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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (LXXXIX)

M

aravillosa que fue…

No cabe la menor duda de que la sensacional Diosa Rubia del Toreo era, a sus 15-16 años, toda sensibilidad, y tan así, que debo retomar mi anterior colaboración.

Conoció a un señor De la Peza, hombre frágil, de aire tímido y voz, en palabra de ella, suave. Aparentaba tristeza y su indumentaria no reflejaba una gran fortuna. Lo había visto por primera vez en el hotel, antes de la corrida de reaparición en El Toreo…

“Estaba en el umbral de la puerta del apartamento y parecía no animarse a entrar. En sus manos apretaba un pequeño ramo de claveles. Me dio lástima verlo tan indeciso y lo invitamos a que se sentara. Conversó poco y al rato se marchó, perdiéndose en el anonimato de la multitud. Parecía un ente humano más, de mediana edad, mediana estatura y mediana vida.

“Durante 10 años tratamos a este hombre que, frente a nuestros ojos, de día en día, se fue agigantando con el tiempo.

“Su historia es pequeña e impresionante. Sufría dolores de un mal irremediable que le alteraba la circulación. Un día notamos que hacía mucho tiempo que no veíamos al señor De la Peza y supimos, por mera casualidad, que le habían amputado una pierna. Tiempo después, recibimos una carta que nos dejó impresionados. Era del señor De la Peza que, lejos de quejarse de sus males, decía en breves y sencillas palabras que le daba gracias a Dios por sus padecimientos, ya que, a través de ellos y ofreciéndolos al Señor, esperaba fuesen atendidas sus oraciones, en las que pedía por su familia y sus amigos. En especial por mí, cuya vida estaba siempre en peligro.

“Pasaron meses, y una tarde el frágil señor volvió a entrar en nuestra casa, apoyado sobre muletas, trayendo, como siempre, su ramito de claveles y su tímida sonrisa.

“Transcurrieron algunos años más y nuestro amigo –ya lo considerábamos como tal– seguía padeciendo sus molestias. Hasta que un día le comunicaron la necesidad de amputarle la otra pierna. Nosotros estábamos lejos, pero nos llegó una carta de él contándonos la triste noticia. Decía que esperaba, una vez más, que Dios se acordara de su familia y sus amigos.

“El mismo día de nuestra llegada a la capital, víspera de la grave operación, buscamos las señas de nuestro amigo y fuimos a visitarlo. El santo ambiente de su casa me impresionó. Su mujer era una señora de expresión sonriente. Apenas sus ojos nos confiaban algo de su gran pena y preocupación; las hijas del matrimonio, ya señoritas, eran encantadoras. Conversaron alegremente mientras el jefe de la ejemplar familia mexicana, las miraba embelesado desde su lecho. Había un retrato mío en la habitación y al verlo me sentí orgullosa de merecer, a los ojos de aquella gente, un lugar en su casa.

Una tarde de verano, estando yo preparándome para hacer un paseíllo en El Toreo, vi una silla de ruedas en el patio de cuadrillas. Estaba de espaldas hacia mí, pero la mano que colgaba sobre una rueda, sujetando un ramito de claveles era inconfundible. Me impresionó hondamente aquel encuentro y recuerdo que los toreros, los valientes toreros de oro y seda, al lado de aquel pequeño hombre que sonreía, parecían arlequines junto a un monumento. ¡Qué distinto era enfrentarse con la muerte por gusto, a sufrir un dolor con paciencia!

***

“La antevíspera de empezar nuestra gira por los estados, el carpintero contratado no apareció con la prometida caja para los arreos, y Ruy, al ver que pasaban las horas, tuvo una de sus pocas y violentísimas furias. Salía por la puerta para hablar con el carpintero cuando Vallejo lo agarró por la chaqueta.

“¡Ruy! –le suplicó–, no se te ocurra hablarle a nadie en México con semejante enojo, aunque sea justificado. Te pegarán un tiro.

“Mi maestro se detuvo para mirar boquiabierto al amigo que lo sujetaba.

“¡Te lo juro! –repitió Vallejo–. Aquí te pegan un tiro.

“–¿Y qué me propones le diga al carpintero para obtener las cajas? –preguntó Ruy, con una gota de sarcasmo.

“–Pos –dijo Vallejito sonriéndole– dale una palmadita en la espalda y llámale ‘mi cuate’.

Con esa frase empezamos a conocer la manera de pensar de un pueblo pintoresco, valiente y artista, que por un amigo lo hace todo, menos ser puntual.

(Continuará)

(AAB)