Opinión
Ver día anteriorDomingo 30 de septiembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nuestro tiempo
E

ste es mi reino. Para los admiradores de Luz silenciosa (2007), tercer largometraje de Carlos Reygadas, Nuestro tiempo (2018), el más reciente, será una variante y una prolongación de aquel formidable descubrimiento. Tanto por las correspondencias temáticas como por las recurrencias estilísticas. Un asunto común en ambas cintas es el adulterio y sus consecuencias nefastas, con la pequeña gran diferencia de que en la nueva película el yerro conyugal ha sido consentido por la pareja, que acepta una relación abierta con la condición única de mantener más abierta la comunicación y la confianza mutua. Cuando Ester (Natalia López) infringe esa regla en la manera en que sostiene su relación sexual y afectiva con el estadunidense Phil (Philp Burgers), su marido Juan (Carlos Reygadas) se siente excluido y agraviado. Nunca antes me habías espiado, le reclama Ester al compañero súbitamente celoso; Nunca antes me habías mentido, responde Juan con la meridiana claridad del amante traicionado.

El director y guionista Carlos Reygadas ha elegido interpretar el papel principal y dejar a su propia esposa, Natalia López, el rol de Ester, tarea de la que sale muy bien librada; tampoco deja fuera del arreglo fílmico familiar a sus hijos.

A pesar de los autorreferentes, no se trata de una cinta autobiográfica, sino de una obra de ficción que parte de un contexto intimista para abordar con franqueza un tema atemporal y ambicioso. Lo que parece preocupar al cineasta son los dilemas morales que, en situaciones extremas, pueden determinar el rumbo, venturoso o fatal, de una relación amorosa. Algo similar sucedía en Luz silenciosa, donde el menonita Johan (Cornelio Wall) prorrumpía en llanto al percatarse del abismo infranqueable que le separaba ya de la esposa a la que había engañado. Ahora Juan rompe en sollozos cuando la dicha conyugal de un amigo moribundo le remite, con su abrumadora sencillez, a la lógica de falsedad y cálculos en la que él ha basado su matrimonio. Como un príncipe vencido, ese marido convenenciero y machista podría ahora contemplar el territorio sentimental devastado y decir, amargamente, este es mi reino.

En el terreno formal, Carlos Reygadas sigue siendo el incontestable dueño de la luz en el cine mexicano, antes lo hacía con el apoyo de la cámara de Alexis Zabé, ahora con la lente de Diego García, y con la recurrencia de los amaneceres insólitos, la meticulosa reinvención plástica del paisaje nacional, el diluvio en la carretera como espejo de un llanto incontenible y la violencia de los apareamientos, depredaciones y destazamientos mutuos de las bestias broncas como metáfora de la pasión amorosa en tanto eterna lucha de poder. Nuestro tiempo ofrece un despliegue de revelaciones visuales de primer orden, desde los juegos infantiles en un lodazal capturados desde la perspectiva de los protagonistas hasta el sobrevuelo nocturno de una ciudad de México casi transfigurada. Hay otras secuencias memorables en el plano estético. Lo notable, sin embargo, es la disección que hace Reygadas de la complejidad del sentimiento amoroso. El celoso Juan espiando los goces adúlteros de su mujer a través de una ventana tiene tanto de personaje de Proust como de maniático buñueliano. Pocas películas mexicanas han ofrecido una imagen tan patética de la arrogancia viril derrotada como esta cinta, acaso sólo, con contundencia semejante, Amores perros (2000), de González Iñárritu. En este tiempo nuestro de formidable madurez fílmica, directores como el Alfonso Cuarón de Roma, o el Amat Escalante de La región salvaje, o el proteico creador de Luz silenciosa muestran que los reconocimientos internacionales a este nuevo cine nacional, aun siendo tardíos, son irrefutablemente merecidos.