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Una mujer fantástica
C

uando era una niña, un domingo su papá le dijo:

Voy a la playa Norte, ¿quieres venir?

Yo, embullada, dije que sí. Ya en el camino le pregunté con extrañeza por el motivo de nuestro paseo.

–Quiero ver cómo anda la reforestación de los médanos que está haciendo el ingeniero Quevedo. Una tarea de romanos.

Esa niña tenía entonces 10 años. Una década después de aquel paseo, en 1938 terminó el bachillerato. Y uno de los festejos fue irse con sus compañeras de colegio a bañar a la playa Norte del puerto de Veracruz, donde había nacido.

Encontró que los médanos ya no existían. Casuarinas ya crecidas los habían cubierto. Todo el mundo les decía pinos, pero mi padre conocía su verdadero nombre y su origen australiano. Donde antes estaban los terregales había un paseo de circunvalación con una cúpula de fronda y sombra, pues las casuarinas se unían en lo alto. Mi padre y yo lo recorrimos juntos y alguna vez me dijo:

Esto se lo debemos a Miguel Ángel de Quevedo.

Lo anterior es parte del texto que mi amiga escribió para La Jornada Ecológica de octubre de 2016, dedicada a reseñar parte de los trabajos de don Miguel Ángel en pro de los bosques y selvas, y cómo abrió el camino a la creación de los parques naturales. En ese texto también menciona lo que padecía el puerto de Veracruz cuando llegaban los nortes. Cómo las arenas eran una pesadilla y hacían difícil estar en la calle. Procedían de lomas y lomas de caliente arena en una inmensidad cuyo horizonte se borraba en un monótono páramo ocre. Lo único que crecía en las dunas eran algunos matojos, zarzas y cornizuelos punzantes; plantas sin clorofila, del mismo color que los arenales.

En otras ocasiones, detallaba en reuniones familiares el paisaje que le tocó disfrutar a mediados del siglo pasado en el estado de Veracruz: bosques y selvas cubrían la mayor parte de su territorio. Pero las políticas oficiales para abrir tierras al cultivo y alentar la ganadería extensiva acabaron en pocas décadas con 60 por ciento de sus bosques. Una de sus selvas era la más importante de América por su riqueza en flora y fauna: Uxpanapa, con una extensión de 200 mil hectáreas. Perohace 40años, el programa para reubicar allí a miles de familias desplazadas de la Chinantla oaxaqueña para construir la presa Cerro de Oro, destrozó la mitad de esa extensión. A las familias les prometieron un futuro feliz. Fue lo contrario.

Mi amiga se indignaba al ver que los funcionarios públicos, egresados de las universidades y tecnológicos, olvidaran lo que les enseñaron en las aulas: la necesidad de conservar losrecursos naturales y no contaminar las cuencas hidrográficas. Le dolía que, en vez de tomar medidas para proteger ese patrimonio del país, lo destruyeran muchas veces con el fin de hacer negocios. Algo frecuente en su tierra natal.

En varias ocasiones le pedí que la belleza perdida en Veracruz por la mano del hombre y las políticas públicas, la detallara en La Jornada. O en un libro. No logré convencerla. Escribía muy bien, con soltura. Lo demostró en su libro de cuentos: Mirarda, que regaló a sus amistades. Lo prologó Raúl Prieto, el inolvidable Nikito Nipongo, azote de los que maltrataban el idioma.

Seguramente para ir a contracorriente de la falta de sensibilidad de funcionarios con pomposos grados académicos, acompañó a su esposo, don Fernando Canales, y a sus hijas Adriana, Claudia y Alejandra, en la creación de la fundación Canales de Ayuda, para apoyar los estudios de jóvenes promesas en el campo de la ciencia y el medio ambiente. También programas de salud pública. Dedicaron a la fundación parte del patrimonio familiar, pero no basta y necesita la ayuda de quienes se interesan por un mejor futuro para el país.

María de la Paz Canales, veracruzana de pura cepa, como decía orgullosa, soportó estoicamente uno que otro problema de salud. Nunca se quejó por eso. Gozó siempre de los cinco sentidos e hizo gala de elegancia, buen humor y fineza en el trato aún en la adversidad. El año próximo su familia y su enorme cauda de amistades, esperábamos celebrar su centenario. Sin embargo, un virus adquirido en un hospital de cinco estrellas acabó con su vida el lunes pasado. Era una mujer fantástica.