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Elecciones 2018

Naufragio anticipado

Desde el mediodía, caras largas en los búnkers de Por México al Frente

Frases de cajón y un Serenos, morenos trataban de inyectar ánimo a Barrales y Anaya

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▲ Sala de prensa de Alejandra Barrales, candidata de la coalición Por la Ciudad de México al Frente.Foto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Lunes 2 de julio de 2018, p. 15

Es probable que horas antes de que salieran los canales de televisión comercial con las primeras encuestas de salida anticipando el triunfo arrasador de Andrés Manuel López Obrador en la carrera presidencial, en la cabeza de algunos líderes y estrategas de la candidatura de Ricardo Anaya sonaran las notas del Wallace Hartley Band, aquellos valientes músicos que, según los sobrevivientes, empuñaron violines y violonchelos mientras el Titanic se hundía. Para la coalición Por México al Frente el naufragio ya había comenzado.

Se podía anticipar desde el mediodía, cuando los líderes y voceros de los partidos políticos que integran el frente se presentaron ante la prensa en los salones del hotel Camino Real que alquilaron: 13 dirigentes, sin ocultar las caras largas, subieron a un escenario mal iluminado para ofrecer un brevísimo y pobre mensaje. Pocas palabras en voz del líder panista Damián Zepeda externando frases de cajón: que esperaban una contienda reñida y que seguramente tendrían buenos resultados. Su semblante los desmentía.

Vaticinio cumplido

Y el estratega mayor, Jorge G. Castañeda, intentaba pasar inadvertido en segunda fila, cosa muy rara en ese político que siempre busca –y encuentra– los reflectores.

Al frente (los brazos cruzados y el mal humor evidente), el perredista Jesús Ortega quizás recordaba en esos momentos el vaticinio que años atrás hizo López Obrador sobre el partido que fundaron juntos: Del PRD sólo les va a quedar el cascarón.

Profecía cumplida y evidenciada en los casos donde, fuera del paraguas de la coalición y lejos del músculo panista, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) se atrevió a competir solo, con muy malos resultados al menos en Morelos, donde el delfín e hijo político del gobernador Graco Ramírez, Rodrigo Gayosso, obtuvo un poco honroso cuarto lugar, según las primeras encuestas de salida que circulaban a esas horas.

El domingo electoral había transcurrido como cualquier otro día de asueto con buen tiempo en las calles de las colonias clasemedieras y acomodadas de la Ciudad de México. Las familias de la delegación Benito Juárez se encaminaron a sus casillas después de misa, en muchas ocasiones llevando al perro de paseo.

Por la zona de Las Lomas las grandes camionetas hicieron escala en los puntos de votación antes de pasar a los restaurantes favoritos de sus pobladores. Iban con la firme determinación de impedir a toda costa que México se convirtiera en una mítica e infernal Venezuela.

Pero esa seguridad se resquebrajó cuando Televisa anticipó que Morena, rival principal durante años, arrasaba en Veracruz, Morelos, Chiapas, Tabasco y, sobre todo, en la Ciudad de México.

Los ánimos no podían ser más contrastantes. En el gran hotel ubicado frente a la Alameda, una sala de prensa montada por Morena y sus aliados, tres veces más grande que la frentista, bullía de emoción. Cientos de representantes de medios de comunicación, nacionales y extranjeros, se preparaban para dar como noticia al mundo el triunfo de la gran ola lopezobradorista.

Eran apenas las 6:30 de la tarde cuando los dirigentes de la alianza Juntos Haremos Historia cruzaban el vestíbulo del gran hotel con una sonrisa radiante.

Entre la Alameda y la colonia Anzures un taxi destartalado, de esos guindas que ya no se usan, era conducido por una pequeña mujer madura, de cabello corto y fumadora contumaz. ¡Júremelo, júremelo!, reaccionó incrédula cuando escuchó los resultados preliminares. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Nos vamos al Ángel, al Zócalo, dónde?

En otro cuarto de guerra, el de Alejandra Barrales, el golpe fue recibido con menos elegancia. A las 7:30 de la tarde, cuando ya algunas encuestas anticipaban el triunfo de la candidata de Morena a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, con amplios márgenes de ventaja, la perredista salió a escena con una desafortunada consigna: Serenos, morenos, dijo tragando en seco. Nuestros números no se parecen a los que andan circulando por ahí. Nuestros datos nos permiten ser optimistas. Entre sus acompañantes había quienes saben fingir frente a los reflectores: Fernando Belaunzarán, Dante Delgado y otros hasta parecían felices. Para otros no fue tan fácil. Xóchitl Gálvez se esforzaba por tener en el rostro una sonrisa congelada. La panista Mariana Gómez del Campo de plano dejaba transparentar su frustración.

Pero a las ocho con 10 minutos llegó la noticia inevitable al recinto donde el frente anayista se tronaba los dedos: José Antonio Meade admitía su derrota. El histórico Partido Revolucionario Institucional (PRI) era arrojado al temido tercer lugar.

Al panista Ricardo Anaya se le empezaba a hacer tarde para dar ese paso. Y lo hizo a las ocho con 40 minutos, después de hablar por teléfono con el vencedor, su acérrimo enemigo, López Obrador. En la sala acondicionada para conferencias de prensa sus seguidores lo recibieron con porras. Ya no era el grito de ¡presidente, presidente! Solamente ¡Ricardo, Ricardo!

Con su segundo lugar en la mano, Anaya tendió la rama de olivo al futuro presidente: prometió ser su aliado en las causas comunes y un opositor firme e institucional en aquellos asuntos en donde difieran. Dicho en su descargo, Anaya nunca perdió la sonrisa. Y dibujó un trazo para el porvenir de su partido como contrapeso del poder. El problema es ver si, después de tantas rupturas y traiciones internas, pasado mañana habrá algún futuro en la vida política del joven candidato.