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Bucareli: el secreto que nos condena al subdesarrollo
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uchos mexicanos piensan que el país es extraordinariamente rico en recursos naturales y que tendría que haber sido una potencia mundial de no ser por… “¡Ah!, dice uno, por el cura; el otro dice por el militar; este, por el indio; aquel, por el extranjero; por la democracia, por la dictadura, por la ciencia, por la ignorancia… por castigo de Dios… por el ejidatario, por los sindicatos”… por los tratados de Bucareli, añado hoy al certero ensayo con que en 1940 Da­niel Cosío Villegas refutó aquella arraigada idea, que aquí historiamos: https://bit.ly/2xUilX1.

La idea de la legendaria riqueza de Mé­xi­co se afianzó entre los nacionalistas crio­llos del siglo XVIII, cuando la riqueza de la minería de plata hacía de México uno de los polos del capitalismo mundial. Pero el eje y las formas de ese capitalismo fueron trastocados definitivamente por la Revolución Francesa y la Revolución Industrial (1790-1810), que sacaron a México de la destacada posición que había tenido. Esa riqueza del siglo XVIII no lo era en el capitalismo industrial del siglo XIX: hemos resumido aquí algunas de sus explicaciones: https://bit.ly/2IwWTLI.

México inició su vida independiente mar­ginado de los mercados mundiales y sin posibilidades de industrializarse. En es­te punto me siento tentado a iniciar un ex­tenso artículo académico que sintetice lo que han hecho –lo que he leído en 25 años de historiador– los historiadores de la economía, la geografía, el desarrollo y la industrialización de México. Como eso no cabe aquí, presento una síntesis de lo que aprendí: a) en el siglo XIX México carecía de lo mínimo indispensable para la industrialización, es decir, para entrar en la ruta del desarrollo capitalista de la época; b) la primera industrialización (1885-1901) siguió los modelos internacionales del pe­riodo imperialista, de los que resultó una industria extractiva y exportadora, enormemente dependiente y altamente concentrada (oligopólica); c) el segundo gran salto industrial (1935-1950) se dio tras previa preparación económica, institucional y de infraestructura, y lanzó a México a un crecimiento, sin duda desigual y contradictorio, pero acorde con su época y resultante, en general, de decisiones acertadas; d) los estudios comparativos muestran que el crecimiento y las políticas industriales y tecnológicas de México son similares a las de los países periféricos del periodo imperialista, como los de la Europa oriental o las mayores naciones latinoamericanas. Las formas de industrialización de 1895 a 1910 son muy similares, y los ritmos del crecimiento mexicano en 1935-1970 fueron superiores a los de Argentina, Brasil y Chile y sólo inferiores a los de Venezuela durante el auge petrolero de ese país.

No hay, pues, ningún indicio de que nuestros gobiernos, entre 1923 y 1982, hayan guiado sus políticas económicas obedeciendo misteriosas prohibiciones secretas… ¿Que hubo algunas decisiones equivocadas? Por supuesto, pero esa es otra historia.

Hay, sin embargo, un aspecto de los mencionados por quienes creen en esos tratados secretos, en el que la experiencia histórica de México es distinta y que se debe a su vecindad con Estados Unidos: el del armamento. En ese aspecto, haré también un resumen de las lecciones que aprendió el gobierno y el mando militar estadunidense de sus fracasados intentos militares de 1914 y 1916 y de sus actos de provocación bélica en 1919 y 1926: a) que no encontrarían en México ningún sector social que respaldara una invasión y se volviera su aliado público; b) que pequeñas fuerzas regulares o irregulares mexicanas podrían hacer mucho daño en los estados fronterizos y que la abundante población mexicana era incontrolable si decidía realizar boicots o sabotajes; c) que se requerían demasiados recursos en hombres y dinero sólo para ocupar Ciudad de México, y que las ganancias potenciales no compensarían los gastos (vale apuntar que en 1914 y en 1926 los mexicanos amenazaron con claridad: en caso de invasión, serían destruidas todas las instalaciones petroleras y mineras de propiedad estadunidense); d) que las fuerzas irregulares y la resistencia guerrillera mexicana serían irreductibles, y e) que ningún gobierno mexicano querría la guerra contra Estados Unidos, pero que la asumirían en caso de necesidad.

En algún momento, los mandos estadunidenses concluyeron que una guerra con México no era viable. Aquí se tomó con alivio, y en 1937 Lázaro Cárdenas transformó la Secretaría de Guerra y Marina en Secretaría de la Defensa Nacional con un paso obvio, acorde con la doctrina Estrada que regía nuestra política exterior. ¿Armas modernas y sofisticadas?, ¿para qué?, ¿para atacar a quién o para defendernos de quién? Desde entonces, construimos el Ejército más barato de América Latina (salvo el de Costa Rica, que no existe). Uno de los grandes legados del cardenismo.

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