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Reporte económico

Robótica. El moderno Frankenstein

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na nota de AFP (La Jornada 18 sep) aporta un dato aterrador: En 2025 el 52% de las tareas realizadas en los lugares de trabajo lo harán máquinas (29% actualmente), según un estudio del Foro Económico Mundial, realizado en empresas de 12 sectores en 20 economías avanzadas y emergentes.

La exclusión laboral

Como ha venido ocurriendo en forma más acelerada, el estudio prevé que los próximos cuatro años podrían desaparecer 75 millones de empleos en áreas de servicios contables y secretariales, industrias de ensamblaje, atención a clientes o servicios postales. Podríamos añadir el desplazamiento de personas y empleos por máquinas en manufacturas, servicios, cajeros, estacionamientos, casetas de peaje...

Es innegable que muchos de los avances de la ciencia (la investigación básica) y la tecnología (la ciencia aplicada a fines específicos) han sido enormemente benéficos para la humanidad. Aplicaciones en la medicina, la energía, las comunicaciones, los transportes, la mecanización,... aun con sus facetas obscuras puede decirse que en general han significado grandes avances para el género humano, su capacidad de producción y su calidad de vida.

En su vertiente negativa, sin embargo, ciencia y tecnología han derivado también en armamentos de increíble poder destructivo, agrotóxicos, degradación alimentaria, sobreexplotación de materias primas, mercantilización de la salud, contaminación, destrucción del medio ambiente,... y ahora en tecnología destructiva del empleo y el secuestro electrónico de la privacidad.

Tecnología y dominación.

Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo plantea: ¿Se debe alentar o permitir el cambio tecnológico independientemente de sus consecuencias? ¿Todo desarrollo es positivo? ¿la evolución frenética es saludable? La respuesta es no.

Un elemento básico a considerar es que quienes prácticamente monopolizan las inversiones y desarrollos tecnológicos en el mundo son las megacorporaciones globales, únicas con capacidad de financiarlos y adquirir patentes, máxime con el apoyo y contratos de múltiples gobiernos. Sus razones son de competitividad, ganancia y dominio de mercados y personas.

Si bien estamos muy lejos de contar con instituciones, leyes y normas internacionales capaces de controlar o regular a estas megacorporaciones, al menos cada Estado debe imponer límites y buscar reducir los impactos de la tecnología negativa en sus propias sociedades, en este caso al desplazamiento del trabajo humano.

Que un país como Japón – donde la población decrece, aumentan los adultos mayores y baja la población activa – esté obsesionado con la robotización puede ser entendible; pero que un país como el nuestro siga pautas similares es inaudito.

El objetivo del pleno empleo

México tiene una población económicamente activa (2017) de 59.9 millones de personas, de las cuales 52.3 m (87.4%) se ocupan en algún trabajo y 7.5 m (12.6%) son desocupadas (Gráfico 1). De la población ocupada (52.3 m) sólo 19.5 m (37.3%) cuentan con un empleo formal (con acceso a seguridad social), el resto es básicamente subempleo e informalidad. Ante tan desolador escenario ¿qué política debe adoptar México? ¿crear y formalizar empleos para la inclusión social, o seguir incidiendo en la automatización? Optemos por un México hecho a mano.

Claro está que la robotización no es el único obstáculo al pleno empleo (suficiente y de calidad) –el objetivo socioeconómico prioritario del país– pero no hay inversión que alcance si no se orientan las formas de producción hacia tecnologías apropiadas y el empleo intensivo del trabajo humano.

Se requiere por lo tanto de una política de enfoque transversal en toda la economía a favor del empleo, base de la producción, la demanda, el bienestar y la dignidad de las personas.

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