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El paraíso tintinábuli
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Periódico La Jornada
Sábado 18 de agosto de 2018, p. a12

Sinfonías Tintinábuli.

En los estantes de novedades discográficas esplende una joya: Arvo Pärt. The Symphonies (ECM).

Por vez primera, las cuatro sinfonías reunidas en un disco, dirigidas por el intérprete más cercano al autor: Tonu Kaljuste, al frente de la orquesta Wroclaw Philharmonic.

Es el nuevo tomo del sello ECM New Series, creado para difundir la obra de Arvo Pärt, desde que un buen día Manfred Eicher, director de la legendaria disquera alemana ECM, manejaba su automóvil y al aproximarse a la frontera con Estonia su aparato de radio captó una música que lo obligó a parar el auto en medio del paisaje del atardecer y en ese momento todo cambió.

Al llegar a sus oficinas de Múnich, preguntó, buscó y consiguió hablar por teléfono con un señor llamado Arvo Pärt, cuya música lo había embelesado y por eso le llamo, maestro, desde Múnich –dijo Manfred– y su música es tan poderosa que quiero abrir un subsello sólo para usted, maestro.

Desde entonces, el mundo es mejor.

Gracias al sello ECM, cada vez más personas en el mundo respiran diferente, más pausado, en calma; al escuchar, cierran los ojos, juntan las manos, son mejores personas.

Es el universo tintinábuli, que recibe el nombre de la técnica que inventó Arvo Pärt: un sistema de tríadas, alojadas en dos melodías que viajan paralelas y producen un tercer sonido: el leve tañer de campanas tubulares, movidas por el viento. Tintinábuli significa ‘‘pequeñas campanas”.

Ahora, Manfred Eicher metió al estudio de grabación al compositor, a su mejor intérprete, a una orquesta polaca y conjuntó por vez primera las cuatro sinfonías de Arvo Pärt.

Hay que decir que el género sinfonía es a la novela como la poesía a toda la obra de Pärt, conocido por sus obras de corta duración (novela corta, cuento largo) pero efectos para siempre.

El Arvo sinfonista es el menos conocido de todos los Arvo Pärt que existen: el autor de obras en sistema tintinábuli para instrumentos solistas (Spiegel mi Spiegel, Für Alina…) para coro (Kanon Pokajanen), para coro y orquesta, monumentales (Tabula rasa, Frates, Te Deum), y mucho menos conocido el Arvo Pärt de las primeras obras, imbuidas siempre en la vanguardia, muchas de ellas, hay que decirlo, muy difíciles de escuchar por su riguroso sistema dodecafónico.

Decir que todas las obras de Arvo Pärt están siempre a la vanguardia significa demostrar que la vanguardia hace mucho dejó de ser sinónimo de ruido, dificultad, complejidad. Las obras recientes de Arvo son, digámoslo así, ‘‘fáciles” de escuchar porque viven en el sistema tintinábuli, siempre tan gratificante. Las primeras tres sinfonías de Arvo Pärt no son difíciles de escuchar aunque sean dodecafónicas.

A la fecha, hay escuchas que aseguran disfrutar las obras dodecafónicas, cuando se trata en general de sistemas rigurosamente vigilados. Los números las rigen, no el pensamiento, mucho menos el sentimiento.

Como Philip Glass y toda la música de ascendencia griega (Erik Satie, por ejemplo), las matemáticas equivalen a belleza en la obra de Arvo; el orden, la proporción áurea, la serie de Fibonacci, la lógica de los números gobierna esta música como un sistema óseo invisible.

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Pocos se detienen a pensar que el sistema tintinábuli suena tan ‘‘fácil” al oído precisamente porque pasa por un método numérico asombrosamente exacto y calculado. Sin que se note.

El dodecafonismo, evidente desde su nombre, se somete a los números.

Arvo pasó del dodecafonismo al tintinábuli de una manera natural: luego de ocho años de silencio.

Es por eso que el silencio es fundamental en la música de Arvo. De hecho, lo que más suena en sus obras tintinábuli es el silencio. Y eso, por supuesto, pocos lo notan.

El silencio es el medio ambiente ideal para que, pongamos un ejemplo práctico, si colgamos unas campanas tubulares en el patio y dejamos que el viento se encargue de hacerlas sonar, cada tañido retumbará hasta la última célula de nuestro organismo, cada ulular ondeará en cada uno de nuestros poros, cada brizna de sonido humedecerá nuestras mejillas.

Así funciona el sistema tintinábuli.

En el disco que hoy recomendamos, tenemos la biografía completa del compositor: sus años salvajes, sus años de silencio y sus años tintinábuli.

En el camino encontraremos muchas sorpresas, como en la Sinfonía Dos un emparentamiento asombroso con la música de Silvestre Revueltas, sin que exista punto de contacto alguno.

Encontraremos melodías hermosas, pasajes bruscos, despertares, en las primeras tres sinfonías, a manera de preparación para la Cuarta: una suave, interminable explosión tintinábuli.

Las indicaciones técnicas en las particellas de los tres movimientos de esa sinfonía son de por sí poéticas: ‘‘con sublimitá. Marcando con maestá”. Luego: ‘‘Affanoso. Un poco piú affannato”. Y el final: ‘‘insistentemente. Con íntimo sentimento. Coda. Deciso”.

Hay en esta obra pasajes tan sublimes que quedan tatuados en el oído interno: pizzicati, por ejemplo, con sublimitá, notas enarcadas, enhiestas, hirsutas, polen, rocío, epidermis. Estremecimiento.

Eso, la música tintinábuli de Arvo encarna estremecimiento. Refleja el tono dorado de los atardeceres, equivalente a esa bruma color de rosa que aparece también en el amanecer. Ojos entornados, cada vez que el coro de violonchelos y violas hace saltar esas notas con zapatillas de ballet y pétalos de orquídeas, hay un ligero aumento de luz en el ambiente.

La Cuarta Sinfonía de Arvo Part se titula Los Ángeles y no se debe a que es un encargo de la Filarmónica de Los Ángeles, que dirige por cierto Gustavo Dudamel, sino a que su poesía está basada en una obra antigua: ‘‘Canon for the sacred guardian angel” y es la más canora de sus obras instrumentales.

Cada nota rasguñada en viola equivale a un gemido de hada, cada sonido emanado de cada violín es un grito mudo de un ángel en vuelo cenital, cada emanación sonora desde el coro de contrabajos es un aleteo en masa, un zumbido suave.

La música tintinábuli de Arvo Pärt suena a eso que está por ocurrir en este instante: tu sonrisa.

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