Opinión
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71 Festival Internacional de Cine de Cannes
De vuelta en la URSS

Cannes.

N

o pinta bien la competencia cuando en su segundo día oficial de actividades se han exhibido películas tan deficientes como la rusa Leto y la egipcia Yomeddine. Se supone que en el arranque debe estar el material más atractivo, a fin de calentar los motores para el primer fin de semana, el más concurrido. Si esto es lo mejor que puede ofrecer el festival, estamos perdidos.

Leto (Verano), del ruso Kirill Serebrennikov, es la recreación de la escena roquera soviética de los años 80 en Leningrado, a través de las tocadas de un grupo supuestamente seminal llamado Zoopark. En realidad, la titubeante narrativa enfoca al líder de la banda, Mike (Roman Bilyk), que es cool porque casi siempre lleva gafas oscuras, y su sumisa novia Natacha (Irina Starshenbaum), cuando prácticamente adoptan como suyo a un nuevo compositor llamado Viktor (Teo Yoo).

Los personajes citan a sus respetables influencias –Sex Pistols, Velvet Underground, Bowie, T. Rex–, pero nada en su música las evidencia. Lo que más tocan son tonadillas acústicas, carentes del peso, la intención y la víscera del verdadero rock. De estructura informe, la película deambula entre demasiados números musicales, incluyendo algunos penosos en que canciones conocidas –Psycho Killer, Perfect Day– son entonadas por rusos comunes y corrientes en la calle, mientras el realizador se vuelve loco con juegos gráficos que se pusieron de moda décadas después.

A saber qué razones encontraron los miembros de la comitiva de selección para escoger la película egipcia Yomeddine (Día del juicio), opera prima de AB Shawky. El protagonista es un leproso egipcio llamado Beshay (Rady Gamal) que vive como pepenador en un tiradero de basura en medio desierto. El hombre se queda viudo cuando su mujer muere en un instituto mental y todavía hay margen para que las cosas empeoren. Beshay decide viajar a la ciudad de Qone, donde cree residen sus familiares.

Acompañado por el niño huérfano conocido como Obama (Ahmed Abdelhafiz), el paria emprende el viaje en una destartalada carreta jalada por una mula. Esta se muere a medio camino, por supuesto, y a bordo de otros vehículos continúa esta lastimosa road movie, en la que uno debe acostumbrarse primero al físico carcomido de Beshay (no es un actor maquillado como leproso, sino uno auténtico). Si esa no es su idea de entretenimiento, agárrense porque la película ostenta una agenda edificante, con detalles miserabilistas (como en El hombre elefante, de David Lynch, hay un momento en que el héroe grita: soy un ser humano) y música enfática. Formalmente, la película es como un recalentado egipcio de la influencia más sentimental del neorrealismo italiano.

Uno supone que el debutante Shawky es un niño bien de Egipto –estudió cine en Nueva York– y con su película quiso limpiar sus culpas de clase. Mientras el criterio de los programadores fue el de aceptar Yomeddine porque aporta una dosis necesaria de tercermundismo a una selección que se quiere plural y bienpensante. ¿Y el buen cine dónde se quedó?

Twitter: @walyder