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Arita: una revolución que canta
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▲ Aretha Franklin, el 26 de marzo de 1973.Foto Ap
 
Periódico La Jornada
Sábado 1º de septiembre de 2018, p. a16

Sonrisa roja, lipstick carmesí, toda ella en rojo, desde la flor en la frente hasta las rojas zapatillas, sonriente y serena, Aretha Franklin se transfiguró en un gospel: Precious Lord, que suena en su funeral como sonó en su voz cuando murió su mentor Martin Luther King y también cantó ese himno en el funeral de su padre, el reverendo Clarence LeVaughn Franklin, cuyos sermones, cantos y exhortos espirituales están grabados en 80 discos compactos que ahora se suman a la cantidad exorbitante de grabaciones que realizó su hija, apodada ‘‘La reina del soul” cuando se trata en realidad de Su Majestad El Gospel.

Aretha, llamada en adelante cariñosamente Arita, es una revolución de esas que ocurren sin que todos se percaten y sus efectos durarán: emancipadora, luchadora social, mente progresista. Miles de mujeres que desfilaron frente a sus restos mortales en homenaje que duró tres días, rinden testimonio de cómo acabaron con el abuso en su contra gracias a Arita, el abuso de todo tipo, el acoso laboral y la violencia doméstica, y mandaron al diablo a sus maridos golpeadores y narran cómo con la magia de su voz lograron levantarse de la cama muchas mañanas nubladas y tristes, íngrimas y solas, y cómo se sienten representadas por esa mujer que logró con su arte cambios radicales para mejorar la condición femenina. Arita, hoy comienza a reconocerse, es una revolución pacífica y hermosa, una revolución que canta.

Su medio natural fue siempre el gospel. Creció en medio de gigantes: por las noches llegaban a su casa, para cantar gospel con Bárbara Siggers y el reverendo C.L. Franklin, padres de Arita, semidioses como Thelonious Monk, Mahalia Jackson, Ella Fitzgerald, Dihna Washington, y con sus hermanas Erma y Carolyn cantaba, niña, gospel en casa y luego en giras y a los 12 años tuvo su primer bebé y a los 14 años el segundo y al mismo tiempo el primer disco y su emancipación: Spirituals, de 1956, con los siguientes cimientos: Never grow old, Precious Lord (parts 1 and two) y There is a fountain filled with blood.

Con esos cuatro puntos cardinales ordenó el mundo y desde esas coordenadas comandó el apoyo incondicional al movimiento Panteras Negras y enarboló la causa de las mujeres a partir de otra piedra de toque: la rolita Respect de Ottis Redding era una loa machina que exigía respeto al marido que llegaba tarde a casa, cansado de trabajar, pero la dulce Arita le tiró así a las escopetas: ¿respeto? Órale, cabrón, cuando llegues a casa cansado del trabajo, lo único que te pido es que me respetes, y así comenzó todo.

Unos miden el éxito en el número de grammys, millones de dólares, fama y lujos, pero hay quienes siempre entienden que detrás de todos esos galardones que ganó Arita hay una causa definitiva: la emancipación femenina, los derechos civiles, el combate al abuso. La maestría, el noble oficio de una diosa del gospel.

Cierto, la industria de la música convirtió al blues y al rock en baladitas para ganar dinero y los tiburones clavaron sus quijadas en la mina de oro que era la garganta Arita y la pusieron a grabar cancioncitas mensas que son por las que todo el mundo la conoce, pero se trata en realidad del mismísimo caballo de Troya porque esa música discou, esas Say a little pray for me, todas esas reinas del hit parade están elaboradas con el fraseo de una maestra, con el genio de una artista fuera de serie y sobre todo con el empuje dinamogénico del gospel.

Es tan fuerte el llamado del gospel que cuando Arita comenzó a grabar baladas de éxito en la radio, sus hermanos de raza la tacharon no sólo de traidora (algo así como cuando Bob Dylan dejó el ‘‘country” y la guitarrita de palo y se electrificó) sino de haber abandonado a Dios, a pesar de que en el gospel Dios no es más que una metáfora, una expresión del sincretismo, una transfiguración de lo que trajeron remando en los barcos de esclavos desde África: una vida comunitaria donde el baile y el canto marcaban el ritmo con incisión y fuerza telúrica.

El gospel es la evolución del spiritual y es una música absolutamente clandestina, liberadora, catártica y de elevación espiritual. Los esclavos cantaban en clave para burlar la vigilancia del amo, bailaban a escondidas para soltar a los demonios, se reunían para palmear, gritar, aullar y entrar en éxtasis para salir del infierno en que vivían y eso es lo que hace Aretha Franklin en todas, absolutamente todas las piezas que grabó, sean baladitas para consumo indiscriminado del mercado, sean los gospel más puros y exquisitos.

Es obvio que el Disquero recomienda los discos de gospel de Aretha Franklin por encima del montón: el inaugural Songs of faith-The gospel soul of Aretha Franklin y el álbum doble y definitivo Amazing Grace, que contiene Precious Lord, esa joya que nació de la tragedia para convertirse en un vehículo de transfiguración para el escucha y para las intérpretes: las mejores grabaciones son de mujeres, que hicieron de esa pieza una piedra de toque.

Quienes concurren en Spotify, recomiendo las siguientes listas exquisitas: Aretha Franklin, gospel; More gospel greats y como contexto: Black Power MixTape y enseguida comparto un link para que disfruten Precious Lord (encontrarán el germen de la pieza que Carole King convirtió en You’ve got a friend, por supuesto, pero aquí tenemos la versión origina: el gospel, ese ritual):

https://goo.gl/1caLQG

La historia de Precious Lord, esa piedra de toque, es la siguiente: el tempestuoso músico de culto Thomas A. Dorsey, uno de los patriarcas del gospel, vivía feliz con su mujer, a quien dejó brevemente en casa, embarazada, para salir a buscar el sustento en una gira de conciertos, durante uno de los cuales alguien puso encima del teclado de su piano un telegrama: ‘Your wife just died y el bebé también y el hombre cayó al abismo del silencio, que forma parte de la música, hasta que un día se encontró frente a un teclado y narró después así la epifanía, la manera como nació el gospel Precious Lord, take my hand, la historia original de la transfiguración mística que envuelve la música que hizo inmortal Aretha Franklin: ‘‘al mismo tiempo que mis dedos comenzaron a menear las teclas, las palabras cayeron sobre mí, melodiosas, como gotas de agua sobre la hendidura de una roca” y el hombre lloró y cayó pero ahora en éxtasis y nunca volvió a callar, como nunca volverá a caer ni a callar Arita Franklin, porque su voz, su poder emancipador, su colosal entereza liberadora, cae sobre nosotros como gotas de agua sobre la hendidura de una roca.

Gracias, Arita, por tantas bendiciones.

Descansa en paz.

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