Opinión
Ver día anteriorMartes 25 de septiembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La izquierda está obligada a ganar
H

ay periodos históricos en que se vuelve más difícil para la izquierda lograr imponer la hegemonía de su proyecto. En las dictaduras, por ejemplo, cuando las condiciones de organización y acción del movimiento popular se vuelven muy difíciles. Los gobiernos de bienestar social han logrado cautivar a amplios sectores populares, al atender la parte expresiva de sus reivindicaciones.

Los gobiernos neoliberales, en su primera fase, lograron cautivar a una parte importante de la población para sus promesas de recuperar a las economías, con políticas de ajuste fiscal. Esas promesas se han agotado. Cuando resurgen gobiernos neoliberales –como en los casos de Argentina y de Brasil–, han perdido esa capacidad de captar la simpatía y el apoyo de partes importantes de la población. Por ello mantienen, hasta donde pueden, el diagnóstico de que los problemas de la economía se deben a los problemas heredados de gobiernos que tildan de populistas, con sus gastos supuestamente excesivos de recursos públicos. A ese argumento suman los de la corrupción que atribuyen a esos gobiernos.

Pero, aun si esos gobiernos han perdido la capacidad de conquistar mentes y corazones, como habían tenido algunas décadas antes, no hay comparación entre la convocatoria de la política de paridad de Carlos Menem con las promesas de Mauricio Macri. Ni entre las políticas neoliberales de Fernando Henrique Cardoso y las de Michel Temer. El gobierno de Temer se desplomó antes, pero el de Macri también pierde rápidamente apoyos.

No hay situación más favorable para la izquierda. Se vive, aun con limitaciones (más todavía en Brasil) un sistema democrático, con disputa electoral, pero a la vez, con gobiernos con programas profundamente antipopulares, que acumulan recesión y desempleo masivo. Las condiciones son inmejorables si la izquierda logra resolver sus problemas internos.

Esa lucha requiere, antes de todo, un programa netamente antineoliberal, con acento en la reanudación del desarrollo económico, con políticas de inclusión social, priorizando un plan urgente para la lucha en contra del desempleo. Requiere, asimismo, unidad entre las fuerzas populares, con un liderazgo claro, que exprese la confianza del pueblo en los que han liderado los gobiernos que han garantizado y extendido sus intereses. Necesita también incorporar temas que no habían sido abordados antes o de forma insuficiente, como la democratización de los medios, la del sistema judicial y las reformas tributaria y bancaria.

Pero nada de eso tendrá efecto y la izquierda no estará a la altura de las posibilidades actuales, si no hay un verdadero espíritu de unidad, de consciencia de la lucha en contra del modelo neoliberal –objetivo fundamental de la izquierda y del campo popular, y que a ese objetivo debe estar sometido todo el resto. Ambiciones personales, rivalidades entre liderazgos y rencores tienen que ser dejados a un lado, para que la fuerza potencial de la izquierda se vuelva realidad, mediante un liderazgo que unifique a toda la lucha. Si no es el líder tradicional, por una u otra razón, tiene que ser otro, pero que represente toda la fuerza unificada del pueblo.

Si no, la izquierda perderá una oportunidad histórica única, en que la derecha está reducida a un proyecto de gobierno que ya ha fracasado, que no tiene capacidad de conquista de amplios apoyos populares, que sólo puede sobrevivir por la división de la oposición y por sus maniobras jurídicas y mediáticas, pero que sólo pueden funcionar si la oposición no reacciona unida a esas maniobras.

Es probable que Brasil confirme el viraje de la situación, reabriendo el camino para gobiernos antineoliberales. Cada país, cada izquierda, encontrará su forma de catalizar la fuerza popular, el desgaste de gobiernos neoliberales. Pero si no se une, no estará a la altura de las circunstancias, no será la izquierda que el pueblo necesita, que nuestros países necesitan y que América Latina requiere. La izquierda no tiene el derecho de perder, tiene la obligación histórica de ganar.