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¿Encararíamos dos escándalos?
D

e seguirse el protocolo de toma de posesión del presidente Andrés Manuel López Obrador, su sucesor, el ya entonces ex presidente EPN, portando la banda presidencial, arribaría a la sala de plenos del Congreso de la Unión cinco minutos antes del presidente AMLO. En esos cinco minutos accedería al sitial superior, saludaría al público que lo recibiría con ovaciones y por última vez en su vida le serían rendidos los máximos honores, Himno Nacional, Marcha de Honor y 21 disparos de artillería.

Inmediatamente arribaría al salón el ya legal presidente López Obrador para recibir alegóricamente, de manos del diputado presidente del Congreso, Porfirio Muñoz Ledo la emblemática banda tricolor, pues su gestión legal habría empezado al primer minuto del propio día primero de diciembre. El público compuesto por 500 diputados, 128 senadores, los más de los gobernadores estatales, el cuerpo diplomático e invitados especiales, más público en general, que, permaneciendo de pie, observarían la ritual ceremonia y la saludarían con largo aplauso. Pero de darse el protocolo descrito, y en consecuencia los resultados, la realidad lamentablemente podría ser otra: Un escándalo mayúsculo, producido por representantes de los partidos en el poder, que saludarían la llegada de Peña Nieto, con una rechifla y gritería infamantes que serían mayúsculas. Un escándalo mayor.

Una efeméride poco recordada se dio el primero de diciembre de 2012 cuando el presidente Felipe Calderón y el presidente electo EPN decidieron hacer oficial la transmisión de poderes en una ceremonia en el Palacio Nacional a las 00:01 horas de ese día ante el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como permite el artículo 87 constitucional.

En el hipotético caso de darse el escándalo comentado, cómo se explicaría el sorprendente hecho. Cómo se excusaría, qué justificaría esos hechos. Los invitados especiales extranjeros que serán los más de los presidentes centroamericanos y otros latinoamericanos, destacadamente el de Cuba en su primer acercamiento a México, el rey de España Felipe VI, el vicepresidente de EU, primeros ministros, embajadores especiales, concebirían su propia explicación en medio del azoro y de cierto rubor ajeno. ¡¡Increíble el espectáculo en un país como México!! ¡¡México Bárbaro!! pensarían, como nos calificó J.K Turner en 1910.

Y sí no, habría que aceptar que es nuestro primitivismo antropófago que no ha encontrado otra forma de expresarse ante el caído. Además del lamentable espectáculo habría que pensar si es un anticipo de las formas de hacer política en la cuarta transformación. Por su parte, EPN ¿estaría dispuesto a pagar fuerte el evitarlo? ¿Cómo? Parece que la única manera es no asistiendo, porque ni un pacto con AMLO podría dar garantía de nada. Pero esperemos que esos temores no se hagan realidad.

La segunda oportunidad de desencadenar nuestros instintos sería dada como reacción a un anuncio de AMLO: También el día primero de diciembre se abren las puertas, de par en par de Los Pinos dijo en Querétaro, según medios nacionales del 28 de septiembre. Eso rememoraría la entrada de los tropeles revolucionarios a Versalles el 6 de octubre de 1789. ¿Es eso deseable, hace bien a algo?

La primera vergüenza es difícilmente evitable. El Congreso de la Unión y los invitados no pueden ser convocados a una sesión extraordinaria de congreso de tan especial carácter que no se realizara. Habiéndose corrido ya, según la SRE las invitaciones oficiales, la suerte está echada. Habrá sesión extraordinaria de congreso y en ella se procederá a investir públicamente al nuevo presidente. ¿Acudirá EPN? No necesariamente. De no acudir se lleva en su bagaje un último puyazo del rechazo nacional, y si asiste lo haría a la mayor humillación de su vida…

Mas el efecto realmente trascendente de ese evento no sería el escándalo de Peña. Sería el inicio de la administración de AMLO con prospectivas insanas. Recordar que Calderón entró y salió de la Cámara de Diputados por la puerta de atrás y casi linchado. Calderón ya reflejaba una personalidad tibia, que en su presidencia ratificó. AMLO no, el emite una gran fuerza vital, una especie de Zeus con capacidades nucleares. No sería un buen comienzo. Andrés López Obrador no puede iniciarse así.