Opinión
Ver día anteriorLunes 21 de mayo de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender a morir

Los candidotes y el tabú

L

os que se sueñan creyentes suelen descreer de la dignidad y la libertad de las personas. No se trata de que los candidotes nombren a funcionarios ladrones, garanticen su encarcelamiento y exijan y comprueben la devolución inmediata de sus cuantiosos robos. Esos son temas imposibles, no tabú. Lo que buena parte de la sociedad ha esperado en las elecciones presidenciales desde hace más de tres décadas es que los elegibles se atrevan a pronunciarse con menos cautela y más madurez en torno a temas que la sociedad y la clase política mexicanas consideran tabú o prohibidos por las creencias impuestas por alguien o algunos en perjuicio de la mayoría.

La muerte sigue considerándose asunto privado o de seguridad pública, dato estadístico, algo televisivamente machacado o noticiosamente irrelevante pero desde luego políticamente incorrecta, dado el vitalismo del que alardean instituciones de salud, cumplidos funcionarios, organizaciones religiosas y esa sesgada sacralización de la vida (muérete trabajando, defendiendo a la patria, por adicciones o si te toca un fuego cruzado, pero no por decisión propia, ese acto de soberbia que tanto ofende a un dios… ofendible).

Morir se ha convertido en otro tema demasiado problemático para el sistema, incapaz no sólo de garantizar la seguridad de la ciudadanía, de frenar a la delincuencia organizada y de brindar servicios de salud adecuados, sino de respetar el derecho de la persona a elegir una muerte digna y no sólo a candidotes timoratos que evitan temas aún tabú en 2018, o si lo hacen es para repetir los lugares comunes de hace seis sexenios. Ante la muerte, pasamos de la moral eclesiástica y la moralina seudocientífica a la falta de sentido común.

¿Qué tema tabú? El necesario y urgente derecho a tener, si la persona lo decide libremente, una muerte digna, es decir, sin sufrimientos físicos, tratamientos ociosos, dolores evitables y agonías innecesarias, por no hablar de la total improcedencia de desgastes y gastos acumulados para la persona, su familia, la institución y la economía nacional, aunque la tecnología médica, la industria farmacéutica y el negocio hospitalario pudieran sufrir alguna merma en sus abundantes utilidades. Pero sucede que densidad demográfica y población de la tercera edad han aumentado un poco desde el siglo III antes de Cristo, cuando eutanasia y suicidio asistido ya se practicaban, aunque sin culpa ni candidotes.