México, y también cursó pantomima con Alejandro Jodorowsky. Muy joven vio sus primeros trabajos publicados en la revista semanal Ja-Ja.

Un torpedo en carboncillo y un gran despistado

La velocidad con que Aragonés es capaz de hacer un dibujo o una tira cómica entera tiene tamaños de mito, pero lo más importante es la presteza del artista para apoyar diferentes medios que han potenciado la caricatura como medio implacable para divertir a millones, también contraponiéndose a los distintos poderes (políticos, comerciales o ideológicos), principalmente con la agudeza que ofrece el humor. De esa manera es que sus cartones se publicaron en muchísimas revistas regulares y números especiales. En México apareció por varios años en la revista Chocarreros, que editaba Kemchs, agrupando a dibujantes de muchos países.

Groo es un personaje fuera de serie en el cómic internacional, y es el gran personaje creado por Aragonés que se convirtió en estelar de la industria del cómic internacional. Actuando siempre con la libertad que debe hacerlo un autor, Sergio Aragonés fue cambiando de sellos editoriales cuando las condiciones no eran óptimas, y es de los pocos títulos que pudo permanecer sin pertenencia o creación de un corporativo de la historieta. Groo apareció lo mismo en Marvel, que en Image o Dark Horse, y ahí el dibujante puso todo lo que tiene.

Groo es un bárbaro con dos sables samuráis con los que puede aniquilar ejércitos enteros. Todo lo descompone y provoca tragedias. Todos saben cuál es el paso de Groo porque desde lejos se escuchan lamentos, se ven destrucciones, columnas de humo por el fuego, etcétera. Usando un marco de fantasía, Sergio atiende lo real: el consumismo, la televisión, la violencia delirante como un mal crudo y generalizado. De manera directa Groo puede remitir al Conan de Robert E. Howard, por ser un guerrero solitario (de condición bárbara) y errante, pero Aragonés realizó también la novela gráfica que unió a los personajes para exaltar su conexión; uno desde la historieta clásica inspirada en la literatura fantástica, conectando con el otro con la sátira de excelencia, la de los errores antológicos de un bárbaro de gran despiste. Como ocurre en otras entregas de Aragonés, incluye a un artista invitado para hacer la parte especializada del personaje invitado, aquí se trata de Thomas Yeats haciendo a Conan.

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Los héroes prescindibles

Aragonés hizo una serie que hoy se considera clásica: Migthy Magnor. Sólo seis números en que posiciona un héroe que parece ir contra todos los prototipos que venden millones de ejemplares en todo el mundo. El cómic satiriza hasta los lineamientos comunes del comercio, como poner a los lectores del propio Magnor aterrados porque un ejemplar ha sido sacado de su bolsa, lo que lo convierte en objeto indigno de colección. Muchos especiales son adquiridos por dos, para abrir uno y el otro prservarlo de colección porque valdrá más; Aragonés insiste en que lo importante es la historia y el arte gráfico que constituyen a un cómic. Después pondría otra clase de señalamiento sobre el fanatismo de los seguidores de historietas con la serie Fan Boy, donde el adorador de cómics Finster contaba sus peripecias con eternas ensoñaciones de su vida combinada con las tramas de los personajes de la historieta. Los tercos seguidores que sólo viven para el consumo de cómics sin reflexión alguna, son sellados como zombies.

Magnor estableció lo que después se convertiría en dos de las sátiras más apreciadas en la historia del cómic humorístico: Sergio Aragonés Destruye Marvel y Sergio Aragonés Destruye DC. Verdaderas joyas en las que todos los grandes personajes son vistos con la impecabilidad de un dominio estilístico, pero también con la implacabilidad de poner filtros elementales de lógica y perspicacia para hacer chistes de las aventuras comunes de los héroes. Con el mismo fino y desbordado humor se iría sobre la franquicia creada por George Lucas en Sergio Aragonés Stomps Star Wars, donde no deja droide con cabeza.

Día de los Muertos, es otra de sus novelas gráficas que usa un gran tema central para ahondar en otros de gran interés y motivo de crítica. En este caso la tradicional celebración mexicana, bien mostrada en dibujo e investigación, muestra a un empresario sin escrúpulos capaz de atacar, chequera por delante, para cumplir un capricho en extremo audaz: importar un cementerio completo desde un pueblo mexicano con todo y residentes, para que la celebración del Día de Muertos, calavera por calavera y hueso por hueso, se celebre en su parque de diversiones. Ante el éxito, se plantea hasta generar franquicias, pero misticismo y horror con los fieles difuntos encarando a quienes profanan su ofrenda, darán inesperado giro al empresario y su mar de billetes verdes. Mark Evanier, guionista y gran aliado de Sergio por muchos años, hace lo propio en esta novela, como lo haría en los títulos regulares de su socio y en otra entrega de gran éxito: Boogeyman, donde un veterano afroestadunidense cuenta desde los versos de su interpretación en banjo historias escabrosas.

Un restirador para todos

Sergio, como todo artista completo, tiene la capacidad de hacer un trabajo memorable sobre personajes de moda, el cotidiano siniestro de la calle con los asaltos, la lucha libre, los cuentos de hadas (hay atesorables chistes con princesas y príncipes en torpezas que van en contra de la recurrencia narrativa de los amores para siempre y los actos de valentía) o viñetas de la Revolución Mexicana. El universo de Aragonés se volvió “Un viztazo a…” en el caso de la revista MAD, para ceñir temáticas sobre el circo, los conciertos, las películas, las citas, las olimpiadas y prácticamente cualquier cosa. Sus trabajos se han antologado de muchas formas, y en la convención de cómics de Ciudad de México en 2017 (CONQUE), Luis Gantús presentó el libro Sergio antes de Aragonés, compilando valiosos materiales del artista.

Louder than words

Sergio Aragonés ha marcado un estilo que no se limita a la destreza de sus dibujos, que son tan fenomenales como los infinitos detalles insertados en cada página (siempre hay algo que descubrir en algún pequeño punto de sus viñetas), sino que es capaz de sintetizar un mundo en pocos trazos y, muchas veces, sin palabras. Louder than words es donde se han reunido esas ideas entre viajes y momentos muertos entre sus trabajos formales. Así como él se ha dibujado a sí mismo como narrador protagonista de muchos de sus trabajos, con su tradicional guayabera, bigote porfiriano y permanente sonrisa, sus miles de personajes caminan el mundo, como un vehículo divertido y perfecto de las posibilidades que tiene la creación artística. Con otra categoría de discurso, casi como un susurro, bueno, quizá con un solo guiño.