Opinión
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Misericordia: La tenaz persistencia de los tiempos
Q

uerido Antonio García de León:

Unas líneas para enviarte un abrazo y decirte que leí dos veces Misericordia y que, desde el título hasta las últimas líneas, tu libro me sigue hablando en este momento en que te escribo. Porque en el título dice: El destino trágico de una collera de apaches en la Nueva España, allá por los días de 1796. Y porque en su final resume en dos párrafos, que no puedo ni quiero omitir, el arribo mítico de aquella fuga desde Veracruz, en los tiempos verdaderos de la historia, de unos prisioneros que no querían ser enviados como esclavos a una isla lejana del mar Caribe:

Y en un esfuerzo final, blandiendo en una extremidad su arco y su atado de flechas, y en la otra la mano arrancada a la Virgen Nuestra Señora de la Pura y Limpia, el último de los perseguidos abrió los brazos y empezó a elevarse sobre los matorrales, dejando marcadas las huellas de sus pies en la roca.

Los soldados que lo alcanzaron se quedaron asombrados, viendo cómo el cuerpo mortal de aquel desertor se despegaba de la tierra y cómo lentamente ascendía a los cielos al atardecer de aquella batalla, iluminado con las últimas luces del sol e inmune a los trabucazos que le lanzaban desde tierra, perdiéndose entre las nubes y convirtiéndose, una vez que éstas se disiparon con el viento, en la estrella gorda que precede a la noche

Entre estas páginas que trascurren en los últimos años del siglo XVIII encontré muchas historias y muchos mitos, que vienen a ser lo mismo pero cruzados por vientos diferentes.

Vi la historia de la Conquista como un delirio colectivo, producto de la fe cristiana y la fe indígena que se funden en una sola y nunca terminan de confundirse.

Vi una historia de los motivos para que la revolución de Miguel Hidalgo tomara la forma arrasadora que tuvo y que persiste hasta hoy en la memoria, en los modos y en las maneras que este pueblo recupera cada vez que se subleva.

Vi la larga historia de la ocupación de un territorio donde perseveran los antiguos en las vivencias y los modos de los modernos. ¡Ay! Chihuahua, cuánto apache!, me enseñaron a decir en la cárcel de Lecumberri –mi domicilio legal desde 1966– los presos que en aquel año 1968 nos habían traído de las guerras intermitentes de Chihuahua, hace ya medio siglo, cada vez que se nos echaban encima los guardias o los presos comunes utilizados por la dirección de la cárcel y teníamos que atrincherarnos y defendernos con los recursos a mano. ¡Ay, Chihuahua, cuánto apache!: la memoria de los apaches persistía en los dichos y los modos de aquellos compañeros venidos del Norte y nos la hacían reaparecer en esos trances en el penal de Lecumberri.

Como en el Mediterráneo de la Odisea y de la Ilíada, querido Antonio, por una tragedia tú has hecho hablar la historia verdadera de un pueblo entero que se llama México. Pues como es bien sabido, la voz más profunda de los tiempos habla a través del mito, y la tragedia esconde y muestra, en tornasol, los enigmas de la historia y de la vida.

Un abrazo grande,

Adolfo.