Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de julio de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El galimatías de la calidad educativa
H

asta ahora al lego le puede resultar un poco difícil saber cuáles son las metas del próximo gobierno respecto de la educación, más allá del estupendo compromiso de ampliar la oferta y repartir becas. Cuando pasamos de ese plano a la cuestión de la calidad y el contenido educativo, las declaraciones se vuelven confusas. Habrá evaluación, pero no será punitiva. Habrá consultas amplísimas y un congreso nacional de maestros (prefiero no imaginarlo). Importará la calidad, pero no la competencia individual, sino la colaboración de equipos. La educación debe ser divertida (afirman). El maestro será un coordinador y no ya un sabelotodo. Reforma educativa sí, pero sólo una verdadera reforma educativa. Reforma educativa sí, reforma laboral no. En fin, un galimatías.

Habrá universidad para todos, pero no hay un acuerdo mínimo en lo que es una universidad ¿Habrá UNAM para todos, habrá UABJO para todos, o habrá UACM para todos? ¿Va a existir alguna forma de escoger quiénes van a qué tipo de universidad, ahora que no se cree ya en la evaluación punitiva? Y en resumen: importa la calidad educativa, pero no hay ningún acuerdo en lo que eso significa ni en có­mo acceder a las opciones que existen...

La impresión que da este conjunto tan ruidoso de declaraciones es que la educación no es al final un valor demasiado importante aquí en México, más allá de que todos decimos que es importantísima. No hay consensos mínimos respecto de lo que significa una buena educación, porque la gran mayoría de la gente no la ha tenido. Por eso tampoco la sale a defender.

Hay algunos puntos algo incoherentes del discurso del futuro secretario de Educación, cuando trata de salirle al paso a esta confusión, como aquello de que evaluación sí, pero evaluación punitiva no. Es una obviedad que la evaluación no debe ser ­punitiva. Aunque la escuela tenga un añejo parentesco con las instituciones ­car­celarias, su función es educativa, no punitiva. La ­pre­gunta verdadera no es si la evaluación de­be o no ser punitiva (que no debe), sino si debe tener consecuencias, y la respuesta a esta segunda pregunta es igualmente sencilla (sí debe). Si la evaluación no tiene consecuencias, la educación formal abdica a dos de sus funciones: separar a los estudiantes en grupos según su nivel de conocimiento, y certificar a sus egresados de manera útil y creíble para el mundo laboral.

Por otra parte, si se trata de evaluaciones a profesores la cosa cambia un poco, es cierto, porque el profesor es un profesional que ya ha sido reconocido: tiene trabajo de maestro. Al profesor habría que haberlo evaluado antes de contratarlo, pero reconociendo que las carreras magistrales son largas y que los conocimientos pertinentes cambian con cierta velocidad, pudiera tener sentido pedir que los maestros sean evaluados periódicamente, tanto para evitar su estancamiento, como para promover a los que hacen bien su trabajo. Esto no tiene nada de indigno, aunque sí importa, y mucho, que los profesores participen en la definición de la forma y criterios con que habrán de ser evaluados. Que participen activamente, pero no de manera exclusiva, ni tampoco con la amenaza de cerrar escuelas si las decisiones a las que se lleguen no les agradan del todo. Finalmente, los maestros son funcionarios públicos, y deben comportarse como tales.

En cuanto a las universidades, vale la pena comenzar reconociendo que la palabra tiene referentes muy diversos. No es lo mismo una universidad que tiene una importante infraestructura de investigación, que una universidad abocada exclusivamente a formar estudiantes, por ejemplo. De hecho, me parece que en México existen tres grandes tipos de universidades: llamémoslas las de investigación, las de docencia orientada a la formación de profesionistas, y las que se orientan a la difusión del conocimiento en aulas, sin demasiado énfasis en la formación propiamente profesional. Para ponerles apellido reconocible a los tres modelos, podríamos poner a la UNAM en la primera categoría, al Tec en la segunda y a la UACM en la tercera.

Existe un cuarto tipo de institución, que desgraciadamente todavía no está re­conocida en México y que sería importante crear, donde se mezcla la universidad de tipo 2 (formación profesional) con la del tipo 3 (difusión del conocimiento en aulas). Se trata del llamado community college estadunidense (aunque existen instituciones comparables en otros países, como en Alemania). Estos community colleges cubren la formación profesional correspondiente a los dos primeros años de la licenciatura, y quienes quieran seguir un camino de profesionalización a partir de ahí se mudan a una universidad de tipo 1 o 2; pero los community colleges también ofrecen cursos sueltos para su comunidad: en ellos un taxista que quiere tomar un curso de jazz, un ama de casa puede tomar un curso básico de contabilidad y un joven obrero puede aprender los principios básicos de la mecánica de autos.

Cada uno de estos cuatro tipos de universidad tiene sentido, cada uno tiene razones para existir, pero no se debe confundir un tipo con el otro. Ahora que se van a abrir cientos de miles de escaños para estudiantes universitarios (¡y enhorabuena!), habría que pensar y decidir a qué clase de institución se les va a meter, y cómo se decidirá quién ingresará a cuál.