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Exposición de Wassily Kandinsky recibe más de 16 mil visitantes en el primer fin de semana

En el Palacio de Bellas Artes, sus obras ofrecen una sinfonía; al escuchar música, el pintor evocaba los colores

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▲ La muestra incluye una reproducción a escala del mural Salon de la musique, que en 1931 encargaron a Kandinsky para la Exposición de arquitectura alemana en Berlín, la cual sólo quedó en maqueta. Ahora el recinto de avenida Juárez, esquina Eje Central Lázaro Cárdenas, Centro, presenta ese espacio, donde se colocó además un piano (sobre estas líneas) con el que se darán conciertos durante la exposición que culminará el 27 de enero de 2019; también figura Pequeños mundos I, 1922 (imagen de la derecha).Foto cortesía del INBA/Secretaría de Cultura federal
 
Periódico La Jornada
Martes 6 de noviembre de 2018, p. 5

Por primera vez en México el público puede apreciar una exposición individual de Wassily Kandinsky (Moscú, 1866-1944), uno de los pintores más importantes de la Rusia del siglo XX y el arte mundial, pionero e impulsor de uno de los paradigmas más destacados de la modernidad: la abstracción.

Así anunció la titular del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Lidia Camacho, la exposición Kandinsky: pequeños mundos, que se abrió en el Museo del Palacio de Bellas Artes, la cual durante el primer fin de semana fue visitada por más de 16 mil personas, de acuerdo con información del instituto.

La muestra incluye obras que nunca se han exhibido en recintos de Estados Unidos, ‘‘fruto de muchos esfuerzos diplomáticos y de la colaboración de instituciones rusas y francesas”, dijo la funcionaria.

En particular se agradeció la colaboración de The State Tretyakov Gallery, cuyos numerosos préstamos ‘‘forman el esqueleto curatorial de la exposición”.

Dividida en cinco secciones, la muestra se inicia con un Kandinsky poco conocido, predominantemente figurativo, con obras magistrales como El puerto de Odessa (1899). El recorrido continúa por su progresiva liberación del color que fue clave para llegar a la abstracción.

El público descubrirá que el artista ofreció en sus cuadros, literalmente, una sinfonía, dado que tuvo sinestesia, es decir, la capacidad de evocar colores al escuchar música.

Fue en 1896 cuando la ópera Lohengrin, de Wagner, detonó en Kandinsky una visión que lo hizo abandonar su carrera de abogado para comenzar, a los 30 años de edad, a estudiar pintura.

‘‘Los violines, los profundos tonos de los contrabajos, y muy especialmente los instrumentos de viento personificaban entonces para mí toda la fuerza de las horas del crepúsculo. Vi todos mis colores en mi mente, estaban ante mis ojos. Líneas salvajes, casi enloquecidas se dibujaron frente a mí”, escribió.

Geometría abstracta

En su libro De lo espiritual en el arte (1911), Kandinsky explica que el naranja ‘‘tiene una sensación grave, radiante, que emite salud y vida. Su sonido es similar al de una campana llamando al Angelus, un barítono o una viola”; el amarillo, continúa, ‘‘irradia desde el centro, parece que se acerca al espectador o que sale del cuadro. Es inquietante y evoca el delirio. Su sonido es el de una trompeta o un clarín”.

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El puerto de Odessa, 1899, destaca en la exhibición; Kandinsky creó ese cuadro tres años después de que comenzó a pintar.Foto La Jornada

El verde, según el pintor, ‘‘carece de dinamismo, ya que evoca la calma y la pasividad. Suena como los tonos tranquilos y profundos de un violín”; el negro ‘‘es el color de la más pura tristeza, por lo que es apagado e inmóvil. Evoca la muerte, la nada tras apagarse el sol. Es el silencio, la pausa completa tras la que comienza otro mundo”.

El violeta, sigue, ‘‘se concibe como un color lento, apagado. Tiene una sensación enfermiza que se asocia al luto y a la vejez. Recuerda al sonido del corno inglés, la gaita o el fagot”; el azul ‘‘se mueve de forma concéntrica, como un caracol en su concha. Parece que se aleja del espectador. Es un color puro e inmaterial, y su sonido se asemeja al de una flauta, un violonchelo o un órgano”, mientras el rojo es un color ardiente, con un carácter inmaterial e inquieto. Recuerda a la alegría juvenil, pero en tonos oscuros simboliza la madurez viril. Se asemeja a los tonos claros de un violín.

Por supuesto en la exposición no falta su geometría abstracta, su seña de identidad, así como la obra que produjo durante sus años en la Bauhaus, con todo el rigor que tuvo al crear trapecios, triángulos, tableros de ajedrez y círculos.

La muestra incluye una reproducción a escala del mural Salon de la musique que en 1931 encargaron a Kandinsky para la Exposición de arquitectura alemana en Berlín, y que sólo quedó en maqueta. Consistía en un ensamble de cerámica multicolor con motivos geométricos. La decoración original abarcaba tres muros en azulejos.

Una reconstrucción de ese proyecto se realizó en 1975 y está en el Strasbourg Musée d’art Moderne et Contemporain, en Francia. Ahora Bellas Artes presenta ese espacio, donde se colocó además un piano para dar conciertos durante la exposición que culminará el 27 de enero de 2019.